¡No necesito de un hombre compasivo!

...Pov Ivanov....

La excitación y euforia se hicieron a un lado al verla reaccionar de esa manera, ahora solo siento rabia y preocupación, ojalá no sea lo que imagino, ¿Quién pudo dañarla tanto como para que sienta miedo de entregarse sin temor? De haberlo sabido habría tenido mayor tacto, ¡Maldición! ¿Cómo podré ayudarla?

— Elena... ¿Estás mejor? — La escucho sorber la nariz, luego el sonido del grifo expulsando agua, imagino que lava su rostro, y por último la puerta se abre dejándola ver, actúa como si nada hubiese pasado, pero sus ojos rojos e inflamados dan fe de todo lo contrario. Quisiera abrazarla y decirle que no se preocupe, que voy a estar para ella, pero tengo miedo de tocarla y empeorar las cosas, no sé como actuar.

— ¿Quieres hablar? — Niega con la cabeza. — Yo puedo...

— No es necesario, has llegado hasta aquí por otro motivo, hablemos de ello. — Vuelve a mostrarse como la mujer fuerte que siempre es. Suspiro al saber que si quiero ayudarla tendré que esperar y ganarme su confianza.

Camino de un lado a otro antes de hablar.

— Dasha, la mujer que viste ayer en mi empresa...

— Lo sabía, estás con ella, si a eso viniste puedes largarte, no quiero una relación de tres donde yo seré la tercera.

— Jamás te pediría algo así.

— ¿Entonces?

— Salí un par de veces con ella, siempre fui claro, jamás le di falsas esperanzas.

— ¿Se acostaron?

— No he sido un santo.

— ¿Y qué se supone que debo hacer con esta información? — Dice en un tono molesto.

— Necesito que creas en mí.

— Aún no te estoy entendiendo.

— Está obsesionada conque debemos estar juntos, ya le he explicado de todas las maneras posibles que no hay nada, pero...

— Pero es una loca que cree que diciendo que está contigo y que probablemente te va a dar un hijo, todo va a cambiar.

— Lo sabías. — Digo en un tono apenas audible.

— Luego de que me llamaste revisé las redes.

— Porque no habías dicho nada.

— Primero no me diste tiempo. — Muevo la cabeza a lado y lado sabiendo que entré como una piraña. — Y segundo, te conozco y sé que eres un hombre directo, si me dices que no hay nada lo creeré. — Suelto todo el aire que había retenido en mis pulmones al oirla.

— Pensé que sería más difícil.

— Respecto a nosotros. — Mi cuerpo se tensa al ver su gesto justo al pronunciar esa frase.

— No lo digas. Te dije que iríamos lento, lamento haber actuado de manera tan impulsiva, no volverá a pasar a menos que así lo desees.

— No va a pasar, ya te diste cuenta, no puedo, y no quiero profundizar en el tema.

— No me importa, no es lo único quiero de ti. — Me mira incrédula.

— ¿No me estás entendiendo? Yo ¡no necesito un salvador! ¡No necesito de un hombre comprensivo que crea que puede juntar los pedazos de algo que está dañado, yo estoy dañada! ¡Estoy rota en mil pedazos y eso es algo que ni tú ni nadie podrá cambiar en un millón de años! — Camina de un lado a otro al tiempo que habla y con una de sus manos agita su cabello desde la raíz. — Por favor vete. — Dice mientras se detiene dándome la espalda.

Suspiro resignado, abro la puerta, pero no puedo, no quiero irme, la vuelvo a cerrar y cuando lo hago, ella piensa que me he marchado y su pose de mujer fuerte y autosuficiente se desmorona dejándose caer, lleva ambas manos a su rostro y llora como una pequeña niña. Me arrodillo a sus espaldas y la cubro con mis brazos, su llanto se hace aún más fuerte, jamás pensé verla de este modo, Elena es una mujer tan fuerte, alegre y llena de vida, qué contagia a los demás con sus locuras.

— Aquella vez en la clínica... — Habla entre sollozos — cuando te pedí pasar la noche juntos, sentí que solo contigo podría lograrlo, me sentía segura a tu lado, pero...

— Pero fui un idiota que no sabía el daño que hacía. — En este momento me odio a mí mismo por haberla dejado sola, ella confió en mí, y yo fui un maldito que le faltó.

— No tenías por qué saberlo.

— Pero bien que sabía lo que sentías por mí, y lo peor es que yo sentía lo mismo y aun así me marché, te dañe en el proceso, eso es algo que no me voy a perdonar, aun así quiero que seas tú quien me perdone, así podré aliviar la carga.

Se hace un silencio en la habitación y Elena vuelve a llorar aún entre mis brazos, pero esta vez en completo silencio, siento como su pecho vibra ahogado por el llanto, el nudo en mi garganta cada vez es más grande, solo puedo acariciar su cabello, quisiera meterla bajo mi piel y protegerla del mundo exterior.

— Levántate y vuelve a ser tú, no estás sola, juro protegerte, nadie te volverá a dañar, ni siquiera yo. — Gira su rostro para mirarme por primera vez en todo el tiempo que llevamos en el suelo y asiente, su mirada muestra una luz de esperanza al encontrarse con mis ojos, en este momento y por esa mirada sé que mi vida a partir de este momento girará en torno al propósito de sanar su corazón y hacerla feliz; Elena ha sufrido tanto o más que yo para llegar al punto de sentir miedo.

Me pongo en pie y la ayudo a incorporarse.

— ¿Dónde está tu equipaje? — Pregunto una vez la noto más relajada.

— Lo he sacado todo, no sé cuanto tiempo estaré aquí.

— ¿Dónde están las maletas?

— Allí. — Contesta señalando el lugar donde se encuentran. Las tomo y empiezo a empacar su ropa.

— ¿Qué haces? — Pregunta algo sorprendida por mi forma de actuar.

— Empacar tus cosas, vendrás conmigo.

— Pe... Pe... — Tartamudea.

— Pero nada... — La interrumpo. — Elena, ayer dijiste que hoy me darías una respuesta ¿Aún no la tienes?

— Sí, está bien iré contigo. — No te vas a arrepentir, prometo portarme bien, ya no seré más un jodido pulpo, tomaré veinte baños de agua diariamente si es necesario.

— ¡No seas tonto! — Sonríe mientras me lanza una blusa que estaba doblando, la tomo y la guardo en la maleta.

— ¿Te he dicho que amo tu sonrisa?

— Lo dijiste anoche.

— Prometo decirlo todos los días, bonita, mi bonita.

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