La Hija Del Periodista Y El CEO (Romance Y Crisis Libro 2) La Historia De Luis Arturo Y Patricia
Armando Ramírez tenía dos días esperando en la entrada de la casa de su hija Patricia, debido a que esta se encontraba de viaje, y necesitaba hablar con ella urgentemente, debido a que se encontraba en un gran peligro.
El motivo del miedo de Armando fue que descubrió que su hija tenía una relación con su jefe Luis Arturo Alcalá y esto era muy peligroso.
Cuando Luis Arturo tenía 15 años de edad fue secuestrado por los secuaces de Carmelo Carmona, el presidente del país y Jaime Alcalá, su padre, llegó a un acuerdo con sus captores para que lo liberaran.
Armando Ramírez y Carmelo Carmona eran enemigos jurados debido a una afrenta personal que tuvieron en el pasado, y por eso Patricia debió permanecer escondida por años debido a que si la encontraban podían acabar con su vida.
Tanto Armando como Patricia lograron salvarse milagrosamente de los ataques de Carmelo, no obstante, su esposa Carlota y su hijo Pedro no fueron tan afortunados y cayeron víctimas de esta venganza, y debido a esto Armando quería protegerla y un día se fue sin despedirse así que desde entonces padre e hija no se habían vuelto a ver.
Patricia se sorprendió de encontrarlo en la entrada de su casa e inmediatamente puso una expresión de molestia ante este invitado inesperado, ya que no lo veía desde que tenía 12 años y ella estaba muy resentida por su abandono sin darle ninguna explicación.
—¿Qué haces aquí? - Preguntó Patricia con molestia
—¿Es así como le hablas a tu padre? - Preguntó Armando con tristeza.
—¡Yo no tengo padre! —sentenció Patricia con desdén.
Antes de dejarlo entrar, observó a su alrededor, asegurándose de que nadie estuviera cerca, y una vez dentro, Armando se acomodó en el sofá, mirando con nostalgia la vida que su hija había construido.
—Estás viviendo bien, Patty. Me alegra verte así —dijo Armando con un tono melancólico.
Pero Patricia no tenía tiempo para conversaciones vacías.
—Es peligroso que estés aquí. Dime qué quieres y vete.
Armando fue directo al punto.
—Debes terminar tu relación con ese hombre — sentenció Armando
Patricia explotó
—¡¿Doce años sin verte y lo único que tienes para decirme es cómo debo manejar mi vida?! ¿Con qué derecho?
—Soy tu padre. Y es por tu bien. No sabes de lo que su familia es capaz.
Lo que Armando temía era demasiado grave para confesar, Carmelo Carmona estaba empeñado en casar a su hija Mireya con Luis Arturo y si descubría la identidad de Patricia, no dudaría en silenciarla para siempre.
—¡Fue su padre, no él! Luis Arturo es un hombre bueno —gritó Patricia, defendiendo su amor.
Armando la observó con gravedad.
—Su padre dejó a tu madre morir cuando pudo salvarla.
Un silencio tenso cayó sobre ellos y Patricia apretó los puños.
—Mi madre eligió su destino. ¿Sabías que mis abuelos nos ofrecieron huir a España antes de que todo empeorara? Pero ella decidió quedarse contigo y por su culpa, Pedro murió.
El pasado pesaba sobre ellos como una sombra, y en ese pequeño apartamento, padre e hija volvían a enfrentarse a los fantasmas que los habían perseguido toda la vida. Patricia cargaba con el peso de una doble pérdida: el dolor por la muerte de su madre y la herida aún abierta de perder a su único hermano, sin embargo, lo que más la consumía era la rabia hacia sus padres, a quienes culpaba de todo.
Armando, estaba en shock debido a sus palabras, y sintió cómo su mundo se desmoronaba aún más. Había pasado años atormentado por la culpa, pero ahora descubría una verdad que lo devastaba y era que su esposa tuvo la oportunidad de escapar antes de que Carmelo los persiguiera, y ella eligió quedarse a su lado y su decisión no solo selló su destino, sino el de toda su familia, ahora finalmente comprendía por qué sus suegros lo despreciaban tanto y saberlo lo hundía aún más en su propia condena.
—¡Mientes! La familia de tu madre jamás quiso saber de ustedes —respondió Armando con impotencia.
Pero Patricia no dejó que se aferrara a falsas excusas.
—No querían saber nada de ti. Ellos te culpaban y fue su egoísmo de ustedes dos lo que condenó a nuestra familia. Y ahora vienes a pedirme que renuncie a la única persona que me hace feliz.
Armando intentó advertirle, desesperado.
—Jaime Alcalá sabe que fue Carmona quien planeó el secuestro de su hijo. ¿Sabes lo que te harán cuando descubran tu relación con él?
Patricia soltó una carcajada amarga.
—No te creo papá, porque siempre has culpado a todos por la muerte de mamá y Pedro, pero la verdad, es que fue TU culpa, porque nunca sabes cuándo callarte.
Las palabras cayeron sobre Armando como una sentencia porque todos le habían advertido que debía hablar con Patricia antes de desaparecer, y que debía explicarle por qué no podían volver a verse ni contactarse, sin embargo, él no lo hizo, y el resentimiento de su hija había crecido hasta convertirse en un abismo imposible de cruzar.
Con un gesto tembloroso, Armando le envió un audio a su teléfono y cuando Patricia lo escuchó, la verdad se hizo innegable. Jaime Alcalá siempre supo que Carmelo Carmona había ordenado el secuestro de su hijo, y a, pesar de ello, pactó con los responsables.
A pesar de esta revelación, Patricia no sintió resentimiento hacia el padre de Luis Arturo y comprendió que había sido presionado, y que no tenía otra opción, sin embargo, lo que sí sintió, clavándose en lo más profundo de su pecho, fue puro y absoluto terror.
—Patricia, ambos pueden terminar muertos. Si lo amas, déjalo. En el futuro conocerás a otra persona —dijo Armando con una mezcla de súplica y desesperación en su voz.
—¡No me salgas con tus mentiras, papá! Si eso es cierto, ¿por qué no te volviste a casar? ¿Por qué te pasaste la vida buscando venganza por la muerte de mi madre? —respondió Patricia, con la furia encendida en su mirada.
Armando bajó la cabeza, como si el peso de sus recuerdos lo aplastara.
—Hija… perdóname. Sé que estás molesta. La única manera en que podía protegerte era alejándome… y ahora me doy cuenta de que cometí un error terrible al no explicarte mis motivos. Eres lo único que tengo en la vida. Perdóname por haberte dejado sola. Perdóname por convertir tu vida en un infierno. Perdóname por todo lo malo que he hecho, pero… por favor… hija…
—¡No me llames hija! —gritó Patricia, su voz quebrándose bajo el peso de las emociones—. ¡No tienes idea de cuánto te odio, Armando Ramírez! ¡Vete y no vuelvas a aparecer frente a mí nunca más!
Las palabras de Patricia fueron como dagas, atravesando a Armando donde más le dolía. Podía soportar el desprecio del mundo entero, pero no el de su propia hija.
—Patricia… yo solo quiero que no sufras. Cada día sin tu madre es como vivir en carne viva, y no te imaginas cuánto —susurró él, con un nudo en la garganta.
Armando se marchó, sintiendo que una parte de su alma se quedaba en aquella habitación y no sabía si había hecho lo correcto, y el miedo lo consumía. Patricia era lo único que quedaba de su amada familia. Todas las personas con las que había hablado coincidían: Luis Arturo amaba a Patricia y tenía buenas intenciones con ella. Armando sabía que el problema no era Jaime Alcalá, sino Carmelo Carmona.
Patricia se quedó inmóvil en el medio de la sala, abrazada por el silencio y su propia incertidumbre. Su mente no podía despegarse del miedo que Jaime Alcalá le inspiraba, un hombre con la sangre fría suficiente para llegar a acuerdos con los secuestradores de su propio hijo. Si había sido capaz de eso, ¿qué no haría para quitarla a ella del camino? Todo era un peligro para ambos, pero el amor que sentía por Luis Arturo era tan profundo que la sola idea de que él sufriera por su culpa la desgarraba.
Estaba perdida en sus pensamientos cuando el sonido de la puerta del apartamento abriéndose rompió su ensimismamiento, Luis Arturo entró y dejó caer el equipaje al piso al verla. Patricia permanecía de pie, sus ojos inundados de lágrimas que no cesaban y el rostro de ella, atrapado en una expresión de desamparo, golpeó a Luis Arturo con una mezcla de miedo y urgencia.
Sin pensarlo dos veces, corrió hacia ella y la envolvió en sus brazos, Patricia no se resistió, pero tampoco respondió, su cuerpo estaba inerte, como si la vida hubiera sido drenada de ella, mientras sus sollozos apenas dejaban espacio para el aire.
—Mi amor, lo que sea que pase, lo resolveremos juntos. —Luis Arturo habló con suavidad, buscando aliviar lo que fuera que la atormentaba.
—Esto no tiene solución, Luis Arturo. Nunca debimos tener una relación. —La voz de Patricia era quebradiza, pero llena de determinación.
—No digas eso. Estar juntos ha sido lo mejor que nos ha pasado. —Luis Arturo intentaba ocultar el pánico en sus palabras.
—Luis Arturo, terminemos.
Las palabras fueron como cuchillas que atravesaron a Luis Arturo. Su pecho se contrajo, negándose a aceptar lo que acababa de escuchar.
—No, Patricia. Pídeme lo que sea, pero no me dejes. —Era la primera vez en su vida que Luis Arturo le rogaba a alguien, y no le importaba. Su amor por Patricia superaba cualquier orgullo.
Ella apartó la mirada, las lágrimas fluyendo más rápido.
—Por favor, terminemos. No quiero que mueras por mi culpa. Fui egoísta al ignorar mi situación familiar y ponerte en peligro.
Luis Arturo tomó su rostro entre sus manos, con una intensidad que reflejaba la profundidad de sus sentimientos.
—¡No me va a pasar nada! Puedo protegerme, y puedo protegerte a ti también, Patricia.
Luis Arturo no le permitió seguir hablando, quería convencerla de que la amaba sin importar lo que sea que le dijo Armando, la besó en los labios y aunque Patricia se sentía indispuesta no lo rechazó, comenzó a acariciarla y cedieron ante la pasión que sentían el uno por el otro e hicieron el amor de una forma tan intensa, que él creyó que ella no insistiría en romper luego de lo que acaba de ocurrir.
—No lo acepto, Patricia. No me importa lo que diga Armando. Te hice una promesa y la voy a cumplir. Eres mía, y nunca nadie podrá cambiar eso —dijo Luis Arturo con una determinación casi desesperada.
—No, Luis Arturo. Jamás voy a permitir que alguien más sufra por culpa de mi familia —respondió Patricia, con la voz temblorosa pero firme. Sacó su teléfono y reprodujo el audio que había recibido.
Luis Arturo se quedó inmóvil al escucharlo y su rostro pasó de la sorpresa al horror en un instante porque el mensaje de su padre era devastador, las palabras resonaban en su mente como un eco sombrío. Mientras tanto, Patricia, sin decir nada más, caminó hacia el baño. Cerró la puerta detrás de ella y abrió la ducha, buscando algo de claridad en medio del caos emocional.
Luis Arturo permaneció en la sala, como si el peso de lo que acababa de escuchar lo hubiera anclado al suelo. Su mente estaba en un torbellino, intentando procesar la magnitud de esa revelación.
Minutos después, Patricia regresó y su rostro estaba húmedo, pero esta vez no por las lágrimas, sino por el agua que aún resbalaba por su piel y había tomado una decisión.
—Es mejor que no nos veamos nunca más, Luis Arturo. Por favor, rescinde mi contrato con la empresa y déjame irme lejos —dijo con voz apagada, pero llena de resolución.
Luis Arturo, aún afectado, explotó con ira.
—¡NO! Y si intentas rescindir el contrato, te demandaré. Así que ni lo pienses —respondió con furia.
Patricia dio un paso atrás, sorprendida por la intensidad de sus palabras y se dio cuenta de que no debía presionarlo más, Luis Arturo estaba al borde del colapso, profundamente herido por todo lo ocurrido.
Sin decir nada más, Luis Arturo tomó su equipaje y dio un portazo al salir, su desesperación tangible en cada paso que daba, subió a su auto, pero no arrancó de inmediato y en su lugar, apoyó la cabeza en el volante y, por primera vez desde que era adulto, lloró de impotencia y dolor porque nunca imaginó que algo podría afectarlo tanto, luchó tanto por Patricia, y dio tanto de sí y ahora todo se había arruinado por culpa de los errores del pasado de sus padres
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Comments
Luisa Samanez
que hago para seguir disfrutando de la novela
2024-03-12
1
Yudith Garcia
buenas como hago para escucharla /Pray/
2023-10-15
1
ojo de la critica
Ya me gusto ✌
2022-09-04
2