Carmelo Carmona utilizó su influencia para obtener la custodia de Natalia y Verónica de manera fraudulenta. Acusó a su propio padre, Rómulo Carmona, de conducta inapropiada hacia las niñas, lo que bastó para que se le prohibiera cualquier tipo de contacto con sus nietas. En cuanto a los padres de Nathalie, argumentó que eran demasiado mayores para hacerse cargo de ellas. Durante años, ambos abuelos —maternos y paternos— le suplicaron que les permitiera cuidarlas, preocupados por el evidente deterioro emocional de las niñas. Pero Carmelo se negó una y otra vez. Tener la custodia de las hijas del “héroe caído” era una herramienta invaluable en su ascenso político.
La llegada de Natalia y Verónica a la casa Carmona causó revuelo. Ya vivían allí tres hijos: Rómulo, de 17 años; Roberto, de 15; y Mireya, de apenas cuatro. Las hermanas tuvieron que compartir habitación —algo a lo que no estaban acostumbradas— y adaptarse a una dinámica completamente ajena. Como tutor legal, Carmelo también fue nombrado albacea de la fortuna de las niñas. Aunque Juan había dejado pocos bienes, Nathalie tenía un patrimonio considerable. Carmelo lo administró —y lo despojó— bajo la excusa de “proteger sus intereses” hasta su mayoría de edad.
En las primeras semanas, después de la tragedia, Natalia dejó de asistir al colegio y cuando finalmente volvió, sus compañeros comenzaron a evitarla. No entendían su mirada ausente ni su actitud retraída. Lo mismo ocurrió con Verónica. La escuela, en lugar de ser un refugio, se volvió una extensión de su aislamiento. Su mundo se achicaba.
La esposa de Carmelo, Mireya Moncada, estaba gravemente enferma y prácticamente ausente de la vida familiar. No intervenía ni en la crianza ni en los conflictos. El ambiente en la casa era caótico y hostil. Rómulo —el mayor de los hijos— siempre había tenido una conexión especial con su tío Juan, lo que irritaba profundamente a Carmelo. Tras la muerte de su tío, Rómulo se sintió devastado y volcó su afecto hacia sus primas, convirtiéndose en su principal apoyo.
Pero para Roberto y la pequeña Mireya, las recién llegadas eran una molestia. La tensión no tardó en escalar.
Un año después de que Natalia y Verónica llegaran a la casa, Mireya Moncada murió a causa del cáncer. Fue un golpe duro para Carmelo. Toda la frustración que acumuló por la enfermedad y la pérdida la descargó, sin filtros, sobre sus hijos mayores… y sobre sus indefensas sobrinas.
Natalia comenzó a adelgazar de forma alarmante. Su ropa le quedaba grande, flotando sobre un cuerpo cada vez más frágil. Se cubría con capas y capas de tela, como si buscara esconderse del mundo… o de alguien en particular. Quienes la rodeaban asumían que su cambio era consecuencia de las dos tragedias vividas en apenas dos años: primero la muerte de sus padres, luego la de su tía. Nadie imaginaba el secreto oscuro que la estaba consumiendo.
Porque Natalia no solo sufría emocionalmente. Su cuerpo estaba cubierto de moretones. Su tío Carmelo la golpeaba con frecuencia. Y lo peor ocurría por las noches, cuando entraba a su habitación con intenciones indescriptibles. El miedo la dejaba paralizada. Y el silencio… la volvía invisible.
Rómulo Jr., su primo mayor, siempre había desconfiado de su padre. Antes de morir, su madre le había contado cosas que le impidieron idealizarlo. Cuando descubrió lo que ocurría con Natalia, lo enfrentó. Carmelo lo castigó con dureza, pero a Rómulo no le importó. Desde ese momento, se dedicó a proteger a sus primas con una determinación feroz. Nunca las dejó solas.
Tiempo después, Carmelo se casó con su amante, Margarita. Lo hizo para limpiar su imagen pública de viudo inconsolable y reforzar su narrativa familiar de “hombre responsable”. Toda su atención se desvió a la campaña electoral que lo acercaba, por fin, a la presidencia. La llegada de Margarita fue un alivio para Natalia y Verónica. Aunque no era precisamente una mujer íntegra, sí sentía compasión por las niñas. Y eso bastó para frenar las humillaciones que Mireya y Roberto solían infligirles.
De todos los hijos de Carmelo, Margarita solo sentía verdadero afecto por Rómulo Jr. Era el único que apreciaba como a un hijo. Y quizá por eso, los días más oscuros para las hermanas Carmona comenzaron a ser un poco más llevaderos.
El ambiente en la casa de Carmelo Carmona era muy tóxico, aunque por fuera, proyectaban una imagen impecable: una familia ejemplar, disciplinada, con valores tradicionales. Pero por dentro, todo era desconfianza, poder y manipulación. Roberto y Mireya solían conspirar para causar problemas a su madrastra, a su hermano mayor y, sobre todo, a sus primas. Natalia y Verónica hacían lo posible por pasar desapercibidas, evitar conflictos y esquivar las represalias de su tío o de sus primos.
Rómulo, el mayor de los hijos de Carmelo, vivía en constante tensión. Desconfiaba de su padre y no ocultaba su paranoia frente a cada una de sus acciones. Margarita, la nueva esposa de Carmelo, deseaba ser madre, pero no podía tener hijos, lo que la hacía aún más volátil emocionalmente. Carmelo, por su parte, solo tenía un objetivo: consolidar su poder y hacerse con el control del país. Y si bien era despiadado con casi todos, tenía un punto ciego cuando se trataba de su hija Mireya.
Desde sus catorce años, Natalia empezó a colaborar en las oficinas de Carmelo. Era brillante, y Margarita lo notó de inmediato. Por eso le ayudaba a crear una relación "funcional" con su tío, aunque esa cercanía solo era una máscara. Verónica, en cambio, se mostraba torpe, tímida y evasiva... exactamente como Natalia le pedía que actuara. Porque mientras Carmelo la considerara inofensiva, estaría a salvo. Lo cierto era que Verónica era tan inteligente como su hermana. Solo que, dentro de aquella casa, parecer débil era una forma de sobrevivir.
Natalia amaba a su hermana con una devoción feroz. Haría cualquier cosa por protegerla. Con los años, ambas comenzaron a atar cabos y a darse cuenta de que la muerte de sus padres había sido... demasiado oportuna. Vivir bajo el techo de Carmelo les enseñó que no era solo un hombre ambicioso. Era un hombre peligroso. Y probablemente, un asesino.
Carmelo tenía poder, pero también enemigos. Uno de ellos era el periodista Armando Ramírez, dueño del diario La Verdad. De línea liberal y reconocido por su rigurosidad, seguía de cerca la misteriosa muerte de Juan Carmona. Aunque no tenía pruebas, su instinto lo empujaba a sospechar de Carmelo. Un día, publicó un editorial titulado: “Capitalizar la desgracia”. No mencionaba nombres, pero muchos entendieron la referencia. El artículo generó revuelo y simpatía en quienes ya dudaban de la fachada carismática de aquel político ascendente.
Natalia estaba en clase, copiando sus apuntes, cuando encontró un ejemplar de La Verdad olvidado en una de las mesas. Leyó el editorial. Y aunque aún era muy joven, entendió perfectamente cada palabra. Lo que ahí estaba escrito... era verdad. Nadie mejor que ella para saber qué clase de hombre era Carmelo Carmona.
—¿Puedo quedarme con esta página? —preguntó en voz baja.
—Sí, Natalia —respondió el profesor.
—Gracias —dijo ella, doblando con cuidado el papel y guardándolo como si fuera una evidencia.
Desde ese momento, Natalia guardó aquella página del periódico como si fuera un talismán. En silencio, se hizo una promesa: descubriría la verdad. Y si su tío era responsable, pagaría. No importaba el precio. No lo perdonaría jamás. No descansaría hasta ver caer a cada uno de los responsables de haberle arrebatado a sus padres… y de haber condenado a su hermana a vivir con miedo.
—Juro que hasta el último de los responsables por la muerte de mis padres… lo haré pagar —susurró una noche, con los ojos llenos de lágrimas y un resentimiento que ya se parecía más a determinación.
Pero Natalia no era la única que comenzaba a sospechar.
Una tarde, Verónica escuchó una conversación entre sus tíos cuando pensaban que estaban solos. No entendió todo en ese momento, pero las palabras quedaron grabadas en su memoria como una bomba a punto de estallar.
—¿Cómo estuvo la reunión con Carlos López? —preguntó Margarita.
—Mal —respondió Carmelo con furia—. El muy maldito se atrevió a amenazarme.
—¿Carmelo… acaso Carlos López sabe lo que pasó con tu hermano? —preguntó ella, visiblemente preocupada.
—Por desgracia, lo sabe todo. Y tiene pruebas —admitió Carmelo, apretando los puños.
—¿Cómo lo supo?
—No lo sé. Pero me dijo que no me va a apoyar y que si me atrevo a hacerle algo, va a sacar toda la verdad sobre la muerte de Juan y Nathalie.
Verónica se quedó inmóvil tras la puerta y aun siendo pequeña, sintió que aquello tenía un peso distinto. Un eco que no entendía… hasta que leyó la hoja del periódico que su hermana guardaba con tanto celo, fue entonces cuando todo cobró sentido y aunque el miedo se apoderó de ella durante mucho tiempo, no tardaría en darse cuenta de que esa conversación era una pieza clave.
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Comments
Keyza V.
vas a pagar por todo lo malo que has hecho
2022-09-07
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