—Es una lástima —chasqueo la lengua, con fingido pesar—. Podría resultarle atractivo a muchas mujeres si no fuese un completo hijo de...
Sus cejas se alzan con incredulidad en ese momento y enmudezco de inmediato. Entonces, su mirada se carga de desafío y amenaza. Todo mi cuerpo reacciona en respuesta y, la parte estúpida e impulsiva que casi siempre me domina trata de abrirse paso a la superficie. Trata de empujarme hasta conseguir el valor de concretar la oración; sin embargo, la domino justo a tiempo y me quedo callada.
Gael Avallone espera unos segundos por el fin de mi oración, pero esta nunca llega, así que se limita a asentir con satisfacción antes de acomodarse metódicamente los puños del saco que viste.
—¿Qué experiencia tiene, señorita Herrán? —el hombre habla y, de pronto, adopta una expresión seria y profesional.
—Escribo por gusto, señor Avallone. Estudio letras, pero aún no me gradúo —me sincero—. Puedo enviarle algo de lo que hago si así lo desea, pero la realidad es que no soy una autora reconocida ni mucho menos.
Lo piensa unos segundos, antes de asentir una vez más.
—Sería ideal si pudiese enviarme algo de lo que escribe. No me malentienda, pero necesito saber que voy a poner la historia de mi vida en manos de una persona que sabe lo que hace.
—Me parece justo —sonrío, pero estoy aterrorizada. Existe una posibilidad muy grande de que no le guste lo que hago. Siempre he sido muy dura conmigo misma respecto a lo que escribo, así que no estoy del todo segura de ser tan buena como la gente dice que soy.
—Le diré a Camila, mi secretaria —no se me escapa la mirada que me dedica en el momento que dice la palabra secretaria—, que le pase mi correo electrónico personal, para que así usted pueda enviarme alguno de sus escritos.
—¿Puedo pedirle un favor a cambio? —mi voz suena ligeramente inestable. Es la primera vez que me permito mostrar un poco del verdadero mar de sentimientos que llevo dentro ahora mismo.
—¿Qué clase de favor? —alza una ceja con superioridad.
—¿Qué clase de favor? —alza una ceja con superioridad.
—¿Podría leer lo que le mande lo más pronto posible? Así no me tendrá esperando meses por una respuesta.
«Mis nervios no lo soportarían.» Quiero agregar, pero no lo hago.
La expresión curiosa que me dedica, hace que el nudo de mi estómago se apriete con violencia. No es una sensación del todo desagradable.
—Trataré de hacerme un espacio pronto —dice, al tiempo que me dedica un gesto afirmativo que se me antoja amable y estudiado—. Asegúrese de dejar sus datos en recepción. De cualquier modo, haré que mi publirrelacionista se comunique con usted o, en su defecto, con la editorial, cuando tenga una respuesta.
Se pone de pie en ese momento y yo lo imito. Su mano se estira en mi dirección y la estrecho con más fuerza de la que debería antes de seguirle a través de la estancia.
Acto seguido, abre la puerta de su enorme oficina.
—Puede retirarse —dice con aire cordial, pero se siente como si estuviese echándome a patadas.
—Espero su respuesta. Fue un placer conocerlo —sonrío con aire taimado y socarrón, y él me dedica una mirada extraña.
—Un placer, Tamara Herrán —dice, al tiempo que me regala un asentimiento cortés y señala en dirección a la salida.
Yo, sin perder más tiempo, me encamino fuera de la oficina.
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Comments
Josefina Mendoza
Empezamos con buen pie. Parece tener buena trama.
2022-07-12
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