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Ágata Aristiguieta de la Fuente, viuda de Araiza, era una mujer de la alta sociedad, con una exquisita educación y clase digna de una reina.
En la actualidad tenía 80 años de edad, enviudó 5 veces, jamás tuvo hijos con ninguno de sus maridos, ya que tenía problemas de fertilidad y jamás los médicos pudieron corregir la anomalía.
Ágata no siempre fue una mujer adinerada, ya que ella venía de una familia humilde, modesta, de buenas costumbres y muy religiosa, tenía cuatro hermanas, de las cuales ella era la mayor. Su padre era zapatero, trabajaba en un pequeño local que tenía justo al lado de su casa, donde era muy popular porque reparaba los calzados de casi toda la gente del pueblo de Bejuma situado en Venezuela.
Su madre era una mujer ambiciosa, inconforme con la vida de miseria que le había tocado al casarse con Rafaél Aristiguieta, quién era rico de cuna, antes de convertirse en zapatero, tenía un apellido proveniente de una muy buena familia, de allí la razón por la cual Rosa (la madre de Ágata) terminaría casándose con él, creyendo que tendría una vida llena de lujos y confort, pero lamentablemente toda su fortuna la perdió jugando en apuestas, ya que era un jugador empedernido, enfermedad que nunca pudo superar, sin embargo Rosa, siempre tuvo aspiraciones de que sus 5 hijas se casarán con hombres de apellido y buena posición económica, para de ésta forma poder salir de tanta pobreza. Sin embargo de las cinco hijas sólo cuatro se habían casado pero con hombres humildes que trabajaban como obreros en el mismo pueblo. La mayor de las cinco Ágata, era la última esperanza que Rosa tenía de poder casarla con un millonario y así sacar a la familia de la pobreza.
En ese entonces Ágata tenía 24 años, pero para esa época una mujer de esa edad ya podía considerarse solterona, tomando en cuenta que sus cuatro hermanas menores ya habían establecido un hogar con su respectivo marido.
Sin embargo no pasó mucho tiempo para que Ágata conociera a un hombre muy adinerado que había llegado de la capital para comprar una de las haciendas más grandes del pueblo, el alcalde había programado para ese fin de semana realizar una feria para recolectar fondos y poder reestructurar uno de los patrimonios más importantes de los pueblerinos que era la iglesia que se encontraba en la plaza de Bejuma, en dicha feria asistió todo el pueblo como era tradición, por supuesto Ágata y sus padres no podían faltar a la celebración y justo allí ella conoció a quién sería su primer marido el distinguido señor Juan Vicente Aponte, el mismo millonario que compraría la hacienda.
Ágata se casó al poco tiempo de haberlo conocido, los padres de Ágata mejoraron notablemente su situación económica, pero Rafael (el padre de ella) al ver que tenía dinero a manos llenas, comenzó de nuevo a hacer apuestas y todo lo que su hija le daba para ayudar a la familia, lo perdía jugando todos los días en los bares del pueblo, por lo que Ágata se vió presionada por su marido, quién al darse cuenta de que el padre de ésta estaba perdiendo todo el dinero que él le daba a ella, le dió un ultimátum obligándola a irse a vivir con él a la capital pero dejando en el pueblo a sus padres, y de no aceptar su decisión, no recibiría ni un centavo de su herencia.
Por supuesto que Ágata después de haber conseguido casarse y alcanzar la posición económica que tenía, prefirió seguir a su marido. Ésta decisión afectó principalmente a Rosa ya que tuvo que conformarse con seguir viviendo del trabajo de zapatero que tenía Rafaél.
Ágata ya tenía dos años de casada pero sin embargo no salía embarazada cosa que tenía molesto a su marido Juan Vicente, quien deseaba tener un heredero a quien pudiera dejar toda su fortuna y por supuesto continuara trascendiendo el apellido de su familia. Lamentablemente Juan Vicente no pudo ver realizado su sueño, porque un día cualquiera caminando tranquilo por la ciudad, le dió un fuerte dolor en el pecho que lo hizo desplomarse en el suelo y no hubo tiempo de hacer mucho por él, porque el pobre murió instantáneamente.
Ágata heredó toda su fortuna puesto que era la heredera universal, el marido no tenia más familia, ni hijos, ni sobrinos, ni perro que le ladrara.
Al cabo de un año, estando en una fiesta de una familia muy distinguida, Ágata conoció a quien sería su segundo marido, era un hombre dueño de una fábrica de chocolates, se llamaba Clemente Villarroel, tenía 59 años, jamás se había casado, no tenía hijos, vivía sólo en su mansión ubicada también en la capital, al ver a Ágata quien era en ese entonces una mujer esbelta, pelo negro azabache, ojos color café, de tés blanca y además viuda y millonaria, por supuesto no lo pensó dos veces para conquistarla y posteriormente ofrecerle matrimonio, ya que pensó en que podía multiplicar su fortuna al juntarla con la de ella.
Al cabo de tres años, ya casados, estables, felices, la fábrica de chocolate iba de lo mejor, Clemente había multiplicado su fortuna en ese transcurso de tiempo junto con la de Ágata como lo había previsto, todo era miel en hojuelas excepto por una sola cosa, Ágata no se embarazaba, eso provocó la depresión de Clemente quien comenzó a beber todos los días y una noche cuando se encontraba en su habitación, quiso bajar al bar de la casa a buscar una copa de vino, pero cuando estaba bajando los escalones de la larga escalera en forma de caracol, pisó sin darse cuenta la cola de Firulais el perro de Ágata y éste pegó un aullido tan grande que asustó a Clemente y lo hizo perder el equilibrio, rodando escaleras abajo, lo que le provocó que se dislocara el cuello muriendo instantáneamente y haciendo viuda a Ágata por segunda vez.
Por supuesto la única heredera era Ágata, quedando de nuevo viuda y sola.
Al cabo de un año, Ágata se encontraba en un parque muy concurrido cerca de la mansión paseando a su perro Firulais, de pronto venía un hombre alto, corpulento, canoso, como de aproximadamente 60 años de edad, en buena forma, vestía ropa deportiva y venía trotando en dirección hacia ella.
Al ver de cerca a Ágata, quien se ponía con el tiempo cada vez más bella, no tuvo reparos en detenerse y cortejarla, presentándose como Heriberto Buenacara, quien era un hombre millonario, divorciado, dueño de varias franquicias de comida rápida, no tuvo hijos con su primera esposa, vivía a unas calles de allí, en una de las mansiones más grandes y bellas de la zona, se enamoró a primera vista de ella y al poco tiempo le propuso matrimonio, no tuvo reparos en hacerlo puesto que sabía que ella también era una mujer adinerada, asi que la fortuna iría en ascenso cosa que le entusiasmó aún más.
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