LAS PROPIEDADES
Los terrenos y mansiones que el señor Dwight poseía en Estados Unidos se fueron a parar a su pareja y a los hijos de esta, mientras que Rick se encontró heredero de un importante contingente de acciones que aquel tiburón tenía en corporaciones de toda índole, incluyendo un nutrido grupo de participaciones en Facebook, la dueña de la red social del mismo nombre, pero también de Instagram y Whatsapp entre otras.
Tan importante fue este paquete accionarial, que Richard, o Rick, como le gustaba que le llamaran, tuvo poder suficiente para sentarse en el consejo de administración de la compañía y tomar parte en sus decisiones.
Algo que delegaba siempre en su administrador, porque, a decir verdad, a él no le interesaban nada los negocios.
A él lo que le gustaba era el rock, y su mayor pasión era tocar en una banda ante decenas de miles de aficionados que abarrotaban los estadios donde tocaba su grupo de siempre, el grupo en el que militaba desde hacía ya quince años, es decir, en Hazelnut.
A él le hubiera gustado tocar en Thertonball, con Ruddy, pero ya se había acostumbrado a su banda de siempre, y no lo llevaba mal.
Tanto el líder, Helmut, como el resto de sus integrantes le trababan con profesionalidad, y con el guitarrista que sustituyó a Ruddy cuando se fue había llegado a tener bastante camaradería.
Aun así él deseaba volver al grupo de su amigo, pero eso no iba a suceder de inmediato, aunque las cosas se iban a torcer lo suficiente como para facilitar su regreso.
Pero además Richard era también afortunado por haber tenido y tener una vida sexual muy activa.
Se vanagloriaba por haber estado con mujeres de todas las razas y de todas las constituciones posibles en un afán casi de coleccionista.
Como integrante de una banda de rock de primera línea, las aficionadas que estaban dispuestas a pasar una noche con él se podían contar por decenas en cuanto que su grupo daba un concierto en una ciudad.
A eso había dedicado su vida, aunque ahora, a sus treinta y cinco años, había sentado la cabeza.
Su promiscuidad hacía cesado, pues se había casado con una mujer que lo disfrutaba en exclusiva: la conocida modelo internacional Carla Watts. Carla era una mujer de temperamento, y ciertamente atractiva.
No soportaba la infidelidad, y Richard estaba en sus manos en ese sentido.
Desde que se popularizaron las redes sociales, era muy fácil hacer una foto a una pareja y que alguien la subiera a una red.
Mismamente las propias aficionadas lo hacían con frecuencia para presumir ante sus amigas, y Richard no podía arriesgarse a tener un desliz con cualquiera y romper su relación con Carla por una noche de pasión.
Pero lo cierto es que se veían poco.
Como le había dicho a Ruddy, se pasaban la mayor parte del tiempo de gira, y no era normal que coincidieran.
A pesar de eso, si estaban en el mismo país, hacían por verse aunque no visitaran la misma ciudad.
Pero con quien sí coincidió Carla fue con Ruddy, con ocasión de un desfile de modelos en Praga, y un concierto de Thertonball en la misma ciudad.
Además, los dos se hospedaban en el mejor hotel de allí, es decir, el hotel Sheraton.
El guitarrista estaba en el bar, tomando un whisky cuando la vio aparecer.
Venía de uno de los ascensores del fondo, con su vestido ajustado a la cintura mediante un cinturón a juego, sus zapatos de tacón de aguja, y su pelo rubio estrictamente recogido en una coleta que le salía de la nuca prácticamente de forma horizontal.
Parecía como si hubieran quedado el uno con el otro, si no fuera por lo que se dijeron nada más verse:
—¡Caramba! Si es Carla Watts…
—Ruddy Norfolk… ¿qué estás haciendo aquí?
—Mañana tenemos un concierto en el Great Strahov Stadium.
—¿Es por la mañana?
—¿Por la mañana? ¡Oh, no! Es por la tarde, casi por la noche.
Pero Kai, nuestro bajista, prefiere venir un día antes. Así puede comprobar que todo está en regla antes de la actuación.
Es un poco… meticuloso, podríamos decir. ¿Y tú? ¿Has venido para un desfile?
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