Una actuación absorbente

— Ven conmigo un momento —le murmuró Max a su lado mientras tiraba con torpeza de él.

El chico lo llevó aparte. No muy lejos. Simplemente a la cocina y ésta era una cocina funcional y pequeña, pero se encontraba abierta al salón. No proveía demasiada privacidad o cobertura, por lo que todos sus movimientos eran claramente visibles ante los demás. Daba igual en ese momento, porque no buscaban intimidad, solo con susurrarse entre ellos bastaría para dejar en ascuas al grupo y eso fue lo que hicieron.

— ¿Cómo se te ha pasado lo de la corona? —le susurró André molesto. Tal vez lo estaba simple y sencillamente porque confiaba en que Max sería el primero en revelarle algo semejante.

— Anoche... —hubo en Max un ligero momento de turbación y un temblor leve, casi imperceptible, en la voz—. No estabas en condiciones y solo lo olvidé.

André lo estudió por un momento y encontró auténtica su expresión de culpabilidad, por lo que lo dejó pasar.

— No me gusta enterarme por los demás. Dime, ¿hay algo más que debería saber? —preguntó con seriedad.

Hubo otro instante de vacilación. Esta vez más largo. Luego, Max asintió.

— El momento en el que cogiste la gripe fue de lo más... perjudicial.

— ¿Momento? ¿Qué tipo de momento?

André no tuvo que pensar demasiado acerca de ello. La expresión "Noche de bodas" brilló en su cabeza en todo su esplendor y no pudo reprimir una maldición.

— Repentinamente siento deseos de probar los beneficios de la viudez —le confesó mirándolo directamente a los ojos—. ¿No sabes si la herencia pasaría a mis manos si te sucede algo?

Max no pudo evitar sonreír y André siguió con el corazón lleno de quejas:

— ¿De dónde salieron tus parientes? Juro que son la cosa más insistente y molesta que vi en mi vida. No sé si debería agradecer tu previsión ¡porque incluso se metieron a la alcoba simulando que buscaban el baño!

La sonrisa de Max se volvió una mueca de desagrado hacia sus entrometidos familiares.

— Sin embargo, no te lo estás tomando tan mal como creí —masculló acercándose y quitando una pelusa del cabello en André.

— No es como si pudiera arrepentirme ahora, ¿verdad?

Max se encontró a medio camino con su mirada y lo observó a los ojos fijamente.

— Perdón, realmente yo no creí que ellos... —comenzó con sinceridad, pero se sorprendió cuando André, sacudiendo su cabeza, no lo dejó terminar.

— Estamos juntos en esto.

Tras decir aquello, André le sonrió con los ojos cargados de resolución y picardía. André estaba enojado, claro que sí, y por eso mismo quería darles una lección. Quería que aquellas personas se largaran, pero quería que se fueran sintiéndose derrotados, o ¿por qué no? llenos de frustración e incomodidad.

Se acercó a Max un poco más, con una burbujeante idea en mente. Fingir se le daba de maravilla y ahora mismo les presentaría una actuación que nunca olvidarían.

Sujetó al chico de la cintura y lo atrajo con suavidad hacia él. Max fue tomado por sorpresa y su corazón, atrapado con la guardia baja, se aceleró y bombeó de forma instintivamente incontrolable.

— No entres en pánico —articuló André, secretamente.

Sus ojos oscuros estaban llenos de travesura y malicia.

Se inclinó lento. La mirada del chico se movió hacia su boca y Max finalmente comprendió lo que estaba por hacer. Se quedó estático. Paralizado. Completamente rígido. Si no hubiera sido alertado, probablemente habría entrado en pánico y retrocedido atormentado por las imágenes aún frescas de la noche anterior. Sin embargo, entendió rápido que si se resistía de forma repentina, su cuidadosa fachada se habría desbaratado en pedazos.

Por lo que, intentó mantener la serenidad y el aplomo. Hacer de cuenta que estaba acostumbrado a la cotidianeidad de unos detalles cariñosos como aquellos entre los dos. Aunque en su interior no había espacio para la calma en absoluto. En realidad, su corazón se había vuelto un caos inquieto y profundo imposible de ver.

Sus ojos se posaron también sobre la sonrisa abierta de André y esos labios suaves y armoniosos que ya había probado una vez. Recordó por un instante la sensualidad con la que André se había entregado en el beso en aquel momento y el aire se le quedó atascado dentro. Su tonto órgano se le estrujó en el pecho como si una mano lo comprimiera hasta hacerlo doler.

No quiso pensar en lo que significaba aquello y cerró sus ojos, rindiéndose ante su destino y a las locas ideas de André.

Con los sentidos agudizados, fue consciente de la ligera presión de la boca del chico sobre sus labios. Fue consciente también de haberse movido en consecuencia, de haber amoldado sus labios en una posición más cómoda y de haber atrapado su labio inferior con exquisita delicadeza.

Sin embargo, sus sentidos sensibles solo al toque de sus labios, no detectaron el fuerte temblor que envolvió el cuerpo de André ante su rápida respuesta. Tampoco cómo, en algún momento, sus propias acciones se volvieron más descaradas y faltas de control.

Max se dejó llevar con un abandono imprudente. Perdió por completo la consciencia y la claridad de lo que hacía. Su mente se volvió de un blanco impío que no dejaba que ningún pensamiento lo atravesase.

Aparentemente, solo podía sentir la familiaridad de unos besos suaves y ligeros cuyo sabor ahora conocía tan bien y el cual se le habían grabado a fuego en los recuerdos. Sin embargo, la ligera presión y los suaves movimientos los sintió insuficientes.

Sintió la implacable ansiedad de su corazón socavar su voluntad y la punta de su lengua le abrió los labios con un toque sutil. Luego le penetró la boca, profundizando el beso.

André lo recibió obediente sin saber qué hacer, pero la lengua traviesa y experimentada de Max sabía cómo y dónde tocar para hacerle perder la estabilidad y la entereza. Inesperadamente, respondió a sus besos cada vez más demandantes con una ansiedad desconocida.