...Olivia Müller...
Ya habían pasado cinco días desde nuestra reunión con los Laurent.
Para ser honesta, nunca me sentí cómoda en ese lugar. Solo asistí porque podría ver a Bastian y Kaleth. No porque realmente me interesara interactuar con el resto de los presentes aquel día.
El simple hecho de tener que discutir asuntos exteriores y comerciales de la empresa un fin de semana durante una parrillada, me parecía que eso era lo más patético que podríamos llegar a hacer. Y tener que involucrarme directamente con las negociaciones y planificaciones era realmente tedioso, además de estresante. Era una especie de juego al cual estaba esclavizada y bajo la merced de quienes lo jugaban, una simple marioneta en las manos de un sádico titiritero.
Desgraciadamente, no podía salirme del juego.
Al menos no aún.
Di un vistazo al espejo para comprobar que todo mi uniforme estuviera impecable. No quería tener que soportar los reproches de un obsesivo compulsivo a primera hora de la mañana.
Tomé mi mochila y salí de la habitación.
Bajando las escaleras, me fijé en la hora que marcaba el reloj de la pared en la sala.
Las seis treinta.
—Llegas tarde —fue lo primero que escuché al cruzar el umbral de la cocina—. Se supone que deberías estar desayunando a las seis y veinte.
—Diez minutos no hacen gran diferencia.
—Para ti no, para mi sí. Ahora siéntate y come —me dedicó una mirada fría y no tuve otra opción más que obedecer.
Se notaba a leguas que algo no había salido de acuerdo a lo planeado.
Lo más probable es que la propuesta no fuera aceptada, pero todos sabemos que los empresarios chinos no son tan idiotas como para aceptar la proposición de una inversión inicial de cincuenta millones de dólares en una empresa exportadora que a duras penas y consigue un pago a final de mes. Una inversión de este estilo sería como tirar el dinero a un hoyo sin fondo.
Ya podía sentir lo que se avecinaba.
—Supongo que ya sabes lo que sucede ¿No? —tenía la mirada fija en el periódico.
—Puedo imaginarlo
—primero coloqué el cereal en el tazón y luego la leche.
Como debía ser.
—Entonces no tengo nada que explicar —bebió un poco de café y luego me miró—. Cincuenta millones están en juego... Hoy llega el vuelo del señor Han y mañana es viernes —se levantó de la silla y avanzó hacia mí—. Así que ya sabes que hacer —me tomó del mentón para obligarme a verlo—. Sin errores esta vez, o vas a pagarlo tú.
—Sí.
—¿Sí... Qué? —el asco era palpable en su tono de voz.
—Sí, señor.
Entonces me soltó y tomó una servilleta para limpiar la mano con la que me había tocado.
Ese fue un claro ejemplo de lo mucho que me apreciaba.
—Mañana es viernes, no lo olvides. Espero que todo sea perfecto.
Y dicho esto, salió de casa.
Solté el aire que tenía contenido en mis pulmones.
Cada vez que estaba cerca de mi padre me mantenía en alerta, cada vez que hablaba con él sentía que por mi columna vertebral subía la sensación de pánico así como una enredadera que me mantenía presa entre sus ramas.
No podía seguir soportando esto.
No podía.
Era imposible que olvidara el día viernes. Ese maldito día estaba grabado con fuego a cada célula de mi ser, estaba allí como una cicatriz, jamás iba a desaparecer. Además de eso, no me parecía justo que una vez a la semana tuviera que atravesar un infierno en la tierra, era como ser castigada por un pecado que no recordaba, era lo más sucio y bajo qué podía caer solo para mantener la empresa sin futuro de Heinrich Müller.
La rabia se apoderó de mí como una ola de desesperación al darme cuenta que estaba encerrada en las garras de la bestia como un trofeo del cual podía presumir frente al mundo cada vez que quisiera. Y en medio de un ataque de ira tiré lo que había sobre la mesa, los utensilios fueron a parar al suelo dejando un gran desastre de comida y vidrios rotos por doquier. El estruendo se escuchó por toda la casa, pero poco me importaba ahora.
No quería tocar o ver nada que tuviera que ver con ese hombre.
Cada taza. Cada plato... Cada cosa que hubiera tocado, comprado e incluso usado.
No podía seguir conviviendo con ese monstruo.
—¡Basta! Basta... Para... —me arrodillé en el suelo y enterré mi cara entre mis manos— Mamá ayudame... Por favor...
Tenía que haber algún modo de frenar esta oscuridad que reinaba en mi casa y que me estaba tragando viva. Necesitaba idear algo para acabar con esto de una vez por todas, Heinrich Müller no podía seguir andando por la vida como si nada estuviera sucediendo. Como si todo fuera perfecto.
Mi madre ya no estaba.
Nadie más que yo podía detenerlo.
Si seguía de esta manera... ¿Qué sucedería conmigo?
En este juego soy totalmente prescindible... En caso de poder ser reemplazada podrían buscar a alguien mejor y más activa.
Sin embargo, no lo han hecho.
Me levanté del suelo, sequé mis lágrimas y me di cuenta de algo.
En este juego no era un simple peón bajo las órdenes del rey y sus lacayos, yo era una reina encarcelada en medio del tablero. Privada de sus propias cualidades y enredada en las jugadas de alguien más.
Así que era momento de aprovechar mi posición.
Cuándo un peón se mueve de manera correcta puede hacer jaque mate.
Había llegado la hora de planificar mis movimientos sobre el tablero.
...°°°°...
De camino al instituto avanzo por la extensa y solitaria vereda del nublado Pines Creek.
El frío se colaba entre mi sudadera y no me quedaba otra opción más que abrazar mi cuerpo y seguir caminando. A medida que avanzaba la neblina se iba alejando, despejando así el camino a cada paso.
La neblina me hizo recordar una leyenda que mi madre siempre me contaba.
«Dicen que hace siglos llegaron los primeros habitantes de Orange Fall y traían consigo la inmensa esperanza de convertir esa parte del bosque en un maravilloso pueblo lleno de luz y tradiciones. Un lugar idílico para sus futuras generaciones.
En medio de la noche, una jauría de lobos gigantes apareció del bosque para dirigirse hacia los nuevos habitantes. Uno de ellos tomó forma humana, causando una gran conmoción entre los presentes. El alfa de la jauría advirtió al líder de los invasores que dieran la vuelta y buscaran otro lugar para establecer sus raíces, pero no escucharon.
Una fatídica noche se desató la guerra entre ambas partes. Dicha batalla causó la muerte de la princesa Niah, hija del alfa. La diosa de la naturaleza, en venganza por la perdida de su hija, permitió que los invasores se quedaran pero les dejó una poderosa maldición. Tendrían doscientos años de paz y abundancia para criar a sus descendientes. Pero al cumplir los doscientos años el pueblo entero desaparecería entre una enorme pared de niebla, cargada de pesadillas y temibles criaturas.»
Pero honestamente, no creía nada de esas cosas.
Me enfoqué en el camino hacia el puente.
Para no perder la tradición, me dedico a contar las puertas de colores.
Hay tres casas con la puerta de color rojo, dos de puerta negra, tres con puertas blancas y una casa con la puerta de color vinotinto... es decir, había un total de nueve casas a lo largo de mi recorrido, sin contar las que habían subiendo la colina.
Aunque más que una tradición, era un ancla en la realidad. Me ayudaba a mantenerme cuerda y no caer en las redes de la desesperación.
Mientras camino escucho con atención.
El viento mece las ramas de los árboles causando un sonido precioso y relajante. Una hermosa ambientación para comenzar el día. Acompañada por el canto de las aves, logro relajarme un poco y mantenerme enfocada en el camino. Pero es inevitable que los recuerdos invadan mi mente, muchos de ellos me gustaría conservarlos y muchos otros me encantaría eliminarlos, dejarlos en lo más profundo de mi alma y jamás sacarlos de allí.
Varios de ellos son los de mamá.
Quisiera no poder recordarla con tanta frecuencia. Tal vez así dolería menos su ausencia.
Llegando al final de la vereda logro ver a Bastian y Kaleth. Quienes por primera vez en la vida, llegan antes que yo.
—¡Camina más rápido, despistada! —gritó Kaleth y Bastian no tardó en reprochar.
—Déjala en paz, aún estamos a tiempo de llegar.
Mi corazón comenzó a latir de manera frenética.
Ver a Bastian sonreír me daba mil años de vida. Escuchar su risa era sentir al mismo tiempo una tormenta atravesar mi pecho y derrumbando todo a su paso. Pero también era calma en la tempestad.
Estando cerca de Bastian, la vida no se sentía tan miserable.
Ah bueno, y de Kaleth también.
—Aquí estoy, ya dejen de llorar —y avanzamos por el puente.
—Al fin llegas, el señorito aquí presente —señaló a Bastian—, no para de hablar de comercio y ya me tiene hasta el tope. Si quisiera hablar de comercio a las siete de la mañana me hubiese ido con mi padre a la empresa.
—Kaleth, parece que no lo conocieras —rodé los ojos—. Sabes muy bien que el tiene a la empresa corriendo por sus venas.
—Tampoco así —reclamó Bastian.
—Pero de verdad a veces exageras.
...°°°°...
El calor es una mierda, así de simple.
El sol abrazador de medio día parecía que iba a matarnos vivos. Mientras atravesamos el patio trasero del instituto hasta el árbol más cercano, decidimos mantenernos en silencio, pues parecía que con cada palabra nos daba más sed.
Una vez bajo el árbol, nos sentamos.
Un suspiro de alivio escapó de mi boca y decidí sacar la botella de agua que llevaba en mi mochila.
Los tres bebimos y nos quedamos un largo rato en silencio, solo observando como los demás buscaban sombra para refugiarse del calor.
—Que calor tan horrible —Kaleth se recostó en el césped.
—Así como tú cara —añadió Bastian.
—No estoy de humor, así que olvídalo —cerró los ojos y así se quedó.
—Oye, Oli.
—Dime...
—¿Te gustaría ir a la feria? —preguntó Bastian y mi corazón se detuvo.
¿Debía decir que sí?
Pero ¿Que haría estando en la feria a solas con él?
No sabría que decir, o que hacer. Pero aún así -con todo y nerviosismo- no podía desaprovechar esta oportunidad de oro.
—Sí, me encantaría.
—Yo también voy —señaló Kaleth, aún recostado en el suelo—. Aunque la feria me parezca algo infantil.
—A mi me gusta —comenté—. Es tétrica.
—Aquí la tétrica eres tú —añadió Bastian y yo solo reí.
La verdad es que no podía evitarlo.
Me gustaba ver el lado crudo y cruel de las cosas. Las hacía ver más interesantes, además de que mi mente comenzaba a crear historias de posibles desapariciones o muertes. Los payasos, los circos y las ferias, siempre causaron ese efecto en mi.
Además, ¿Cuántas personas no han desaparecido realmente en una feria?
—Entonces... ¿A qué hora? —pregunté.
—Por lo general esas cosas abren en las tardes, así que... ¿A las cuatro treinta? —propuso Bastian.
—Me parece bien.
—Entonces no tendré que cancelar mi cita de hoy —dijo Kaleth.
—¿¡Tienes una cita?!
—Sí, con la peluquería.
—...A veces caes mal -añadió Bastian.
A lo lejos el timbre sonó, dando aviso de que comenzaba una nueva clase.
—¡Ugh! No otra vez. No quiero volver a entrar en ese manicomio —Kaleth se levantaba lentamente.
El ánimo estaba por las nubes.
—Como tenga que pasar otras dos horas haciendo ejercicios de declaración de impuestos, me voy a colgar del techo —dije y me levanté.
—No quiero iiiir —Bastian soltó un suspiro pesado y se levantó—. Ya no quiero ser millonario.
—Sí, ya esto no me parece divertido.
Los tres avanzamos con pesar a través del enorme patio. En la lejanía podíamos ver cómo los demás se quejaban de igual manera, lo cual me hacía sentir mejor, al menos no éramos los únicos con el ánimo en el subsuelo.
El calor me estaba matando.
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Comments
🎨●ᗪꪖꪑﺃ●🖌️
que es lo que hace este hombre con ella?, ya en este punto me estoy imaginando cualquier cosa retorcida.pppppp
2022-08-10
0
🎨●ᗪꪖꪑﺃ●🖌️
que es lo que hace este hombre con ella?, ya en este punto me estoy imaginando cualquier cosa retorcida.
2022-08-10
1
Elizabeth Yepez
pobre chica parece que su padre es un mounstro
2022-08-06
2