Trazos y Recuerdo

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En la actualidad

Salgo con prisa después del desayuno, el móvil en una mano y la bolsa en la otra. Mientras bajo en el ascensor, ignoro los cientos de mensajes de Ivonne. No tengo tiempo para nada ahora. Hoy cerramos un contrato importante en la editorial y no puedo permitirme llegar tarde.

Conduzco por las calles de Marsella y, tras quince minutos, aparco frente al imponente edificio de cristal donde se alza el nombre de la editorial en letras negras: G.D. Editorial. Trabajo aquí desde hace un año. Empecé como asistente de recados, pero hoy, con orgullo, soy la encargada del área de diseño gráfico. Me quedan seis meses para terminar la licenciatura, y aún me cuesta creer que he llegado tan lejos.

Después de todo lo que pasé, descubrí que era buena con los dibujos. Un año después de terminar el instituto, me marché de Cracovia rumbo a Marsella. Cuatro años después, aquí estoy. Jamás imaginé terminar en el sur de Francia, diseñando portadas, maquetando libros y dándole vida a las historias de otros.

—¡Qué bueno que llegas! Amélie está a punto de explotar solo de pensar que llegarías tarde —dice Ivonne, acercándose con dos cafés. Me pasa uno y le doy un sorbo mientras ella sigue parloteando.

—Le dije que tú te tiras desde la novena planta antes de llegar tarde —añade con sarcasmo—, pero ya sabes cómo es. Siempre lista para hacerle la vida imposible a quien se cruce en su camino.

—Hoy cerramos un contrato importante. Tal vez por eso está más insoportable de lo normal —respondo, caminando hacia el área de diseño.

Saludamos al equipo mientras atravesamos los cubículos. Ivonne es de publicidad y, aunque nunca lo habría imaginado en el instituto, hoy en día es una gran compañera… incluso podría decir que amiga.

—Te juro que si no fuera porque esta es la mejor editorial de Francia, ya la habría mandado al demonio —dice entre risas. Nos reímos juntas.

Recuerdo cómo era Ivonne en la secundaria, insoportable. Jamás habría creído que terminaríamos trabajando codo a codo. Pero la vida es así: las personas que menos esperamos nos sorprenden, y las que más queremos… nos traicionan.

Ya en mi oficina, me concentro en una portada cuando suena mi móvil. Es mamá.

—Mamá, sabes que no puedes llamarme a esta hora, si me pillan de nuevo, me quedo sin trabajo —le digo, adivinando que ahora mismo está rodando los ojos.

—Solo llamaba para recordarte el cumpleaños número 23 de tus hermanos. No puedes faltar.

—Sí, lo sé. Papá no para de hablar de la gran fiesta.

Desde que decidí no hacerme cargo del viñedo familiar junto a mis hermanos, la relación con papá cambió. Ellos siguen en Cracovia, creciendo el negocio familiar… Yo simplemente no pude quedarme. Esa ciudad tiene demasiados recuerdos, y no todos buenos. Por más que diga que lo he superado, hay noches en las que no puedo dormir.

Después de coordinar con mamá, termino la llamada y sigo con mi trabajo.

La semana transcurre entre diseños y nuevos proyectos. El miércoles tuve un "encantador" encuentro con Amélie, mi jefa —nótese el sarcasmo—. Aún me pregunto cómo su esposo, el dueño de la editorial, la soporta. Nadie aquí la tolera, pero aguantamos porque amamos lo que hacemos… y porque necesitamos este trabajo.

Por fin es viernes. Estoy guardando mi MacBook para trabajar un poco en casa y avanzar el proyecto final del semestre, cuando Ivonne entra sin tocar.

—Genial, venía a buscarte para invitarte por unos tragos con los chicos. ¿Te animas?

Me hace un puchero anticipando mi negativa.

—Vamos, es viernes. ¡Despéjate! Quizá encuentres a un guapo que te saque el estrés —dice con picardía, moviendo las cejas.

Su comentario me saca una sonrisa, pero también un suspiro. La última vez que alguien me dijo algo parecido, terminé con el corazón roto y una historia que aún no sé cómo olvidar.

Sacudo la cabeza, me obligo a dejar el pasado donde pertenece y le devuelvo la sonrisa. Asiento lentamente.

—Está bien, pero solo un rato.

Solo es una salida con compañeros. Nada más. Me repito eso como un mantra mientras espero, esta vez, que todo salga bien.

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