—En realidad si llamé —me defiendo. Mi tono es neutro. Tranquilo. Controlado.
Se detiene en seco.
Toda su atención se posa en mí y su mandíbula angulosa —y perfectamente afeitada— se tensa en respuesta. En el proceso, un músculo se le marca en el área y hace que sus facciones luzcan más hoscas de lo que en realidad son. No hay que ser un genio para notar que mi comentario no ha hecho más que enfurecerlo un poco más.
Otro escalofrío me recorre la espalda en el momento en el que sus impresionantes ojos se clavan en los míos. No son azules, grises o verdes. Son castaños, pero de una tonalidad tan clara, que casi asemeja al tono que tiene la miel. Muy a mi pesar, debo admitir que, a pesar de que no son muy diferentes del color marrón que tenemos el ochenta por ciento de la población mundial, son impresionantes. No puedo dejar de pensar en el hecho de que el color claro de su piel los hace resaltar. Tampoco puedo dejar de pensar en que es mucho más joven de lo que esperaba. No le calculo más de treinta años.
«Ya veo porqué su secretaria está completamente sobre él...» Comento para mis adentros y, en el proceso, reprimo una sonrisa.
En ese momento, mi mente evoca la primera imagen que tuve del hombre que se encuentra frente a mí, y casi me echo a reír.
Encontrar a Gael Avallone, uno de los hombres más ricos del mundo —según el Forbes [1]—, con las piernas de su secretaria enredadas alrededor de sus caderas y los pantalones enroscados en los muslos, fue algo bastante... perturbador.
—Y si nadie le responde, la señorita entra, ¿no es así? —escupe—. ¿De todos modos, quién demonios es usted?, ¿quién la dejó pasar?
Me aclaro la garganta y me obligo a sostenerle la mirada. La energía que emana es pesada, intensa y hostil, y eso lo hace lucir un tanto aterrador; sin embargo, no me permito lucir amedrentada. No voy a hacerle saber cuán nerviosa me siento ahora mismo.
—Vengo de parte del señor Román Bautista, Editor en Jefe de la Editorial Edén —respondo, con toda la naturalidad que puedo imprimir en el tono de mi voz.
—¿Qué? —la pedantería y la arrogancia que hay en su voz hacen que me den ganas de golpearlo en la cara.
—Usted accedió a que se realizara un libro biográfico —digo—, acerca de..., bueno..., usted —agrego, por si no ha quedado claro. Trato, con todas mis fuerzas, de no sonar demasiado irónica en el proceso, pero no estoy muy segura de haberlo logrado.
Es solo hasta ese momento, que el hombre delante de mí se digna a mirarme a detalle. Su vista recorre la extensión de mi cuerpo con lentitud y eso me hace sentir más allá de lo incómoda, pero trato de no hacerlo notar.
—¿Qué hace usted aquí, entonces? ¿Qué recado viene a darme?
—No he venido a darle ningún recado.
Alza sus cejas en un gesto incrédulo, impaciente e irritado.
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Comments
Helena Ramirez Vargas
Guao estará guapo
2022-09-27
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