Capítulo 4: Una cucharada de intriga

Brenda salió de su oficina estirándose como si acabara de correr una maratón. Ese día no había parado ni un segundo, pero su antojo era más fuerte que el cansancio. Se asomó por la baranda del segundo piso y llamó con voz juguetona:

—¡Mirian! ¿Me podrías preparar un helado? Pero no muy grande, ¿sí? Ya me conozco… empiezo diciendo que no puedo y termino pidiéndome otro.

—¡Claro, señora! —respondió la joven con una sonrisa—. Ya mismo se lo llevo.

Brenda bajó despacio las escaleras, desabrochándose un botón de la blusa para sentir el aire fresco. Al llegar a la sala de atención, notó a un cliente sentado solo. Al principio no lo reconoció, pero cuando se acercó un poco más, le pareció familiar… y entonces lo vio bien: ¡el chico de la otra vez! El de la sonrisa de película y los comentarios atrevidos.

—Hola —dijo Brenda, sin más.

Roger levantó la vista, sorprendido pero encantado, y su sonrisa se expandió como si lo hubieran conectado directo al sol.

—Hola, hermosa.

—Uy, qué cariñosito —dijo ella, arqueando una ceja.

—Jajaja, es que con mujeres lindas como tú, no me sale otra cosa.

—Me imagino entonces que andas por la vida repartiendo halagos. ¿Así vas diciendo "hermosa" a cada mujer que se cruza? —rió Brenda, llevándose la mano al pecho como si estuviera escandalizada.

—Jajaja, tampoco. No todas provocan lo mismo.

Brenda sonrió, divertida. El tipo tenía respuesta para todo.

—Bueno, ya que me tiras flores, al menos te digo mi nombre: Brenda Suárez.

Roger alzó las cejas, como si acabara de resolver un misterio.

—¿Brenda? Entonces tú eres…

—¿La dueña de esta heladería? —dijo ella, adivinando su pensamiento—. Sí, lo soy.

—Eso lo explica todo —dijo él, entre risas—. La mesera me recomendó el helado “Brenda”, y ahora entiendo por qué. Si sabe tan bien como te ves…

—Jajajaja, tranquilo, no vayas a derretirte tú —le guiñó el ojo—. Ese nombre fue idea de una amiga. Quiso que tuviéramos helados con nuestros nombres.

En ese momento, llegó Mirian con los pedidos.

—Aquí están los helados. Y veo que ya conoces a la inspiración de tu elección, señor —bromeó.

—Sí, y no decepciona —respondió Roger, sin quitarle la vista de encima a Brenda.

—Gracias, Mirian. Me lo llevo a la oficina —dijo Brenda.

—¡Espera! —Roger la detuvo con suavidad, tomándola del brazo—. ¿Por qué no te quedas? Así nos hacemos compañía. Supongo que allá estarías sola…

Brenda dudó apenas un segundo. Lo miró de reojo, midiendo su intención.

—Bueno, no es mala idea. Pero si empiezo a hablar sin parar, te aguantas.

—Jajaja, acepto el riesgo.

Se sentó frente a él y compartieron unos minutos dulces, literalmente. Conversaron entre risas, miradas cómplices y cucharadas de helado. Roger era encantador, con ese toque reservado que lo hacía aún más atractivo. Brenda, por su parte, era toda chispa y frescura. Una combinación curiosa.

—Bueno, ahora sí me voy —dijo ella, tras terminar el helado—. Me están esperando unos papeles arriba.

—Ya me estaba acostumbrando a tu compañía —dijo él, fingiendo desconsuelo.

—Jajajaja, qué lástima, ¿no?

—Oye… ¿te gustaría salir conmigo?

Brenda lo miró, divertida.

—¿Salir? Apenas nos conocemos.

—Por eso mismo. La idea es conocerte. ¿Qué dices?

—Mmm… ¿a dónde sería ese “salir”?

—Donde tú quieras. Me pasas tu número y planeamos algo.

Brenda lo pensó por un segundo, pero algo en su interior ya había tomado la decisión. Sacó su celular y se lo dictó.

—Ok, Mancini. Pero más te vale sorprenderme.

—Te va a encantar.

Más tarde, a las ocho, Brenda llegó a su apartamento, un penthouse moderno y amplio. Aunque no era ostentosa, vivía bien. Tenía dos pisos, decoración elegante y todo impecablemente ordenado. Se quitó la ropa ejecutiva con la que siempre se vestía para trabajar, se duchó, preparó un sándwich con chocolate caliente y se acomodó en la sala con una manta y su serie favorita.

Mientras lavaba los platos de la cena, escuchó su celular sonar. Salió corriendo escaleras arriba, pensando que podía ser algo urgente.

Contestó sin mirar la pantalla:

—¡Hola! Casi me haces caer

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