Una Elección Un Destino
En el año 2010, iba a comenzar la secundaria y obviamente apunté a rendir el examen de admisión en una de las instituciones más prestigiosas de mi ciudad. Las materias fueron lengua, matemáticas e historia. Me había preparado lo suficiente, debo reconocer que no era muy buena estudiante, ya que, el estudio y yo no nos llevábamos muy bien, pero por lo menos corajuda para postularme y aventurarme en esta nueva travesía. Lo cual no salió bien, porque no llegué a alcanzar el puntaje necesario para poder acceder.
Esa fue la primera vez que sentí que fracasé en algo que anhelaba. Me imaginaba caminando en esos pasillos amplios, con mi uniforme de camisa blanca y pollera tableada verde. Tener nuevos amigos, y seguir junto a los que ya tenía porque éramos varios los que nos postulamos. Lamentablemente, Beatriz Carayani y yo no tuvimos esa posibilidad. La situación se tornó totalmente adversa. Ya que nunca habíamos tenido un plan B, y fue ahí donde aprendimos la lección de que las cosas puede que no salgan como uno espera. Sin dilatar y dejar que pasara el tiempo fui con mi mamá en busca de otra institución que pudiera recibirme y poder seguir mis estudios. Ese mismo día, nos enteramos por una amiga de mi tía que la escuela técnica EES 1700 Salvador Tierra, se encargaba de recibir aquellos estudiantes que no pudieron ingresar a otros establecimientos. Cuando nos acercamos al lugar, nos habían informado que debíamos presentar varios papeles para que pudiera ser admitida.
Una vez juntado aquellos documentos necesarios para mi inscripción, me fui con Bea a anotarnos, tuvimos que hacer una larga cola que tenía por lo menos dos cuadras. El día no ayudaba en nada, las temperaturas eran agobiantes y la fila parecía que nunca avanzaba. Cuando logramos ingresar a la escuela, la verdad que no nos gustó mucho pero no teníamos opciones. Reconocer que el fracaso dolía, pero, por otro lado, debíamos asumir las consecuencias y hacernos cargo de nuestra nueva realidad.
La experiencia del primer día de clases, con el uniforme compuesto de pollera azul, camisa blanca con el escudo grabado de la institución, los zapatitos negros, una bincha haciendo juego con mi outfit colegial, la mochila y una botella de agua. A lo largo de los días, me preguntaba si realmente iba a poder con esta nueva etapa, el miedo al futuro me asustaba. Quizás temores infundados por la incertidumbre o lo desconocido, hacía que todo el tiempo pensará en ello.
Recuerdo que un día un leve golpeteo se sintió, en la puerta de la clase de Matemáticas, era la preceptora Sandra, una mujer muy amable y siempre con una sonrisa en sus labios, pidió al profesor, ocupar un instante el pizarrón para que lleváramos una notificación a nuestros padres sobre Educación Física.
Lunes, 03 de marzo
Señor tutor:
Se le informa que el día miércoles los estudiantes deben asistir al parque Donovan situado en rincón del valle 1700 en donde tendrán Educación Física. Esta actividad se realizará los días lunes y miércoles de 16:30 a 17:30 h. Las mujeres y varones deben llevar pantalón largo o corto de color azul y remera blanca. Quedan debidamente notificado.
La dirección
— Chicos, recuerden hacerles firmar a sus padres y traerme mañana esta autorización para entregarle a la directora. ¿Tienen alguna pregunta?
— No — respondimos todos.
— Bien, los dejo que sigan con su docente.
Le agradeció al profesor y salió del aula con una sonrisa de oreja a oreja. Siempre que ella venía lo hacía en el horario de esta materia.
Cuando llegué a casa, esperé a que mamá vuelva de su trabajo y poder mostrarle la nota que nos había dado la preceptora. Mientras tanto, busqué en mi armario si tenía ropa deportiva que solicitaba la escuela. Luego de pasar horas lo único que encontré fue una remera blanca de la primaria, pero había crecido de un año para el otro, ya que mi estatura rondaba el 1.75 m. Nunca fui acomplejada por la altura. Cada uno debe quererse como es, sin importar los estereotipos que dicen si una persona es linda según la simetría de su cara o ser delgada o tener curvas, porque eso es el estándar de belleza.
Escuché la puerta y sabía que mamá había llegado, ¿y cómo lo sabía?, sencillo, el ruido de sus llaves era inconfundible, tenía una fascinación por los llaveros, de tan fanática tuvo que pedirle al vecino que de profesión es soldador hacer una adaptación para poner sus chiches, cada uno de aquellos era bastante particulares y muy llamativos.
— Hola, má — le dije.
— Hola, hijita, ¿cómo te ha ido hoy?
— Bien, estoy un poco más tranquila porque siento que me estoy adaptando a la escuela.
— Me alegra escuchar eso. Ahora que ya estoy en casa vamos a comer. Traje de la rotisería, pollo al horno con tu preferido, papas gratinadas con roquefort.
— Gracias. — Ella siempre trataba de compensar el poco tiempo que pasaba conmigo con algo que me gustara. Creo que trataba de ahogar sus culpas.
Nos sentamos a comer, dejamos el celular en el living, porque esa era la regla. Y en ese tiempo hablábamos de nuestras cosas.
— Por cierto, la preceptora nos dio una nota para que los padres autoricen para dejarnos ir a educación física. Me fui hasta el living donde estaba mi mochila, saqué mi cuaderno de comunicaciones y se lo di.
— Hija, no tienes nada de esto. Mañana voy a mandar a mi secretaria a comprarte dos remeras, un buzo y una calza.
— Está bien —le dije.
Terminamos de comer y mamá se fue de vuelta a la oficina, hacía un sacrificio para estar conmigo, aunque sea al mediodía. En mi mente eso aliviaba el no tenerla más tiempo. Después uno se acostumbra y se vuelve un ser solitario.
Siendo la noche, me acosté a ver un programa de Marina Bonelli, una filósofa contemporánea; me quedó retumbando lo que dijo antes de dormir: “Las elecciones que uno toma van guiando el rumbo de tu vida. Muchas veces te sorprende porque jamás pensarías que podría marcar tu destino.”
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