Águila
En el último piso de un edificio se escucha el jadeo de dos personas. Un par de respiraciones bailaban lentamente. Era un espacio condicionado para la práctica de deportes.
Dos hombres practicaban un arte marcial, a leguas se notaba quién era el experto y quién el aprendiz. Pues el primero lucía movimientos finos y fluidos, mientras que el segundo carecía de finesa.
Practicamos movimientos de defensa y bloqueos, ataques, fintas y reflejos. El experto estaba decidido en hacer aprender al otro, al no darle tregua ni descanso durante un buen rato.
Una alarma sonó, indicando que el tiempo de práctica había terminado.
Libardo se tiró al piso para tranquilizar su alocado corazón, mientras que él se sentó con los pies entrelazados y las manos sobre las rodillas; bueno, en posición de meditación.
Era el encargado de entrenar a su amigo, en caso de no poder estar a su lado en una mala situación, esperaba que eso no pasará para no hacerlo dudar de su competencia.
- ¿Cómo está la chica? - Preguntaron no muy lejos.
- ¿Qué chica? - Intentaba bajar el ritmo a sus latidos.
- Pues quién más, esa que se la pasa buscándote entre la multitud cuando huyes, que piensa que eres muy guapo, que le gusta cómo te vistes y cree que te ves como los espadachines de las películas chinas -.
Su ceño se fruncido. A ese hombre nada se le escapaba.
- ¿Te metiste en su mente? ¿por qué invadiste su privacidad? - Le lanzó una mirada de reproche.
Ahora sabía aún más información de la que deseaba, incluyendo la que ella ya le había contado.
Supuestamente intentaba alejarla, para no encontrarla, ya que la mitad de sus encuentros siempre eres medio del peligro.
La segunda vez había estado a punto de matarla y poner el peso de su muerte en su conciencia, y hecho que el sujeto escapara sin imposibilidad de seguir su rastro.
- No me metí porque quisiera, fue por trabajo, trabajo - Recalcaron.
- No puede ser trabajo si la escaneas en la cafetería - Replicó volviendo a cerrar los ojos, y la imagen de una rubia de ojos azules lleno ese espacio de concentración.
- No fue a propósito, ella se atravesó frente a mi objetivo de estudio y no fue en la cafetería, sino afuera, mientras ella ponía todos sus pensamientos en ti, antes de que te fueras como un conejo asustado -.
En los últimos días siempre que la veía venir o la sentía desaparecía por arte de magia. Algunas veces ella lograba ver la sombra de su ropa, pero no dejaba que le alcanzará.
Abrió los ojos negándose a cerrarlos, cada mención de ella solo le hacía fijar su imagen, era molesto.
No quería nada que ver con mujeres parlanchina.
Se tiró al piso mirando al techo. Libardo no iba a dejar de molestar con esa mujer hasta cansarse, sabía que no le agradaban cuando habrían la boca, menos tener una encima como un ave de rapiña, prefería ser el águila y no el ratón.
- No, no dejaré de molestar - Rieron haciéndole mirarlo asustado.
- No lo hagas, avísame primero, me siento violado - Se abrazo así mismo y con una expresión dolida.
- No digas tonterías, hace que parezca un pervertido - Le aventaron un zapato.
- Pues en mi mente, me pertenece - Le aventó el zapato de vuelta.
- Ella también podría pertenecerte si dejas que te cures a fobia. . . ¡o no! Creo que ya la tienes en tu mente, Jaja - Libardo rodaba por el suelo riéndose.
De estiró para darle un puntapié. Claro que no la tenía en su mente, menos lo haría en su corazón. Estaría loco si eso ocurriera.
Libardo le escribo. Al menos sabía esquivar sus ataques, volvió a lanzar otro golpe.
Parecían gatos traviesos jugando en lo alto de un edificio, metiéndose uno contra el otro.
- Ya es hora de irnos, la escuela nos espera - Dijo libardo en uno de esos ataques mirando el reloj de la pared, con una sonrisa que no auguraba nada bueno.
- Bien, te salvas este día, tengo que revisar todas las rutas de la universidad para poder . . . vigilarte - Salió primero de la sala para darse un baño mientras Libardo se preparaba.
- Más bien para escaparte - Le dijeron a su espalda.
Sí, también para eso. Pero no le iba a decir en voz alta. De todas formas, su amigo ya lo sabía si estaba tanteando las energías de su mente.
Arribaron a la universidad una hora después, aún tenía un poco de sueño por haberse levantado tan temprano entrenar a su pupilo.
Entró por otra puerta, evitando que lo relacionaran con Libardo. Anduvo un largo rato entre los pasillos, observando lo que le rodeaba y cuando hubo terminado su primera inspección se dirigió a conseguir un café.
Necesitaba otra dosis más de cafeína a parte de la que había bebido en el departamento de su jefe, o terminaría caminando dormido.
Una suave y atrapante música le llegó de uno de los salones. Pensaba pasarlo de largo pero las puertas acristaladas le jugaron una mala pasada. Estaban abiertas de par en par dejando salir la melodía hacia el pasillo.
La sensualidad e inocencia de los movimientos le dejaron a mitad de dar otro pasó hacia su café, cuánto cometió la tontería de inspeccionar por costumbre. Había sido atrapado por esa cadencia y entrega de la bailarina.
Ni una serpiente podía moverse mejor, con todas esas vueltas y disociación de cuerpo. Ni él, experto en artes marciales tenías la flexibilidad.
Tal vez debería pedir esa mujer que le enseñara, para mejorar su entrenamiento.
La chica giro de rostro y le sonrío. Diablos, ¿era él? Miro a su alrededor buscando más gente, pero estaba solo en el pasillo. ¿Acaso no tenía más conocidos a los cuales perseguir?
Ella voló hacia él, antes de siquiera pensar en poner pólvora sus pies, y fue jalado hacia el interior donde se escucharon gritos y aplausos.
¿Qué debería hacer? Estaba atrapado en este salón junto a la rubia que lo inducia a seguir sus pasos, por qué le tomo de la mano y su estiró para después dejarse caer, sabiendo que el la atraparía.
No tuvo que esforzarse mucho, ella bailaba haciéndole participe de esta escena íntima en dónde era espectador y actor.
Nunca había pensado quedar bajo el encanto de esta hechicera de movimientos sensuales e inocentes, hasta hacerle olvidar que tenía fobia a estar cerca de las mujeres.
Estaba siendo envuelto lentamente, que olvidó que estaba rodeado de gente y se sumergió en seguirla, escenificando la historia, hacia la que la rubia de ojos azules le jalaba.
Se volvió el amante a la cual la mujer de la historia rendir homenaje a través de los tiempos, apareciendo en cada reencarnación para recordarle que ella era su inspiración, su musa, seduciendolo con su encantó en cada vida, con un final siempre trágico en el cual podía volverse fuerte o causar destrucción.
Ella le inspiraba las más bajas pasiones y los más grandes más grandiosas proezas, en cada vida la mujer era su mundo, la luz de sus ojos.
No pudo evitar mirarla con esa misma luz del amante, haciendo que los presentes quedarán fascinados por la compenetración de la pareja de baile.
Sus labios se habían acercado inconscientemente al final de la historia para sellar ese amor eterno, cuando un parpadeo de ella rompió el hechizo en el que estaba.
Alzó las dos manos y la dejó caer, como si lo hubiesen descubierto haciendo algo indecente.
Ella se quejo en el suelo
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