—Señor Frank, debo anunciarle que su abuelo ha fallecido a las dos de la mañana en el "Sanatorio Parque". Según lo que informaron los médicos, es que el problema que venía teniendo en los pulmones años anteriores se agravó, y no pudo resistir al tratamiento, por ende, sufrió un paro cardíaco que causó su muerte.
Quedé devastado ante la noticia que ya presentía antes de venir a escucharla personalmente, no pude contener el llanto y me dejé llevar por la aflicción.
Al finalizar el entierro de mi querido abuelo, me quedé cerca de su tumba hasta que el crepúsculo se hizo presente, pensando en su última confesión y las dos semanas de vida que le quedaron. Tal vez, mi querido abuelo habría presentido su partida, ahora comprendía el porqué de su insistencia, y más aún, el deseo que tenía en sus ojos al decirme que quería saber lo que estaba escrito en ese diario, que nunca tuvo la oportunidad de leerlo. En ese instante, mientras veía la tumba de mi querido abuelo, en medio del sombrío atardecer, le prometí en mis pensamientos que le revelaría los escritos que tanto quiso conocer. Y que luego de transcribirlo en mi diario, vendría a visitarlo para leer ante su sepulcro, como una forma de agradecimiento por todo el amor que me brindó desde pequeño, llenando el vacío que mi padre dejó con su fría e indiferente actitud.
Transcurrieron los días y pronto dio el comienzo del mes de diciembre, estuve ocupado con mis proyectos como escritor, y empezaba a incursionar como guionista de cine. Con todo ello, el tiempo se me había hecho escaso para buscar el modo de traducir los escritos del diario que, por desgracia durante mis ratos libres, no pude hallar hasta el momento una persona que pudiese ayudarme con el idioma. Pensé que no sería un asunto tan complejo el descifrar el contenido del diario, pero mientras iba pasando los días no encontraba a la persona correcta. Y en sí el problema era que en España el idioma no era conocido, o tal vez los jóvenes hoy en día preferían estudiar idiomas más populares, y eso dificultaba mi objetivo. Por ende, la necesidad de cumplir con mi promesa, y sobre todo, desde que traje el diario conmigo, sentía una extraña conexión e ineludible interés por saber lo que contenía en sus páginas, reflejando el pasado de infante de mi querido abuelo. Por lo que, cada vez me sentía más ansioso e impaciente por conocer esa realidad.
Había pasado la navidad con mis amigos y conocidos, como siempre mi padre era adicto al trabajo, que para él no existía las celebraciones, por ello, ahora mi familia eran las personas que conocía en mi trabajo como fuera de ello. Durante la celebración de la navidad y el año nuevo, los recuerdos de mi querido abuelo se hacían presente, aquellos días y momentos que pasábamos juntos, incluso cuando se trasladó a vivir a la casa hogar. Y mientras pensaba en aquellos recuerdos, disfrutando de la fiesta de año nuevo en la casa de mi editor, algo inesperado sucedió. En mis pensamientos recordé lo que mi abuelo me había comentado cuando me dio el libro, y que hasta ese instante no se me había ocurrido.
Al día siguiente, después de la celebración del fin de año, me dirigí muy temprano por la mañana a la residencia donde se hospedó mi abuelo, porque necesitaba saber la dirección de la nieta de la señora Elison, con el fin de conseguir más información acerca del diario. Y tal vez, si tenía suerte, podría encontrar un conocido suyo que pudiese traducir los escritos. No fue tan sencillo que me brindaran la información de su contacto, ya que, el encargado de administrar los registros de los residentes, se negaba a darme lo que quería, y solo recibí de su parte un interrogatorio. Por fortuna, cuando salía del despacho del hombre de mediana edad con su habitual semblante serio, al paso me encontré en el camino al director de la residencia, quién amablemente me invitó a entrar a su oficina, donde tuvimos una charla amena. Gracias a ese encuentro pude conseguir la dirección y el teléfono de contacto de la señorita Miller.
Ni bien llegué a mi departamento, comencé a teclear en el teléfono su número de contacto, pero no pude responder al oír su voz que me pareció suave y melodiosa, me quedé en blanco y con voz vacilante. Por ende, luego de aquella experiencia que jamás me había pasado, tuve que escribir en una hoja de papel lo que iba a decir, cuándo la volviese a llamar, y no pasar un momento bochornoso y trabarme con las palabras.
Me costó un poco conseguir las palabras adecuadas para poder obtener su ayuda e interés en revelar el contenido del diario. Aunque mientras iba marcando los números de su contacto, intuí que tal vez no le tomaría importancia al asunto, ya que recordé por breve instante cuando mi abuelo me comentó que le había entregado el diario sin dudarlo. Sin embargo, después de tantos días tratando de hallar la manera de poder traducirlo y no lograrlo, sentía que ella era la única alternativa que tenía hasta el momento.
La voz suave y agradable volvió a sonar por la bocina del teléfono sin tanta urgencia, por breve lapso me quedé en silencio queriendo escuchar más su voz melodiosa, pero un repentino "Adiós" de su parte me hizo reaccionar y en seguida contesté:
—Hola... Hola. Siento llamar de repente, solo quería preguntarle si puedo ir a su casa.
Ella inquirió con desconcierto:
—¿Quién habla? ¿Nos conocemos? No me es familiar su tono de voz.
Al instante respondí con nerviosismo, olvidando por completo la hoja de papel en la que había dedicado gran parte de mi tiempo en redactarlo, y que ahora solamente la fluidez de nuestras palabras se sincronizaba sin siquiera conocernos aún.
—Lo siento mucho, que mal de mi parte decir tal disparate. De verdad, no sé qué me pasa, estoy algo nervioso, te pido disculpas por ello. Mi nombre es Frank, soy el nieto del señor Francisco, era un amigo muy apreciado por la señora Elison. No sé si se acuerda de mi abuelo.
Hubo un breve silencio antes de darme un Sí con un hilo de voz. Después de otro lapso en silencio que pensé sería su última palabra, prosiguió:
—Tuve la oportunidad de conocer al señor Francisco, y lamento su pérdida.
La interrumpí manifestando mi sentido pésame por el fallecimiento de su abuela, entonces luego de agradecerme, sin más preámbulos, me dio su permiso para visitarla al día siguiente a las diez. Por lo que, deduje mientras me detallaba mejor su dirección, que debía estar ocupada por lo solícito que fue su mensaje. Le agradecí por su tiempo y colgué la bocina con una sensación de desasosiego e intriga por el día acordado de nuestro primer encuentro, el cual presentía que sería algo inolvidable.
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