capitulo 9: Enterrar a mi abuelo

Ver morir a mi abuelito en mis brazos fue lo mas doloroso del mundo. Saber que ya no volvería a ver esos ojos, ni a escuchar sus concejos y ver esa sonrisa tan genuina que me dedicaba a cada momento producía en mí la mas profunda tristeza.

La señora Rosa me dio una sudadera de Lupita y me acompaño al hospital, con el cuerpo de mi abuelo en una ambulancia, para hacerle el acta de defunción, mi amiga llego cuando esperamos en la morgue el cuerpo de mi amado viejito, me dio un fuerte abrazo, ninguna pronuncio palabra por los sollozos que ambas teníamos, pero las palabras estaban de mas la calidez del abrazo expresaba mas que mil palabras.

Mi madre también llegó, llorando era su padre y lo entendía porque ella lo amaba a su manera pero lo hacía, se acercó a mí y por un momento creí que me abrazaría para consolarme, ni en un de años hubiera imaginado lo que haría en ese momento, me propino una cachetada tan fuerte que voltio mi rostro, mi cara ardía, toque mi mejilla y la sentí hinchada y todos sus dedos marcados en ella, pero lo que me dijo después me dolió mas que si me hubiera dado un millón de cachetadas como esa.

Te odio maldita bastarda, me quitaste a mi padre, solo por no callarte y dejarte llevar, si te hubieras entregado a Darío nada de esto estaría pasando eres la mayor desgracia que llego a mi vida, maldigo el día en que te traje a este mundo.

Mi corazón se estrujaba en mi pecho, no podía creer lo que mi propia madre, la mujer que me tuvo en su vientre durante nueve meses, no le importe que casi fui violada por el desgraciado que tiene por marido, encima me culpe de la muerte de mi abuelo, cuando el único culpable es ese malnacido.

Nunca le había contestado a sus insultos, por mas duros que fueran, ni jamás me queje por las tareas que debía cumplir, siempre la respete por ser la persona que me dio la vida, pero todo tiene un límite.

Le grité... El sentimiento es mutuo, no sabes lo que daría porque no fueras mi madre, me produces el mayor de los ascos al igual que el malnacido de tu marido, ojalá y que Dios te castigue de la peor manera por tus palabras y por ser la peor madre del mundo.

La señora Rosa me abrazo y le dijo eres un moustro no sabes la maravillosa hija que tienes, la has despreciaste toda la vida, algún día vas a arrepentirte de la forma en como la has tratado, y será demasiado tarde.

Me dio una mirada de odio y dijo eso jamas sucedera. Y se marcho.

El padre de Lupita se hizo cargo de todos los gastos del funeral de mi abuelo, fui a casa por mis cosas, en compañía de Lupita y su papá por si el miserable de Darío intentaba algo en mi contra.

Miren quien está aquí la bastarda resbalosa, que después que me coquetea se hace la ofendida.

Le di una fuerte cachetada y me fui por mis cosas...

Señor Raul podría ayudarme con mi máquina de cocer.

Claro voy a llevarla al auto busca tus cosas.

Empaque todas mis mas preciadas pertenencias y fui por algunas cosas que quiero conservar de mi abuelito, buscando en los cajones de la mesa de noche unos aretes que eran de mi abuela, que mi viejito atesoraba y me dijo que los tuviera y no dejara que mi madre los encontrara o los vendería, lo encontré en un pequeño cofre que contenía los aretes, un reloj de plata con las iniciales de él en oro, al fondo había una carta dirigida a mí, tome todo junto con la camisa favorita de mi abuelo y un álbum de fotos.

Salí de esa casa decidida a jamás volver, no me despedí de mi madre, pero si de mis hermanitos para ellos siempre estaré.

El entierro fue muy doloroso y emotivo, fueron todos sus amigos, mis 2 tíos con sus esposas e hijos, quienes me miraban con desprecio, ya que mi madre les enveneno la mente y los puso en mi contra, los que conocían la verdad me brindaron todo su apoyo.

Los días pasaban y con ellos todo mi sufrimiento parecía no acabar nunca, Lupita tuvo que volver a la capital, me sentía tan sola y deprimida, creía que nada mas me podría pasar, que equivocada estaba.

Mi madre se encargó de desprestigiarme, y poner mi imagen y reputación por el piso, diciendo que era una z***a y que había matado a mi abuelo de un disgusto cuando me encontró en la cama con Darío.

Nadie quiso que le cociera, incluso la señora Rosa se vio afectada porque sus costuras disminuyeron, nadie quería relacionarse con nosotras.

Lo peor eran los comentarios morbosos de los hombres que veía en las calles, y las miradas y murmuraciones de todas las mujeres. Fui blanco de todo tipo de agresiones verbales incluso me arrojaban verduras y frutas en mal estado cuando iba al mercado.

Un día la señora Rosa se enfermó y no pudo entregar un encargo, me ofrecí a llevarlo porque era a 3 cuadra de la casa, iba caminando nerviosa no entendía porque cuando pase la primera cuadra, 2 hombres comenzaron a seguirme haciéndome insinuaciones y propuestas indecentes, acelere el paso, pero los hombres también lo hicieron, corrí lo mas rápido que pude, eran mas rápidos y se acercaban mas y mas a mí, me sentía entre la espada y la pared, sabía que si gritaba, aunque alguien saliera a ver lo que ocurría, nadie iba a ayudarme.

Un auto paro a mi lado cuando ya casi llegaba al lugar de la entrega mi corazón latía a mil, pensé lo peor, me van a subir al auto y me violaran o me van a vender a la mafia para tráfico de blancas.

Un joven muy musculoso bajo, y ahuyentó a los hombres con un bate de beisbol.

Te encuentras bien. No temas soy el nieto de Joaquín Santos el amigo de tu abuelo, te reconocí y vi que estabas en peligro.

Oh gracias, por tu ayuda me querían hacer daño.

Sube te llevo, voy a dejar este pedido en la casa de la esquina, y luego iré a casa.

Bien yo te llevaré, mi abuelo no me perdonaría si sabe que te vi en peligro y no te ayude.

Gracias, señor eres muy amable.

Mi nombre es Juan, no me digas señor que me haces sentir viejo.

Gracias Juan. Está mejor.

Si muchísimo mejor, Amanda.

Como sabes mi nombre.

Tu abuelo no hablaba de otra cosa que no fuera de lo orgulloso que se sentía de su niña, y en varias oportunidades me mostró fotos tuyas, dijo que eras hermosa, pero se quedó corto.

Me sonrojé, gracias por el cumplido.

Me bajo hay en casa de doña Rosa la modista.

Lo sé mi abuelo me contó lo sucedido, siento lo del señor Antonio eres un excelente hombre, y te quería mucho.

Una lágrima se me escapo, baje mi cabeza para que no lo notara.

Gracias Juan, por salvarme, cuídate y saludos a don Joaquín. Me bajé del auto, arranco y se fue.

Entre a la casa de la señora Rosa, pensando que devia irme, pues era solo una carga y estaba dañando su vida con mi presencia.

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