No pienso soltar tu mano.

Afloja su agarre y separa nuestros labios un par de centimetros cuando nos hace falta el aire.

— ¿Vas a golpearme una vez más? — Su voz es suave y ronca. Niego levemente con la cabeza y mi cordura se desvanece en lo hermoso de la oscuridad que irradian sus ojos en este preciso momento, llevo mis manos alrededor de su cuello y doy inicio al siguiente beso, él sonríe y es lo más sexy que he podido vivir, su sonrisa pegada a mis labios. Después de esto no sé cómo podré mantenerlo alejado de mí, pero es lo último en lo que quiero pensar, ahora solo deseo disfrutar de lo suave de sus labios que se mueven con avidez tomando el control, su lengua se pasea en mi boca como si la conociera desde siempre, sus dientes ejercen una suave tortura cuando atrapan mi labio inferior arrancando un leve gemido que surge desde lo más profundo de mis deseos, esos que al día de hoy solo él ha logrado despertar, al sentirlo gruñe contra mis labios y arremete con mayor fuerza tomándome por el trasero para depositarme sobre la isla, momentos después y cuando todo empieza a ser más ardiente se separa de mí juntando nuestras frentes mientras acuna mi rostro en sus manos.

— Será mejor que salgamos de aquí, de lo contrario no podré detenerme. — Siento un poco de frustración al extrañar el calor y la humedad de sus besos, pero él tiene la razón.

— Está bien, tienes razón, esto está fuera de lugar.

— Me coloco en pie acomodando mi ropa mientras camino hacia la cafetera para servir un poco de café para ambos.

— ¿A qué te refieres con fuera de lugar? — Pregunta a mis espaldas.

— Esto no debe volver a repetirse.

— ¿Por qué? Tú me gustas y sé que yo a ti también, ¿qué nos lo impide?

— Estoy pasando por un momento difícil en mi vida y no quiero equivocarme, mis sentimientos están a flor de piel y no quiero ser un blanco fácil y exponer mi corazón para que lo rompan, me reúso a sentir algo por ti, y lo mejor es apartarnos a tiempo.

— ¿Por qué? ¿Es que acaso hay algo malo en mí? ¿Tanta desconfianza me tienes que piensas que te voy a lastimar?

— En efecto, no puedo ni quiero enamorarme de alguien que nunca me va a amar; tú eres un inminente peligro para mí, es más fácil protegerme ahora que después. — Me giro para entregarle la taza con el café, él la toma y en proceso acaricia mis dedos haciendo que mi piel se erice por completo.

— ¿Y quién te dice que no te amo? ¿Cómo puedes saber que no he sido yo el primero en exponer mi corazón al inminente peligro de amarte?

— No pretendas jugar conmigo, no te lo voy a permitir.

— ¿Tan difícil es darte cuenta de lo que me haces sentir? — Pregunta en tono cansino dejando a un lado el café sin siquiera probarlo.

— No pienso enamorarme, es mejor que te alejes de mí y volvamos a ser lo que siempre hemos debido ser, jefe y empleada.

— Escuchame bien Chanel, voy a hacer todo a mi alcance para enamorarte, total lo único que puede pasar es que me rompas el corazón, y si te dejo ir ahora será justamente lo que harás. Grábate algo Chanel Walker, yo siempre tengo lo que quiero y lo que quiero, no sé si para tu fortuna o mala suerte, estés tú. Desde la primera vez que te vi jure que serias mía y así va a ser, no importa cuanto me cueste. — Al escucharlo hablar de esa manera no sé como responder, pero me aterra pensar que no está lejos de lograr su cometido, si es que no lo ha logrado ya.

Ambos tomamos el café en completo silencio.

— Ve por tus cosas, será la última vez que pises este lugar.

Sin decir absolutamente nada, hago lo que me dice, realmente es lo mejor.

Al llegar a la oficina, todo pasa a segundo plano y volvemos a mantener una relación estrictamente laboral, de hecho podría equivocarme, pero siento que está molesto, aun así trato de restarle importancia, no puede juzgarme por no ser un blanco fácil, cualquier mujer en mi lugar tendría reservas acerca de creer en un hombre que constantemente sale con distintas mujeres y teniendo en cuenta que hace menos de veinticuatro horas Mariam irrumpió en ropa interior en su apartamento, es totalmente lógico.

Dos meses han pasado, tomé en alquiler un pequeño apartamento, Richard insistió en llevarme a una de sus propiedades, pero considero que debo hacerme responsable de mi misma, y agradezco el que no ha insistido más en que debo estar con él, pues le dije que necesitaba tiempo y espacio para poner en orden mis sentimientos e ideas, aun así ha estado cerca de mí procurando mi bienestar y es algo que me agrada. Mariam no ha vuelto a la oficina así como tampoco ninguna de sus "amigas" Raiza sigue acompañándome en este proceso, de hecho se ha quedado algunas noches a acompañarme en el apartamento, otro que ha estado muy cerca de mí es Fabricio, quien desde el deceso de mamá se ha acercado más a mí, el padre de Richard, volvió a su ciudad, aun así lo ha visitado un par de veces, así que ya lo conozco personalmente, claro, conocer es solo un decir, pues el hombre a duras penas me ha dirigido el saludo y me mira como poco menos que nada, y Larry, él es un caso, ahora dice que soy parte de la manada y me trata como a una amiga, lo cual es lindo.

— Vamos. — Es la voz de mi jefe sacándome de mis pensamientos.

— ¿Dónde? No hay citas programadas para hoy.

— No en la agenda que me llevas.

— ¿A caso existe alguna otra?

— ¿Puedes acompañarme sin hacer tantas preguntas?

— Como órdenes. — Él sonríe y tira de mi mano mientras yo tomo rápidamente la cartera. Salimos de la oficina, Lidia me mira sorprendida y no la entiendo hasta percatarme de que Richard aún no me suelta, intento soltarme de su agarre, pero él lo hace más fuerte dejando clara su posición. Al subir al ascensor y notar que definitivamente no piensa soltarme, le reprocho.

— No debes hacer esto ¿Qué van a pensar lo demás?

— ¿Realmente crees que me afecta lo que otros piensen?

— Has dejado claro que no.

— Entonces ya sabrás que no pienso soltar tu mano. — Las puertas del ascensor se abren y con toda la elegancia que lo caracteriza y sin soltar mi mano caminamos frente a la mirada de empleados y visitantes, creo que debo verme como la cenicienta junto al príncipe, y no precisamente antes de las doce.

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