LOS COLORES DEL ARCOIRIS (Libro 1 Saga: Rotos)
[Novela proyecto]
EN NOVELTOON
...(...)...
...EMILIANA ANDREWS:...
Sangre.
Cortes.
Dolor.
La sangre se desliza hasta el desagüe mientas, aún vestida, estaba sentada contra los azulejos de la ducha. No me importa estar empapada, solo quiero morir desangrada.
¿Mí vida? Mi vida en una mierda desde los ocho años.
Mi padre, mi mejor amigo y compañero, Owen Andrews, murió cuando tenía siete. Mi mamá se volvió a enamorar un año más tarde del monstruo que tengo por padrastro, Víctor Miller.
Desgraciado, abusador, repugnante y drogadicto. Recuerdo perfectamente la primera vez que me tocó... Me robo la inocencia una noche y de ahí todo se fue a la mierda. Toda mí vida se fue al infierno.
Salgo de la ducha y envuelvo mí herida, observo mis brazos, llenos de cicatrices algunas recientes y otras no tanto. Las mangas logran cubrir la mayoría de ellas.
Un enorme suéter negro con capucha y una yoger gris, ni me peino dejo mí cabello despeinado. Tomé una de las navajas que escondía bajo el lavado, la metí en la parte trasera de mí pantalón para que nadie la viera.
Agarre las cosas de la escuela, mí teléfono y audífonos. Baje las escaleras despacio, el olor a droga y marihuana impregnó mí nariz. Vi a mí madre tirada en el sofa, desmayada seguramente. Corrí hacia la puerta y salí, a salvo. Aunque llovía con fuerza iba a la escuela, no quería quedarme en esta puta casa...
« Es TÚ casa, Emiliana ». Repitió mí mente.
Desde que murió mí papá y ese monstruo habita en ella, está ya no es mi casa... Es un infierno.
Y aquí otro, la escuela.
—¡La capucha, Andrews!
Profesora de mierda. Si supiera que su esposo la engaña.
Me quito la capa de tela que me cubría la cabeza y sigo caminando por los pasillos llenos de estudiantes. Algunos pendejos y otros eran nerds. Yo no pertenecía a ninguno, no quería ser alguno de ellos.
Fui hasta mi respectivo salón. Clase de Matemáticas, odio las matemáticas. Me puse mis audífonos y mire hacia la ventana.
« Quizás haya algo más allá »
Puto subconsciente, intentaba encontrar una forma para que no terminara tirándome de un puente y yo me negaba a todo... Estaba deprimida, delgada y moribunda en vida...
Una etapa adolescente según los adultos. ¿No?
Tres golpes a mis cascos hicieron que me sobresalte. Levanté la mirada hacia mí profesora, quien me miraba con molestía.
—¿La música es más interesante? —preguntó.
—No, profesora. Estaba escuchando.
—Entonces —Señala la pizarra—. Resuelva el problema.
Extendió hacia mí la tiza, pero no era necesario. Mire el problema y deduje:
—10,5...
—¿Que? —me miro.
—La respuesta, profesora —apareció una triunfante sonrisa en mis labios al ver su asombro—. Pero eso usted lo sabe. ¿No?
—Bien —dijo tajante volviendo a su escritorio—. Presta más atención.
Sonreí dando un leve asentimiento de cabeza.
Odiar las matemáticas no quiere decir que no sepa sobre ellas. Soy lista, es como si tuviera una calculadora en la mente.
Las horas pasan sin nada interesante que hacer. El timbre de salida suena, hora de vagar por las calles hasta altas horas de la noche. No quería volver a casa pronto, aunque lloviera me quedaba en la calle caminando por ellas, sin rumbo alguno.
Entonces me quedo, nuevamente, viendo un edificio. En realidad era un tipo de club llamado « Infierno ». La curiosidad de saber que es siempre estaba en mí. Se escuchan gritos alentadores y música a todo volumen después. Me sorprende que nadie se haya quejado por eso.
Había carteles de neón en el frente y esquinas, iluminaban más que las farolas de la calle. Mientras pasaba por allí, la puerta lateral se abrió y un grupo de personas salieron, riendo. Distinguí la silueta de tres chicos y cuatro chicas.
Los chicos eran altos, increíblemente altos, uno de ellos parecía llegar a los metros. Parece que sintieron como los miraba, entonces se giraron hacia mí. Por la oscuridad y poca visibilidad de la calle no pude verlos bien.
Intimidada por su insistencia seguí mi camino hacia la nada de nada. Así terminé sentada en una colina junto a un puente, mirando hacia la carretera y los autos que pasaban.
Las luces me hacían acordar a la época navideña, cuando con mí papá y yo preparábamos todo para la llegada de las fiestas.
...(...)...
...TRECE AÑOS ATRÁS:...
Colgaba las luces navideñas mientras mí papá preparaba las luces. Era una de las cosas que más adoraba hacer con él, además de arreglar su viejo auto, era un cacharro, pero era hermoso.
Me levanto en sus brazos y me elevo para poner la estrella. Así lo hice, me dio un tierno beso en la mejilla.
—Quedo muy lindo, papi —le sonreí.
—¿Cómo no iba a quedar lindo si lo hizo una hermosa mariposa?
« Mariposa » Así siempre me llamaba. Me solía contar cómo me gustaban las mariposas cuando era bebé, que podría estar horas mirándolas sin problemas... Entonces así comenzó a decirme. Nada de princesa, yo era su mariposa.
—¡Ay papi! —lo abrace—. Hoy temprano hice galletas. ¿Quieres comer algunas conmigo?
—Mmhh... Está bien. Vamos.
Para mí, él era un héroe. Era un neurocirujano experto, salvaba personas y eso era algo increíble para mí.
Corrí al hornito y saque las galletas que había hecho para papá Noel y otras para él. Las dejé en la mesa para poder ir a buscar leche. Le serví en un vaso el blanco líquido.
—Mamá me ayudó a prepararlas —Me senté a su lado con mi propio vaso.
—Entonces. ¿Me puedo comer todas?
—¡No, papá! —le dije—. Algunas son para papá Noel.
—Que pena, están deliciosas, mí mariposa.
Beso mis mejillas y me abrazo. Era el lugar más seguro de mí vida.
—***Papá**. Te tengo que contar algo —baje la mirada—. Yo... Perdí al dragón de juguete. Perdón*.
—Mi vida, no te pongas triste, lo encontraremos.
Le llevo sobre su regazo, pellizcando mis cachetes.
—¿No te enojas?
—Jamás, vamos a encontrarlo. No te preocupes —sonrío con ternura—. Te amo, preciosa.
—Yo también, papi —lo abrace.
...(...)...
...ACTUALIDAD:...
Se fue... Murió y no pude decirle lo mucho que lo amaba. ¡Ese maldito accidente!
Había ido a trabajar, como todas las mañana, aunque unas horas más temprano de lo normal, no pude despedirme ya que seguía dormida. No pude decirle que se llevará sus galletas como todos los días.
Y a esta mariposa, un horrible cuervo, le arranco las alas. Dejándola en el suelo, herida y sin vida.
Las gotas de agua caían sobre mi, corrían por mi rostro mezclándose con mis saladas lágrimas de tristeza. Todo había perdido el rumbo, ya no sentía nada más que pena y enojo.
¿Por qué mí madre no pudo cuidarme? ¿Por qué permitió que todo cambiará así? ¿Por qué ese monstruo?
Me levanté del suelo, tenía que volver a casa, ya eran las ocho y media, no podía pasar la noche a la intemperie. Cómo zombie caminé hasta mí casa, la casa de mi padre que legalmente me pertenecía. Pero ahora era como si fuera el lugar más terrorífico del mundo.
Trepe por el árbol pegado a la ventana de mi habitación. Abrí la ventana con mucho cuidado, evitando hacer ruido, me metí dentro. Vi la puerta, estaba sin seguro.
—¡EMILIANA!
« ¡MIERDA! ¡CIERRA LA PUERTA, RÁPIDO! »
Corrí hasta ella justo cuando el estaba enfrente. Era mucho más grande que yo, forcejeamos. Yo intentaba cerrarla y él entrar.
—¡VETE! —grite desesperada—. ¡DÉJAME EN PAZ!
—¡DÉJAME ENTRAR, MALDITA ZORRA!
No iba a hacerle las cosas fáciles.
Logro empujar con fuerza y hacerme retroceder varios pasos, hasta chocar con mí mesita de luz. Tenía que mostrar seguridad, que no sentía miedo, pero era lo único que tenía en mí.
Me miró de arriba abajo cínicamente. Como una puta hiena a su presa. Era obvio lo que pasaba por su asquerosa cabeza.
—Estás cada día más hermosa —soltó con esa asquerosa voz—. ¿Hace cuanto que no nos divertimos?
« Cuando tenía doce años fue la última »
Mire la puerta, seguía abierta podía intentar escapar. Intenté correr hacia ella, pero no llegue muy lejos. Tomo mi cabello y me tiró hacia atrás provocando que caiga al suelo.
Se tiró encima mío, me sacudí para todos lados intentando zafar de sus asquerosas manos que se metían bajo mi suéter.
Las náuseas se apoderaron de mí. ¡JODER, QUERÍA QUE ME SOLTARA!
—¡DÉJAME! —grite—. ¡No me toques! ¡MAMÁ, POR FAVOR!
¿Mamá?
¿Por qué la llamaba? ¿Por qué pedía su auxilio? Debía estar tirada en su cama, con tantas drogas encima que no podía ni moverse.
Sentí su cachetazo en mi mejilla, tan fuerte que me mareo. Rompió mi suéter con una fuerza increíble, tanto así que me levanto y me tiró al piso nuevamente.
—La navaja, Emiliana.
« ¿¡Papá!? » Era su voz. La voz de mi padre.
La navaja. Claro. Deslice mi mano debajo de mí cuerpo hasta llegar a ella. No le di tiempo, oportunidad de hacer algo más, le clave la navaja en su muslo izquierdo.
Soltó un fuerte grito.
Se retorció aún más cuando la quite de su pierna. Lo empuje y me levanté.
—¡Hijo de puta! —le grite—. ¡BASTARDO!
—¡AH!
Escuché el grito de mí madre, quien miraba la escena desde el marco de mi puerta. La mire, no espere nada más, ninguna reacción de su parte. Corrí lo más rápido que pude, salí de esa casa con la navaja ensangrentada en mi mano. Me aleje de la casa donde mí padre y yo jugábamos a los dragones.
La lluvia caía sobre mí mientras corría con todas mis fuerzas. Cruce las calles sin mirar los semáforos, sin darles importancia. No me detuve a pesar de los bocinazos e insultos de los molestos conductores a quienes les interrumpí el paso.
Llegué al puente sobre la transitada carretera. Subí la colina hasta llegar a la cima, a cien metros de altura sobre varios autos. Tantas veces había venido aquí para terminar con mi vida y jamás tenía la valentía suficiente.
« Lánzate, Emiliana »
Eran como dos voces en mí mente, una que me alentaba a seguir adelante y otra que no veía la hora para acabar. Actualmente la última estaba ganando.
Aprieto las gruesas barandas que separan los límites del puente. Cerré los ojos con las lágrimas aún cayendo por mis mejillas.
—No tienes nada —susurre para mis adentros—. No tienes a nadie.
La mente se me puso en blanco. No pensaba en nada mientras cruzaba una pierna hacia el otro lado y luego la otra. Mis manos eran el fino hilo entre la vida y la muerte.
Soltaba mis dedos uno a uno dispuesta a tirarme, fue cuando sentí dos fuertes brazos envolver mi cintura y tirarme hacia atrás. Mi piernas se deslizaron por el hierro y sentí mí cuerpo caer contra algo con textura extraña... Era cuero, quizá.
Estaba pegada a alguien que me envolvía en sus brazos, sentía su respiración agitada en la espalda.
Volví a llorar. Estaba tan cerca, estaba a punto de lograrlo.
—¿¡QUE MIERDA ESTABAS HACIENDO!?
« ¡Maldito Bastardo! »
Logro —no se cómo— levantarse y llevarme con él. Me sacudí en sus brazos, pero apretaba más su agarre y parecía no querer soltarme.
Me apretó contra él, susurraba un apenas audible « Ssshh », y eso solo lograba enfurecerme más.
—¡Ya déjame! —Luche contra su agarre intentando soltarme—. ¡Déjame!
—Solo si te calmas. ¿De acuerdo?
—¡Calmarme las pelotas! ¡QUE ME SUELTES! —grité enfurecida.
—La vida es difícil. ¿No? —preguntó—. ¿Eh?
—Te importa ¡UNA MIERDA MI PUTA VIDA!
Se que quizás estaba siendo muy agresiva, pero no me aguantaba.
Su agarre era firme, fuerte y no temblaba. Debía ser un hombre bastante grande.
Decidí intentar calmarme, relaje mis músculos y mi cuerpo. Es cuando aflojó sus brazos, bajando mi cuerpo. Dejo que mis pies toquen el suelo sin soltarme del todo.
—Ya estoy —dije—. ¿Puedes dejarme? Por favor.
—¿No te vas a lanzar por el puente? —preguntó.
—Lo prometo.
—Esta bien —asintió—. Te voy a soltar poco a poco.
Así lo hizo, su agarre abandono mi cuerpo y el frío me pegó de lleno. Cerré los ojos y seque las lágrimas que corrían por mi rostro.
Me gire hacia mí “salvador”.
« Santo Dios, es una montaña »
Literalmente lograba redoblar mi tamaño y altura. Era una torre de casi dos metros de músculos y tatuajes. Rubio y una intimidante mirada gris. Tenía pinta de ser esos típicos chicos Bad Boys, motoqueros. Esos a los que la vida les chupa tres huevos.
Lo empuje con furia, aunque fue en vano, no se movió ni un milímetro. Pero no me iba a dejar intimidar. Yo no era así... Al menos ya no.
—¿¡Por qué te metiste!? —le reclamé—. ¿Alguien pidió tú ayuda acaso?
—Yo hago lo que quiero, linda.
—Al fin tenía las putas agallas para tirarme y tu... —volví a empujarlo—, tenías que venir a jugar ser el héroe. ¿Eh?
—Pues anda... Tírate —señalo el puente—. No te detendré. Hazlo.
—¿Eres bipolar?
—Casi.
Me dirigió una sonrisa de lado por unos segundos antes de prestarle atención a mí suéter hecho trizas y mi mejilla morada. Su expresión egocéntrica cambio a una mueca de preocupación.
No pregunto nada solo se quitó su chaqueta de cuero y me la colocó sobre los hombros.
« ¿Era una jodida broma? »
—¿Estás bien?
—¿Te importa? —rebate desafiante.
—No preguntaría sino. ¿No crees? —touche, este tipo parecía tener cerebro.
Lo mire y él a mí, parecía esperar realmente una respuesta de parte mía.
—Acabo de intentar suicidarme —remarque mientras encogía mis hombros—. Fuera de eso estoy completamente bien y psicológicamente capaz para seguir con mi vida.
—Lindo sarcasmo.
—Gracias —me cubrí más con la chamarra.
El frío se empezaba a sentir con mayor intensidad. No quería demostrarlo, aún menos delante de él.
—¿Te llevo a tu casa?
—¡NO! —negué con desespero.
—¿Que fue lo que te paso? —preguntó acercándose.
—N-nada.
Retrocedí asustada. Si, me asustan los hombres, me repugnaba el simple hecho de saber que compartía aire con ellos.
Él comprendió eso y se mantuvo a una buena distancia. No quería seguir aquí, tenía que irme a dónde sea pero ya.
Empecé a quitarme la chaqueta pero levanto su mano deteniendo mí movimiento.
—No. Quédate con ella —dijo—. Hace frío.
Se acercó tan rápido que no me dio tiempo a reaccionar. Tomo el tirador y la cerro. No me contuve para mirarlo, sus grises ojos estaba puesto es mí y los míos en él.
—Te pido perdón en nombre de todos los hombres —suspiro—. No todos somos iguales.
Sentí una lágrima caer por mi mejilla nuevamente y el nudo en mí garganta no me dejaba hablar. Solo me aleje y me fui dejándolo ahí solo.
Caminé despacio sin apuro, el viento chocaba contra mi rostro, me puse la capucha y apreté la enorme chaqueta de cuero contra mi cuerpo.
Llegué a mí casa, las luces estaban apagadas y no se escuchaba nada. Caminé hasta el costado y me trepe nuevamente por el árbol hasta mí habitación. Antes espié por la ventana si había alguien en mi cuarto.
« Nadie a la vista »
Abrí la ventana y entre despacio, sin hacer ruido. Corrí a la puerta para lograr cerrarla, la tranque con una mesita de luz. Luego corrí a la cama, tomé una almohada y una manta para meterme en el baño. Me encerré ahí.
Me pegue en la pared, deslice mí espalda contra la misma llorando. Estaba cansada, exhausta de esta maldita vida que pesa sobre mis hombros.
—Dame fuerzas, papá —susurre—. Porque las necesito.
Sabía que no debía dormir. Me quedé despierta mirando la puerta como si fuera la aterradora entrada al infierno, la puerta por la que en cualquier momento podría entrar ese maldito demonio.
« No duermas, no te duermas »
...(...)...
No dormí nada esa noche, solo me quedé sentada en un rincón como una estatua, sin moverme ni emitir un solo ruido.
Escuché el sonido de la puerta abrirse y luego cerrarse. Mire por la pequeña ventana, Víctor se iba solo. Decidí bajar y fui a la sala, vi a mí mamá sentada en la sala. No podía hablar con ella, parecía no estar en la tierra. Solo me fui a la escuela.
Abrí mí mochila y vi la chaqueta del chico de ayer. Justo en ese momento vi el puente.
« Bájate y ve hacia allí »
—¡Parada, por favor! —Me levanté y me acerque a la puerta.
—Señorita hay un timbre.
—Perdone —me disculpe.
Freno el vehículo y pude bajar. Caminé hacia el, acercándome nuevamente al barandal, mire hacia abajo. ¿Acaso no había momento en el día que no pasaran autos? Suspire y mire hacia delante, parecía no tener final este camino.
Pensaba en mí vida, llegue a la misma conclusión: ¡UNA REVERENDA MIERDA!
Entonces sentí una mano en mí hombro, con un movimiento giro mí cuerpo y rápidamente, sin poder reaccionar, me subió a su hombro.
—¡AY! —exclamé sorprendida.
Se alejo del puente a grandes pasos, yo me sacudía hacia todos lados intentado que me soltara.
« Su olor, su perfume »
Es el mismo idiota.
—Eres de esas que rompen sus promesas. ¿Eh? —preguntó
—¡No me iba a tirar! —golpee su espalda a puño cerrado—. ¡YA! ¡BÁJAME ENORME ORANGUTÁN PREHISTÓRICO!
—Vaya insulto —dijo al mismo tiempo que soltó una carcajada.
Siguió caminando sin bajarme, las personas que pasaban caminando miraron la escena con sorpresa y diversión.
Paro a varios metros y me bajo, dejándome mareada junto a una moto. Se cruzó de brazos mientras me miraba acusador.
—¿Qué?
—¿Que de qué? —preguntó.
—No me mires así —me cruce de brazos—. Ya te dije que no iba a hacer nada.
Ladeo su cabeza enarcando una ceja.
—¿Entonces pensabas en mi y viniste?
—N-no —maldita sonrisa burlona—. ¿Por qué piensas eso?
—Mmhh...
—¿Mmmhhh? ¿Eso es una respuesta? —lo mire de arriba abajo.
—Mmhh...
—¡Ay! ¿Sabes que? ¡Vete a la mierda, chaparrón!
—¿Chaparrón? ¿Yo? —me señaló de arriba abajo—. Creo que entre los dos... No soy el que mide metro y medio.
—Metro cuarenta y ocho, para tu información.
—Metro noventa y siete —odio su tono egocéntrico—. No es por presumir pero...
—Tengo que ir a la escuela —dije dándole la espalda.
Caminé unos cuantos metros cruzando el puente. Escuché el ruido de un motor de moto acercarse. A mí lado aparece él sonriéndome.
—¿Que? —lo mire frustrada—. Ya dije que no me voy a lanzar.
—Llegarás tarde a la escuela. Ven, sube.
—¿Estás loco? Apenas te conozco.
—Oh. Claro. ¡Que modales los míos! —extendió su mano en mí dirección—. Soy Savąs, un placer.
—Emiliana —respondí dándole un apretón de manos—. Ahora me voy.
—Deja que te lleve.
—No. Voy caminando, estoy bien.
—Bien, entonces te voy a escoltar hasta allá. Vamos, chaparrita.
Negué con la cabeza riendo. Seguí caminando y, efectivamente me acompaño.
No hablamos nada mientras caminamos, solo me seguía en su moto durante más de diez minutos. Llego el punto en el que tenía que detenerme.
Tuve que masajear mis piernas de arriba abajo, cansada, seguramente de tanto caminar.
—Uf. No debí bajar del bus —solte un bufido exhausta.
—Sip. No debiste hacerlo.
—¡Eres un jodido! ¿Lo sabes? —le dirigí una mirada molesta.
—Y tu eres adorable cuando te enojas —comentó con un hilo de ternura—. ¿Lo sabes?
—¿Por qué me sigues? ¡Juro que voy a gritar acosador!
Miro hacia atrás y hacia delante, hacia los lados, verificando efectivamente que la calle estaba vacía.
—Creo que puedo correr ese riesgo —dijo encogiéndose de hombros—. Anda sube... ¿O quieres llegar tarde?
—Uf.
Observo el espacio que nos rodeaba golpeando mí pie contra el asfalto. Entonces me extendió su casco.
—Anda —me animo.
—No pienses que voy a agradecerte —le quite el casco a lo bruto—. ¿Y tu?
—No importa.
—¿Y si nos caemos? —preguntó, creando un estúpido escenario—. ¿Que tal si te lastimas? ¡No podré vivir con eso!
—No me pasara nada. He manejado miles de veces con o sin casco, rápido o lento —arqueo las cejas, pícaro—... Suave o violento.
Volvió su voz más provocativa y ronca, pero ya había comprendido que era un completo burlón e idiota.
Alce los ojos al cielo.
—Esta bien —se echo a reír con ganas—. Súbete.
Encendió su poderoso motor, era como el rugido de un león, aunque quizás exageraba un poco.
Mire con miedo la imponente máquina.
—¿Que?
—Jamás subí a una moto —admití con vergüenza.
—Que pena —soltó con sarcasmo—. Justo hoy se me ocurrió no conducir mi Lamborghini. Que mal. ¿Verdad?
—Eres un idiota.
Con muchas dudas y miedo, subí a la imponente moto. Me agarre de la parte trasera para evitar caerme.
—Abrázame fuerte o vas a caerte —advirtio, sin mirarme.
—¿Que? Claro que no —me negué rotundamente—. No voy a abrazarte jamás.
—Okey. Como quiera la chaparrita.
Piso el acelerador a fondo provocando que casi me caiga logré abrazarlo para no terminar en el suelo.
Sentí una leves convulsiones de su parte... Se estaba riendo.
—¿No que no?
—¡Idiota! ¡Pude haberme caído! —le reclamé dándole un fuerte golpe en su espalda—. Mejor me voy camina...
No llegue a formular mis palabras cuando arranco con todo la moto. Me aferre a su cintura, tenía mucho miedo. Entonces sentí la brisa golpeando mi rostro, diferente a cuando iba caminando.
Me aleje un poco y abrí los ojos, la velocidad era increíble y como se veía el mundo así aún más.
—¿Te gusta? —preguntó.
—Si.
—De nada.
Son varios minutos en moto ni me imagino si hubiera caminado. Llegó justo a tiempo a la entrada de la escuela, llamando toda la atención por la imponente Hayabusa en la que estoy.
Bajo lentamente y me quito el casco. Le sonrío a este idiota.
—Gracias por traerme, Savąs —le entrego el casco.
—De nada —puso el casco frente suyo apoyando sus brazos en el—. ¿Necesitas que transporte para regresar a casa?
—No, estaré bien.
—Bien, Emiliana —sonrío—. Hasta pronto.
—No habrá ningún ha...
Arranca nuevamente y se va. Algo me dice que no será la última vez que nos veamos.
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Updated 42 Episodes
Comments
Patricia Salazar
Wow 🙈 que madre, no cuidar a su hija 😱 por un hombre 😢
2024-11-19
0
ana luisa
Hola escribe esta novela y nunca terminaste un guía en tu mirada porque que pasaría por favor terminala
2023-02-17
1
CayenauWu
h
2022-08-04
0