IV. HERIDAS PASADAS

...(...)...

...SAVĄS GIAMBRUNO:...

La miraba mientras dormía, en esa cama de hospital, esas malditas máquinas que indicaban cada latido de su corazón. No sé que pensar de esto.

« Cortes »

Recordó mi mente como encontramos esas cicatrices en sus brazos al tener que colocarle una intravenosa en el brazo. La ira me carcomia la cabeza.

—Savąs... —musitó débilmente.

—Ey... —fui hasta ella—. Calma. Estás bien.

—¿Que paso?

—Eso mismo quiero saber —dije tomando su brazo—. ¿Que te paso?

No me respondió. Solo miro su brazo desnudo dónde estaba la intravenosa de dónde sobresalían sus cicatrices. Su respiración se aceleró e intento cubrirse.

Veía las lágrimas cayendo por sus mejillas. Dolor era lo único que sentía emanar de ella.

—Quitame esto —intenta sacarse la intravenosa.

—Calma, calma —la detuve sosteniendo sus muñeca—. Te vas a lastimar.

—¿Lastimarme? —dijo con voz estrangulada—. ¿No ves lo que ya me hice? —señala sus brazo—. ¡Estoy muy cansada! —llora.

—Sshh...

La lleve hacia mí pecho abrazándola. Sus lágrimas no paraban, temblaba en mis brazos sin consuelo. Yo solo podía abrazarla y decirle que todo iba a pasar.

La puerta se abrió y un hombre con camisón de doctor entro, una sonrisa apareció cuando la vio ya despierta.

—Veo ya está consiente —dijo—. ¿Cómo te sientes?

Ella no respondió solo miro sus brazos y luego a mí. Era obvio que el doctor había notado su estado, ella tenía los ojos rojos e hinchados de tanto llorar.

—Bien —contesto sin más.

—Me alegro entonces. Te realizamos algunos estudios, linda —dijo a la vez que miro los papeles en sus manos—. Tienes anemia. Insuficiencia de glóbulos rojos en tu sangre.

—¿Anemia?

—Si —respondió—. Además estás muy débil. Vas a necesitar que te inyectamos hierro.

—¿Inyecciones de hierro?

—Si, ahora mismo las traeremos —me mira con una sonrisa—. Tu novio que cuidará mientras tanto.

—No, no —negó rápidamente, avergonzada—. No es mí novio. Es... —me miro—. Un conocido.

—Como digas, enseguida regreso.

Diciendo esto sale de la habitación. Yo miro a Emiliana alzando las cejas y cruzando mis brazos sobre mí pecho.

Ella, que tenía la mirada al suelo, la levanto hacia mirándome inquisitiva.

—¿Que? —preguntó—. ¿Por qué me miras así?

—¿Un “conocido”? ¿De verdad?

—Si. ¿Esperabas que dijera: Es él chico que me salvó de querer suicidarme y con agradecimiento tiene que pertenecerle a un mafioso por seis años? —bajo su mirada—. ¿Eh?

Suspire. Ninguno de los hablo.

Recordé bien esa noche. Me enojé y mucho, pero no por los seis años sino porque estuvo a nada de morir solo por el hecho de haberme conocido.

—Lo siento —se disculpó—. No quise hacerte eso, solo... No se porque fui esa noche.

—Todo está bien —sonreí, comprensivo—. Peleó para el desde los dieciséis años... ¿Que son seis años más?

—¿Que edad...?

—Veinticuatro —respondí—. Pronto veinticinco. ¿Tu?

—Diecisiete... Pronto dieciocho —dijo, mirándome—. ¿Hace cuanto lo conoces?

—Desde los diez en el reformatorio y luego me fui de ahí junto a él, me dio su apellido —suspiré, recordando el pasado—. Soy su mejor gallo de pelea. Gana miles cada noche.

—¿Por qué no te detuviste la otra...?

—No lo sé —negué, verdaderamente no sabía—. Pero te vi y me detuve cuando me gritaste.

—No quería que te convirtieran en asesino —traga saliva.

—Ya lo soy. He matado, Emiliana —le confesé.

Me miró con los ojos muy abiertos, su sorpresa era evidente.

El doctor llego junto a una enfermera con las dichas inyecciones. Se las aplicaron por vía intravenosa, le advirtieron que podía llegar a doler a las 24 horas.

Nos quedamos en la habitación una hora más esperando a los chicos. Emiliana miraba hacia todos lados menos a mí, sabía que sentía miedo o incomodidad.

—Llegamos...

La llegada de Aidan y Peter alivio un poco el tenso ambiente que se había instalado hace diez minutos.

Emiliana se cubre los brazos de manera instatanea.

—Trajimos lo que nos pediste, amigo —dijo Peter a la vez que dejo unas bolsas en la cama—. Hola, tonta. Te trajimos ropa.

—Hola, idiota —saludó ella—. ¿Por qué?

—Estabas sudando cuando te trajimos —conteste mirándola—. Te dejaremos cambiarte. ¿De acuerdo?

—No era necesario, Savąs.

—No pasa nada. Anda te esperamos afuera.

Diciendo esto los tres salimos de la habitación. A los pocos minutos ella sale de la habitación ya cambiada.

Caminábamos por los pasillos para salir del hospital, en un momento Emiliana se detiene y gira su cabeza hacia el lado derecho, como si algo hubiera llamado su atención.

—Emiliana —la llamé—. ¿Que paso?

—Aamm... Nada —negó aún mirando hacia ese pasillo—. Es que me pareció escuchar a alguien familiar.

—Vamos a ver entonces.

—No, estoy cansada —dijo mirándome—. Quiero irme de aquí.

No parecía muy convencida pero respete su decisión. Vamos hasta el estacionamiento dónde los chicos habían dejado la Jeep.

El viaje es silencioso y largo. A mí lado, sentada en la parte trasera del auto, ella libera pequeñas lágrimas que intenta ocultar con los mechones de su cabello.

Mire a Aidan —quien conducía— haciéndole una seña para que diga algo.

—No nos has dicho tu dirección —miró por el retrovisor.

—Oh. Estamos bastante lejos —observó.

—Cuando estabas media inconsciente pediste que te lleváramos lejos —le recordé—. Y te trajimos de dos kilómetros.

—Perdón.

—No tienes porque disculparte —dije tranquilamente—. Te llevaremos a casa. Tu dirección...

—Claro, bueno...

Se rascó la nariz con nerviosismo. Sus ojos empezaron a brillar por las lágrimas que se van acumulando en ellos. Desvió su mirada hacia la ventana para evitar que la veamos.

Ya había la cuenta de la cantidad de veces que la vi llorar desde que la conozco. Entonces explotó, lloró con fuerza y sin parar.

—Lo siento —dijo con la voz cortada.

—Okey, de acuerdo. No te llevaremos allá —afirme—. Aidan, vamos a...

—¡No, no! —negó secando sus lágrimas—. Mi madre está ahi. No puedo dejarla sola con ese monstruo.

—Bien. Vamos todos —dijo Peter, con una mirada llena de furia—. Chicos, tenemos un desgraciado que matar.

Ella no dijo nada, solo nos miro muy sorprendida.

Silas aceleró hacia la dirección que Emiliana nos da. Al llegar —media hora después— habían tres autos frente a la casa. Su mirada sorprendida me hizo entender que no era común.

—¿Todo bien? —le pregunté—. ¿Conoce esos autos?

—No, no tengo la menor idea de quiénes son —respondió con miedo—. Mí mamá está adentro, tengo que ir.

Intentó abrir la puerta pero la detuve en seco. Me miró con sus ojos llorosos otra vez. Empezaba a odiar verla llorar.

—No puede ir sola. Estás débil —le recordé—. Iremos nosotros. ¿Okey? Tu madre estará bien. Lo prometo.

—No quiero que lo hagas. Ya te metí en suficientes problemas —pasó el dorso de su mano por sus ojos—. Vayan a su casa. Este es mi asunto, es mi casa y es mí madre.

—Y tu eres nuestra amiga... —soltó Aidan, tomándome por sorpresa—. Y no abandonamos a nuestros amigos. Nunca.

—Chicos... Vamos.

Bajamos del auto con ella detrás nuestro. Abrimos la parte trasera donde teníamos los enormes caños por si las dudas. Cada quien tomo.

Emiliana se plantó frente nuestro evitando que sigamos caminando.

—Ya dije que no.

—Escucha, esto es lo mejor que hacemos, muñequita —le dijo Silas con una sonrisa—. No te angusties, no matamos fuera del ring... Solo damos lecciones.

—¿Y si los hombres de adentro están armados?

—No seria la primera vez —respondió Peter.

—Savąs. No quiero que les pase algo por mí culpa.

—Tranquila, Chaparrita —le sonreí confiado—. Somos expertos en esto.

La esquivamos y caminamos hasta la puerta.

« —No matamos fuera del ring — »

Pero ahora lo que más quería era entrar y despedazar a ese desgraciado hijo de una gran puta. Quizás se lo llevaría a Rocky más tarde.

Se escuchaban voces dentro de la casona. Varios hombres. No quería ni imaginar lo que le hubieran hecho si venía sola.

Emiliana nuevamente se nos adelantó colocándose frente a la puerta.

—Déjenme entrar a mi primero —susurró—. ¿De acuerdo?

—Es peligroso... No lo harás.

—No me digas que hacer, Savąs Giambruno.

Así con esas palabras llenas de seguridad, abrió la puerta y entro a la casa. Nosotros detrás de ella, habían en total ocho tipos en la sala.

Botellas de cerveza, cocaína sobre la mesa y armas. Todos se levantaron y nos miraron sorprendidos.

—Tick, tock —dijo Aidan—. Creo que están en una ajena.

—Haz vuelto... —murmuro uno de ellos.

Quien parecía ser su padrastro avanzo un paso, mis ojos fueron atraídos por el arma en su mano. Tome a Emiliana del brazo tirándola hacia atrás.

Los tres avanzamos para enfrentarnos a ellos. No era la primera vez que estábamos en esta situación y tampoco sería la última.

—¿Donde está mi madre? —preguntó ella, con temblor en su voz—. ¿¡DONDE ESTÁ!?

Él muy infeliz no respondió.

—Ve y búscala —le dije—. Nosotros nos encargamos aquí.

Asintió y subió las escaleras al segundo piso.

Yo miraba fijamente al desgraciado que también me enfrentaba. Terminó haciéndole un gesto a uno de los suyos quien hizo un paso hacia las escaleras.

Aidan, rápidamente, extendió el pesado fierro impidiendo que siga caminando.

—¿Donde crees que vas? —preguntó con una sonrisa ladina.

—Les explicaré algo que creo que sus cabezas no entienden —dije, sin titubear—. Cuando nos referimos a una mujer, sin importar quién sea, hay una palabra que tiene que sobresalir... Respeto.

—¿Respeto? —preguntó el desgraciado—. Perdona, pero... ¿Tu quien rayos eres?

—No tengo porque decirte nada. Ahora... —sonreí ladino—. Tienen dos opciones. Uno: desapareces por las buenas. Dos: Arreglamos las cosas como hombres, mano a mano.

—Está es mi casa.

—Esta ¡NO! Es tu casa —afirmé—. Y no vas a llevarte nada que pertenezca aquí... Mucho menos a ellas.

—Aún te queda mucho por aprender, jovencito —dijo acercándose aún más—. Cómo... Saber dónde o no meterse. Y aquí... No debiste.

Vi como los demás amagaban a tomar sus armas, pero su movimiento se detiene cuando la puerta se abrió. Para mi increíble sorpresa Lorenzo y sus hombres entraron en la casa.

Con sus armas apuntando hacia ellos Lorenzo se acercó con todo su poder.

—Buenas noches —saludó con ironía—. ¿Interrumpo algo?

—Lorenzo. ¿Que haces aquí? —pregunté.

—Tienes suerte de que te esté siguiendo, hijo —miró al desgraciado—. Víctor Miller, cuarenta y siete años, nacido en Florida... ¿Me equivoco?

—¿Quien mie...?

—La persona que te matará si le pones un solo dedo encima a esa chica o a su madre —abordó Lorenzo con palabras firmes y amenazantes—. Ahora, hagamos una cosa. Ustedes se van y no vuelven o aquí mismo los dejo sin pellejo.

Los hombres temblaron en su lugar.

Conocía bien a Lorenzo sabía tan perfectamente bien que cada palabra que salía de su boca era verdad, jamás bromeaba con la muerte ni con las mujeres.

Puede ser un mafioso, un asesino pero jamás le faltó el respeto a una mujer. Él fue quien me enseñó eso, quien me enseñó a respetar a quien me respeta y al resto se las personas.

—¿Que deciden?

—No me importa quien carajos sean —soltó Víctor Miller—. Esta es mi casa y las mujeres que están arriba son...

« ¡BAM! »

El bate que tenía en mí mano se estrelló en su rostro. Cayó el suelo con la boca sangrando escupe dos dientes en el suelo.

Una mueca de asco apareció en el rostro de Lorenzo y los chicos. Tomo el cabello de Miller levantándolo para que me mire.

—Escucha y hazlo bien —abronqué de manera severa—. Le prometí a la chica que está arriba que no me iba a ensuciar las manos con tu asquerosa sangre... Así que por hoy, de mí parte, sigues con vivo.

—¡Hijo de puta! —habló como pudo.

—Si, una gran puta —afirmé y mire a los otros—. ¿Se van o acaban peor?

Creí que esto jamás se iba a terminar o que todos iban a acabar muertos. Pero tomaron al inútil violador y se lo llevaron. Él gritaba incoherencias sin parar hasta que se subieron a un auto y adiós.

Mire a Lorenzo, tenía una cara de extrema seriedad al mirarme.

—¿Me sigues? —lo interrogué con molestia—. ¿Crees que me escapare?

—No, solo decidí que así sería.

Antes de poder responder Emiliana bajo del segundo, sujeta a su madre quien no parecía estar en si, ni mucho menos bien.

Fui hasta ellas y ayude a bajarla para sentarla en uno de los sofás. Emiliana miro a Lorenzo con miedo y preocupación.

—No fue su culpa —le dijo—. Yo... Entre al club, fue lo único que se me ocurrió. Savąs no...

—Está bien —intente calmarla.

—Entiendo el actuar de mi muchacho, Emiliana Jefferson Andrews —dijo secamente.

—¿Cómo sabías que estaba aquí, Lorenzo? —le pregunté.

—Te conozco, Savąs, yo te crié desde niño —se cruzo de brazos—. Además desde que supe que conocías a esta niña entendí que estabas en problemas.

—Estoy bien, solo quise ayudarla.

—Ya está hecho entonces... Ahora vamonos —ordenó y se giro hacia sus hombres—. ¡A los autos!

—Yo me quedo —me plante firmemente—. Para vigilar que no vuelvan.

—¿Creen que volverán? No lo creo.

—Conozco bien a Víctor —Emiliana se levantó del sofá—. Si no es ahora, será mañana o pasado, pero volverá. No tiene que estar aquí. Es muy peligroso.

—Yo también lo soy.

No contesto nada, la seguridad de mis palabras era más que suficiente para hacerle entender que no me iría de aquí.

Lorenzo no dijo nada. Pero su mirada me dio a en entender que esto no se quedaría así. Tendré que abstenerme a las consecuencias de esto.

—¿Te vas a quedar? —preguntó acercándose.

—Si. No voy a dejarlas solas —aseguré.

—De acuerdo —aseveró—. Mañana vamos a hablar bien sobre esto.

Así se fue seguido de sus hombres. Me gire hacia los chicos quienes bajaron la mirada.

Luego mire a Emiliana sentada en el sofa junto a su madre, fue cuando se levantó corriendo y subió las escaleras. La seguí hasta donde iba.

Entre a lo que parecía ser su cuarto. Medio arruinado, la pintura rosa se deshacía en las paredes, pero todo limpio.

Del baño escuché como vomitaba. Me acerque a ella y sostuve su largo cabello.

—Shh... Calma —le dije—. Ya pasó. Se acabó.

Al decir se acabo sus lágrimas cayeron como cataratas. El sufrimiento que había sentido estos años era tan grande que casi la consumía hasta llevarla a la opción del suicidio.

Levantándose como pudo fue a lavarse la boca mientras aún lloraba. Se apoyo en el lavado cerrando los ojos.

—Se acabó —repitió como un soplo de vida—. Se acabó.

—Así es —me acerque a ella.

Sonrió.

¡JODER! Por primera vez sonreía de verdad.

—¿Que va a pasar ahora? —preguntó, como si no hubiera pasado jamás este momento por su mente—. Se fue. Soy libre.

—Lo eres.

—Puedo descansar.

—Puedes descansar —le sonreí.

—Voy a dormir en paz —volvió a llorar, sin poder evitarlo me abrazó—. Savąs... Voy a dormir.

« Voy a dormir »

Hijo de una gran puta. Le había quitado la paz por mucho tiempo.

—Descansa —le dije—. Vamos a cuidar de tu madre. Veremos que hacerle de comer.

—No, yo me haré cargo. Quiero usar MÍ cocina.

Así pudo hacerlo, sin miedo, sin preocupación. Logro cocinar algo pequeño como papas pero lo hizo.

Orgullo. ¿Que mas puedo decir?

Más populares

Comments

Patricia Salazar

Patricia Salazar

Yo espero que pueda tener un poco de paz y tranquilidad 🙏

2024-11-20

0

Mery Peña Sangama

Mery Peña Sangama

Pobrecita 😭 en la vida real suceden éstas cosas.

2022-02-25

1

Total

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play