Darcel
- Mamá, ¿en serio no me quieres? Por qué yo te quiero mucho. ¿Crees que soy un monstruo? Pero si me veo igual que los demás. Mami - Llore tumbado en aquella fría piedra en medio de la oscuridad.
Había sido metido en esa celda oscura, dónde nunca había luz, ¿por qué? Porque me había resistido a que me inyectaron una cosa oscura en las venas.
Esas agujas eran de puntas metálicas, muy gruesas, y cuando me inyectaban sentía demasiado dolor, un dolor que duraba varios días.
Este había sido mi castigo; ser lanzado a la oscuridad, sin nada, podría morir y no sé darían cuenta, o más bien si lo harían, porque parecía ser importante para el hombre de traje.
Lloré un buen rato hasta que me cansé. Tenía miedo de que me saliera un fantasma. Uno de esos hombres decía que los fantasmas vivían en la oscuridad, arrastrando cadenas por todo lo malo que habían hecho en la vida. Y que, si te topabas con ellos, te absorberían en el alma para que les ayudarás a cumplir su condena eterna, donde no había descanso, y los castigos eran más horribles que los míos.
Pero yo no había hecho nada malo o ¿sí?, ¿cómo debería comportarse una persona buena? Yo quería ser una persona buena, y no volverme uno de esos fantasmas, tampoco quería toparme con uno. Ya con mis castigos tenía suficiente para agregarle más.
Un ruido muy cerca me hizo correr a la puerta y tocar de forma incontrolable. No quería gritar para que el fantasma no conociera mi voz o me encontraría a donde sea que fuera. Seguí golpeando con desesperación en silencio, pidiendo que alguien me sacara de aquí.
- Mami, ayúdame - Susurré bajito, aún seguía creyendo estúpidamente en mi amada madre - Mami, sácame de aquí, no importa que no me quieras, prometo que me iré lejos para que puedas vivir, pero por favor . . . tengo mucho miedo. . . no quiero ser un fantasma encadenado, no quiero -.
Deje de golpear, y me quedé pegado a la puerta, temblando, tratando de escuchar a dónde se había ido el sonido.
No sé cuánto tiempo pasó, yo aún no sabía contarlo, me quedé esperando en la puerta. El sonido volvió a escucharse cerquita. Salte tan alto como me lo permitía mis cortas piernas de niño, y corrió otra esquina, lejos.
- Ayúdame, por favor. . . por favor - Mi pecho se agitaba alocadamente. ¿Y si el fantasma se daba cuenta de donde estaba porque escuchaba los sonidos de mi corazón?
Cálmate corazón, no dejes que me encuentre, no lo dejes.
Mis lágrimas se formaron en mis ojos a pesar de que lo sentía secos. Tal vez terminara seco de tanto llorar, porque no podía hacer que mis ojos dejaran de escurrir toda el agua de mi cuerpo.
El sonido no se volvió a escuchar por largo rato. Estaba a salvo, así que me acurruqué en el suelo, abrazando mis rodillas. Tenía frío, sabía que no me iban a dar una manta, así que tenía que intentar permanecer calientito.
Estaba cabeceando de lo cansado que estaba, pero no quería dormir tan pronto, si había un fantasma aquí dentro acechándome.
Algo rozo mi brazo. Salte y volví a la puerta, esta vez sin importar que el fantasma reconociera mi voz, había olvidado esto porque me había tocado.
Grité con todas mis fuerzas para que me sacaran. Estaba segurísimo que el fantasma intentaba poner una de sus cadenas en mi brazo.
Golpee todo lo que pude, grité hasta quedarme sin fuerzas. El ruido se multiplicó y gire para intentar ver entre la oscuridad.
Mi pecho ya no soportaba más tanta atención, así que el suelo vino a mi. No supe si me desmayé o no, porque la oscuridad siguió sin cambio.
Al abrir mis ojos, el lugar seguí oscuro. Me dolió parte de la cabeza y un hombro. ¿Me había dormido o me había desmayado?
Toque mi pecho para comprobar si aún latía mi corazón o el fantasma ya me había llevado. Un suave retumbar se sintió en mi palma.
Me alegré de ser una persona todavía.
No me levanté del suelo, me quede quieto. Sí había un fantasma quería que siguiera pensando que aún no me despertaba.
¿Por qué nadie venía por mí? ¿querían que esta vez muriera o me querían entregar a ese fantasma porque no les había obedecido? ¿por qué no se enterraban ellos mismos sus agujas? Así sabrían que duele mucho.
¿Por qué mi madre no quería venir a sacarme de este feo lugar? ¿me odiaba tanto que quería verme sufrir? Soy muy pequeño, no puedo lastimar como esas personas que están a mi lado.
Lo único que quiero es que me abrace y me diga que me quiere. Solo eso. ¿Es malo querer que tu mami te deje entre sus brazos?
La puerta se movió. Me senté lentamente en mi sitio esperando. La puerta se abrió despacio trayendo la preciada luz de nuevo hacia mi. Aproveché para ver mi celda, y buscar al fantasma.
Al parecer se había largado, y me había dejado. Pero estaba preocupado, ya conocía mi voz, ahora podría encontrarme cuando quisiera.
Le había construido un puente hacia mí.
Ojalá se perdiera y nunca me encontrará. No iba hablar por muchos días, así no sabría en dónde estoy. No me dejaría arrastrar a esta celda tan pronto, no le daría ese gusto.
- Niño, ven aquí o te vuelvo a dejar dentro - Rió el hombre que estaba afuera.
Me levanté y camine rápidamente antes de que se le ocurriera dejarme dentro, de verdad. Tal vez esta vez sí me atraparia el fantasma.
Maldito hombre mentiroso, me había engañado con fantasmas. Así que me vengué mucho tiempo después. Le hice ver sus amados fantasmas y probar el terror que viví muchas veces encerrado en esa celda.
Cuando murió no estuve satisfecho, quería más, mi corazón no estabas saciado. Quería seguir oyendo gritar de terror por mucho tiempo más. Ese hombre había resultado ser un debilucho.
Un debilucho como muchos que se habían cruzado por mi camino y atrevido a ofenderme.
¿Sería mi tío también un ser humano débil? Lo miré una vez más, mientras seguía armando su plan para destruir a la familia.
- Me voy - Dije atrayendo su mirada molesta.
- ¿A dónde? - Su voz aún era fuerte y vivaz para su edad.
- Libardo tiene que verse con unos hombres en el centro comercial, me lo dijo mi contacto - O más bien se lo saque sin que se diera cuenta.
- Bien, trae buenos resultados - Como si él estuviera haciendo mejor. Era yo quien me exponía todo el tiempo.
Gire y salí de la sala. Me dirigí al centro comercial más lujoso de la ciudad en busca de mi hermano mayor.
Cruce la amplia puerta acristalada como un turista más. Evitando a las personas como siempre.
Había algunas risitas adolescentes cuando pase por las escaleras eléctricas. Me recargue de ligeramente y gire a verlas.
Mi simple mirada casi las hace desmayarse. Sí les hubiese lanzado mi sonrisa habrían muerto.
Mi sonrisa no contenía belleza sino promesas tenebrosas. Yo mismo me había encargado de construir una sonrisa inolvidable, capaz de provocar pesadillas como todos esos verdugos habían hecho conmigo.
Con un pequeño niño indefenso, olvidado por su familia. Que estaba completamente solo y a merced de la humanidad por ser un monstruo, que más tarde comprendí, era verdad.
Seguí mi camino hacia aquel restaurante para destruir todos los planes de libardo.
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