Capítulo 2

Dejando el libro de cuero sobre su cabecera, tomó mis manos y con tono afable, mostrando una apacible mirada, expresó:

—No es necesario que me traigas un regalo, me basta con tu presencia. Te he enseñado desde pequeño que lo más importante es un sincero y afectuoso abrazo, compartiendo y disfrutando el día con amor y alegría.

Lo interrumpí queriendo aclarar que no lo hacía como una disculpa tardía, no obstante, mi abuelo intervino con su habitual tono de voz sosegado:

—No sigamos hablando de lo mismo, mejor quiero decirte algo muy crucial, y que ya es momento que lo debas saber.

Me quedé intrigado a su mensaje mientras lo observaba expectante, entre tanto, mi abuelo soltó mis manos y recogió el libro que hace un momento lo abrazaba con candor y añoranza, para luego colocarlo entre mis manos. Se mantuvo un lapso en silencio, fijando su mirada en el libro que yacía en mis manos. Mantenía una expresión taciturna, como si divagara en sus recuerdos, aquellos que no escuché entre sus historias cuando era niño.

Cuando iba a emitir mis palabras, levantó la mirada y sonrió.

—¿Aún recuerdas las historias que te contaba de niño? —interrogó curioso.

Asentí con la cabeza, extrañado a su pregunta. Dio un suspiro hondo y luego prosiguió:

—Bueno, debo decirte que en esas historias plasmé parte de mi vida de infante. Te las contaba como si fuese un cuento de fantasía para no inquietar tu inocente mente, y así disfrutaras de los relatos. Pero a medida que ibas creciendo dejé de transmitirte mis vivencias en esas historias, porque no las recordaba. Hay un hueco temporal de mi vida de infante que no pude recordar hasta ahora que he estado dilucidando mejor esos acontecimientos, sucedidos antes de cumplir los seis años. Pensé mientras crecía que no importaba traerlas a la memoria, estaba distraído con mi rutina diaria que no tomé importancia a rememorar ese pasado que no surgió en mis pensamientos cuando era más joven.

Estaba sorprendido de lo lúcido que se encontraba en ese instante, y quería seguir escuchándolo más, esperando a no ser interrumpidos, entre tanto, la intriga se tornaba intensa, no obstante, ante su silencio y el desviar de su mirada me ponía intranquilo. Al fin, después de un lapso corto, volvió a retomar la palabra, fijando su mirar sombrío en mi semblante preocupado.

—He tenido incontables pesadillas desde muy joven, aunque no tomé interés de ello porque las olvidaba con facilidad. Sin embargo, ahora que descubrí el significado de ese asunto, todo concuerda perfectamente. Mis recuerdos extraviados, mi vida de infante y adulto, incluso ahora en el que suelo perderme por momentos indeterminados en esos pensamientos aludidos a esa época.

Apoyando sus manos entre las mías que se aferraban al libro, hizo una pausa breve mientras seguía ensimismado en sus pensamientos, para luego continuar con su insólito mensaje.

—Quiero que te quedes con el diario que te he dado, es lo más preciado que tengo en este mundo. Es lo único que me ancla a mi verdadero origen del cual yo provengo, y que gracias a ello ahora sé que puedo irme en paz y reunirme con mi auténtica familia. Sobre todo, quiero reencontrarme con mi amado hermano mayor, del que tengo muy poco su nítida imagen en mi memoria, aunque he tratado y me he esforzado hasta sentir dolor de cabeza para rememorar su imagen.

Inquirí sin preámbulos, abrumado por su confesión:

—Abuelo, ¿de qué familia hablas? ¿Te refieres a que este cuaderno pertenece a mi tío Eduardo o tal vez es de mi tío Ricardo?

Al ver mi desconcierto, esbozó una leve sonrisa y respondió sin inmutarse:

—Nunca se lo comenté a tu padre, ni tampoco te lo mencioné. El hecho es que la familia con la que conviví desde que tenía seis años, me adoptaron y acogieron como un hijo. No pregunté mi origen porque a esa edad mi mente estaba distraída con mi nueva familia, y había omitido gran parte de mis recuerdos, eso incluye lamentablemente mi procedencia. Tampoco me lo dijeron hasta cuando cumplí la mayoría de edad, por ende, al saber la verdad, no tenía interés de saber quiénes eran mis verdaderos padres, o si tuviese hermanos. La familia que me acogió fue la única a la que consideré mi verdadera familia, y por ello es que ahora que puedo ver mejor el panorama de mis recuerdos perdidos. Con mucho pesar lamento y me arrepiento de no haber valorado esa parte de mí que no quise recuperar, aunque sea a través de los recuerdos y la verdad.

Volví a inquirir sintiendo un nudo en la garganta y con la voz temblorosa:

—Abuelo, dime ¿Cómo obtuviste este diario? ¿Sabes dónde está tu hermano? ¿O si tiene familia?

Apartó sus manos de las mías y me pidió con voz baja que le trajera un vaso con agua, a lo cual accedí rápidamente, regresando a mi lugar con premura mientras le entregaba el vaso con cuidado. Luego de beber el agua me dio el vaso, tomando entre sus manos el libro. Al sentarme después de dejar el vaso sobre la mesa redonda de cristal aledaña al ventanal. Entre tanto, abría el libro de hojas amarillentas y ajadas, sacó una fotografía mediana en blanco y negro, donde mostraba a tres personas sonrientes en medio de un campo florido con un hermoso cielo despejado. Al observar la foto detenidamente, mi abuelo me iba explicando quienes eran señalándome con el dedo sobre la fotografía.

—Esta mujer de cabellos ondeados y sedosos es mi querida madre, se le ve tan bella y sonriente. Al lado derecho está mi querido hermano mayor que trae puesto una boina escocesa, se ve delgado y muy guapo. Y, por último, él del medio soy yo, en esa época estaba muy pequeño, calculo unos tres a cuatro años —señaló.

Me quedé contemplando la imagen de aquella foto casi deslucida, puesto que, a pesar del tiempo, estaba muy bien cuidada, de lo contrario, es probable que no apreciaría los detalles con más precisión. Estaba concentrado en una persona en particular, y no sabía por qué me abstraía por completo la imagen de su hermano mayor al que trataba de reconstruir su apariencia real en mi mente. Imaginando los colores que podía tener sus cabellos o sus ojos, además de lo esbelto que se advertían sus rasgos faciales, a pesar de tener la boina que casi ensombrecía su rostro por la sombra que se dibujaba en su cara, aparte de lo delgado y alto que era.

En medio del silencio, mientras observaba la foto, de pronto mi abuelo me interrumpe con voz casi susurrante:

—En las pesadillas que se manifestaron desde que era infante, se destacaba la figura casi perceptible de mi hermano mayor, al que no pude recordar con certeza a pesar de sentir que lo conocía. Por otra parte, el rostro de mi madre que se evidencia en la foto, a ella, fue muy pocas las veces que logré obtener su imagen en mis sueños.

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