Estuve muy puntual en frente de su casa de fachada rústica, aunque de agradable apariencia. No tuve un buen sueño por estar divagando en mi mente con la expectación de conocerla, y de saber más detalles sobre el diario con un enigmático lenguaje. Al tocar el timbre de forma vacilante e inquieta, respiré hondo mientras me arreglaba el cabello que ya estaba presentable, puse toda mi atención en mi apariencia desde muy temprano, no obstante, el nerviosismo me ganaba causando un inusitado desliz en mí actuar sin darme cuenta en ese instante. Al poco tiempo de la inquietante espera, la puerta se abrió de un solo movimiento, advertí la imagen jovial como atractiva de una mujer pelirroja y de rasgos caucásicos, con una cabellera rizada larga hasta la cintura, luciendo un hermoso vestido floral que acentuaba su esbelta como voluptuosa figura. Cada detalle en su rostro como en su agradable aspecto me hipnotizaron por completo, deleitándome con la agraciada joven de ojos profundos como el cielo despejado, sencillamente quedé cautivado como un tonto enamorado de aquella mujer que nunca imaginé conocer.
Estaba en silencio sin percatarme que ella me había saludado e invitado a pasar, hasta que su voz sonora me despabiló de la abstracción. Me disculpé con ella avergonzado de mi actitud, y entré al interior de su casa de modesta apariencia. Luego de sorber el té de menta que me ofreció al sentarme en el sofá de su sala, me centré en escuchar su mensaje.
—Tal vez he sido descortés cuando ayer hablé por teléfono, me disculpo si le he causado incomodidad. No tenía tiempo y debía irme a trabajar, por ese motivo no podía atender su llamada con más disposición —manifestó.
Ante sus palabras quedé anonadado, distraído, tomé un sorbo de té caliente que me irritó la garganta y no paré de toser con malestar, lo cual me sentí otra vez avergonzado e irritado conmigo mismo por no tener recato y modales en una situación tan importante para mí. Ella amablemente me trajo con premura un vaso de agua fría, y gracias a ese gesto tan oportuno es que pude sentirme más aliviado. Después de la peripecia del momento, volvió a retomar la palabra con soltura y encantadora voz:
—Me siento tranquila ahora que ya se encuentra mejor, por favor, tenga más cuidado cuando tome una bebida caliente. En fin, ahora me gustaría saber el motivo de su visita, y espero poder ayudarlo.
Dejé el vaso al pie de la mesa de madera, y relajando un poco la tensión en mi cuerpo, sacudiendo sutilmente las manos, comencé a dialogar:
—Bueno, lo que me ha conllevado hasta su morada y de conseguir su contacto, es por el motivo del diario que le fue entregado a mi abuelo. Lo que sucede es que quería saber algún detalle que conozca relacionado con el cuaderno.
Hizo un ademán para retirarse, y se encaminó a la escalera hacia el segundo piso, entre tanto, tomé el agua restante con avidez para tranquilizar un poco los nervios a flor de piel. No parecía ser una persona risueña como me lo había contado mi abuelo, tenía una expresión seria, pero afable, su mirada era cautivadora y fulgurante, sus labios carmesíes, su delicada piel pálida; todo en ella era una hermosa obra de arte andante que no vi en ninguna reunión que tuve, o en algún otro lugar.
Esperaba ansioso, con las manos inquietas, apoyadas sobre mi regazo, y con la mirada enfocada en un plano vacío, ensimismado en mis pensamientos. Su llegada me despabiló y alcé la vista hacia ella que traía consigo un llamativo cofre de madera. Se sentó sin apuro y extendió su mano para mostrarme una foto que traía antes de ocupar su sitio, incitándome a verlo con un gesto en la mirada. Acogí con mis manos trémulas, y fijé la vista en la foto que era muy similar a la que traía el diario que me mostró mi abuelo. En la fotografía se hallaba una mujer de melena corta hasta el hombro, un estilo característico de la época clásica de Hollywood. Además, que poseía atributos muy destacables en su apariencia física, como su elegante vestir, a simple vista consideraría que era una actriz que debía ser popular, ya que estaba sentada en una mesa pomposa con personas de igual estirpe en una gala de premiación. Mientras observaba la imagen, me comentaba quién era la mujer de la foto.
—Se llamaba Elizabeth Ross, es mi abuela materna, y fue una cotizada actriz polaca- alemana. Principalmente, se hizo conocida en Europa y América, pero era aún más conocida en Polonia, su país de nacimiento. Su padre era judío y su madre era alemana, aunque ambos se conocieron en ese país donde la criaron desde que nació. Mi abuela vivió en primera persona el holocausto de su país natal, en Auschwitz, donde fue llevada como a los demás judíos, polacos, comunistas. En fin, creo que no es necesario seguir nombrando más.
Guardó silencio y bajó la mirada hacia sus manos entrelazadas, reflejando un semblante sombrío, por lo que, al verla en ese estado, decidí retomar la palabra a la brevedad:
—Siento mucho conocer esa parte de su historia, entiendo que hubo mucho sufrimiento en la segunda guerra mundial. Es mejor no recordar sucesos tristes, pienso que por ahora es suficiente con lo que me ha relatado.
Al volver la vista hacia mi rostro, esbozó una leve sonrisa y con tono bajo expuso:
—No estoy incómoda al contarte parte de la historia de mi familia. Además, tu visita está relacionado con ese diario, y por ello, es necesario que sepas los detalles de lo sucedido, si eso es lo que buscas.
Sonreí con afable expresión, tratando de animarla un poco, e intervine con ameno tono:
—Es cierto que estoy interesado en saber más detalles del diario que mi abuelo obtuvo de la señora Elison. Y realmente te agradezco por tu ayuda.
Le devolví la foto y ella lo guardó con cuidado en el cofre que contenía otras fotografías similares a la que me había mostrado. Por ende, supuse que debían ser de su abuela, aunque estuve un poco confundido cuando mencionó que era su abuela materna, ya que creí que la señora Elison era su abuela, pero a pesar de la duda preferí guardar silencio y solo escuchar su confidencia. No obstante, ni bien terminó de guardar dentro del cofre, aquellas dudas que tuve desde un inicio se disiparon gracias a su aclaración, como si supiese lo que quería saber.
Prosiguió su relato con voz pausada:
» La señora Elison, tal como la conoces, es mi tía y fue ella quién me cuidó desde que tenía cuatro años. Mi madre falleció cuando yo tenía esa edad y pasé a vivir con mi tía. En cuanto a mi abuela, a pesar de haber transitado por un trágico episodio en su vida, pudo encontrar un buen hombre que la hizo feliz, así que decidieron casarse y tuvieron dos hijas; y disfrutó su vida con plenitud. Mi tía fue la única que tuvo interés en saber más sobre la vida de su madre, por ello, mi abuela le confió el diario, y también le contó pasajes de su vida cuando mi tía aún era una niña, aunque evitó siempre relatar sucesos trágicos. Sin embargo, cuando mi abuela ya de edad tuvo la pérdida de mi abuelo y quedó al cuidado de mi tía, se animó a revelarle la verdad de lo que le ocurrió en el holocausto de Auschwitz. Con el fin de dejar en paz su pasado antes de morir, confiándole también ese objeto que lo mantuvo guardado hasta sus últimos días, y del cual mi querida tía también cumplió la promesa de entregárselo a la persona adecuada. No pensé que tu abuelo fuese esa persona, pero fue un alivio que lo recibiera. Lo supe porque mi tía me comentó antes de fallecer que al fin había hallado al verdadero dueño. Por ello es que, cuando por última vez fui a la residencia para cumplimentar unos documentos después del entierro de mi tía, no imaginé que el diario volviese a caer en mis manos. Así que reflexioné en dárselo a tu abuelo personalmente, porque creí que se había olvidado en algún rincón, y que el personal no sabía que le pertenecía. Sin embargo, no lo hallé y preferí venir en otro momento para entregárselo. También, no quería que me viera con un rostro lúgubre, y que se enterara de que su querida amiga había fallecido. No obstante, lo encontré en el camino y tuve que decirle ese triste acontecimiento y entregarle el diario «.
Dio un suspiro y desvió la mirada hacia el cofre que lo acariciaba con los dedos, extraviándose por un instante en sus recuerdos, entre tanto, yo seguía en silencio embriagado por diversas emociones al contemplarla y al escuchar su confidencia. Al poco tiempo reanudó sus palabras, dejando el cofre al lado suyo.
» Yo no quise tener el diario conmigo, porque traía consigo memorias trágicas que vivió mi abuela, y no quería tener eso como recuerdo.
Cuando mi tía y mi madre eran ya mayores, solo mi tía quiso saber el pasado de mi abuela, mi madre, en cambio, le desagradaba escuchar ese tipo de relatos, porque era una persona muy sensible, y prefería no saberlo e indagar sobre ello. Por mi parte, cuando mi tía decidió marcharse a la residencia para adultos mayores, en la cual pasó sus últimos tres años de vida. Antes de irse me preguntó si quería saber más sobre la historia del diario que estaba relacionado con el pasado de mi abuela. En ese momento, no estaba segura de conocer el pasado de mi abuela, del cual únicamente mi tía conocía con más amplitud, por ello, cuando iba a visitarla, me relataba pasajes cortos de la vida de su madre antes de irse a dormir. Yo nada más la escuchaba sin indagar sobre lo que me contaba, a veces dudaba si realmente eran ciertas o se desviaba del relato original a causa de su enfermedad que padecía, ya que mi tía también tenía Alzheimer.
Debo admitir que antes de saber a quién le pertenecía, cuando observaba de reojo el diario en ciertas ocasiones, siempre tenía curiosidad de saber de quién era. O por qué mi tía lo tenía en su velador junto a la imagen de la virgen María, aledañas a las fotografías de su madre cuando era joven. Pensé en un inicio que, mientras tomaba el diario y dejaba de lado el paño con el que limpiaba el mueble, quizás sería de mi abuela, ya que cuando abrí la tapa del cuaderno tenía una hermosa caligrafía y el idioma era polaco. No obstante, recuerdo claramente al hojear el diario, de repente se me cayó una fotografía en blanco y negro, donde hallé a una mujer agraciada con un pequeño niño que cargaba en sus brazos. Y a otra persona que no lograba identificar su género a simple vista, pero intuía que era un chico, y que tal vez, era el hijo mayor de la joven señora. Me quedé abstraída en la imagen que ni cuenta, me di que mi tía había ingresado a su habitación, acercándose con sigilo para luego hablarme de ello. Volviendo a la realidad al escuchar su voz pausada y reflexiva, mencionando que las personas que se hallaban en la foto eran una familia que también habían pasado por ese trágico momento, al igual que mi abuela materna. Me explicó también que el diario le pertenecía al hermano mayor del pequeño niño. Era él quién había escrito sus memorias y ansiaba volver a ver a su pequeño hermano, al que había dejado a cargo de un hombre que le dio trabajo en su librería, quién era de descendencia polaca- judía. Aquel hombre se llamaba Alfred, y logró escapar junto a su esposa y el pequeño niño, llegando a migrar a España. El pequeño niño resultó ser tu abuelo, fue así como me lo reveló mi tía antes de acostarse en su cama «.
Guardó silencio por breve lapso bajando la vista, y luego miró la hora en su reloj. Al verme, reflejando una afable sonrisa, prosiguió:
—Creo que por ahora debemos terminar con la conversación. Ya es tarde y debo alistarme para irme al trabajo.
Se levantó al instante luego de concluir con sus palabras, esperando a que yo hiciera lo mismo. Antes de marcharme le pregunté si sabía el idioma que estaba plasmado en el diario, a lo que ella negó con la cabeza y alegó:
—Mi abuela fue la única que supo el idioma, pero cuando conoció y se casó con mi abuelo, que era de nacionalidad española, decidieron regresarse al país natal de mi abuelo, donde formaron una familia. Mi abuela aprendió con el tiempo el idioma castellano, por lo que, se fue adaptando a la cultura del país. Por ende, mi madre y mi tía no aprendieron el idioma polaco, al contrario, el alemán e inglés fueron los idiomas que mi abuela decidió que lo aprendieran desde niñas.
Di un suspiro sutil decepcionado por su respuesta, y me encaminé hacia la salida para luego despedirme con ademán cortés. Cuando me dirigía a mi auto, de repente escuché su voz que me incita a detenerme y volver la vista hacia ella.
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