Flores marchitas

El sultán se sorprendió inmensamente al encontrarse con Amira en vez de a Malih. —¡Yo no te he llamado!— Él se aproximó rabioso a la muchacha cuando se dió cuenta que ella sujetaba el incienso acelerador de celo.

La habitación se consumió por el fuerte aroma de la omega y el sultán trató de abrir desesperado la puerta que se encontraba totalmente sellada. —¡Khalil!— Nadie le contestó y a pesar de su pataleta se vió atrapado por la galante mujer que pedía por él.

Esa noche fue el inició de los infortunios. La luna alumbró las cenizas del camino que se destruyó con la jugada de la sultana y Khalil.

Para cuando el sultán recobró sus sentidos se sintió realmente traicionado. Aquella omega solo vino para obtener su semen y fugarse. Lo peor era el amargo sabor que le hacía querer vomitar. Tener sexo con Amira le causó malestar, seguramente por el enamoramiento que tenía por Malih.

Colocándose el mínimo de ropa, abrió la puerta e iba a gritar por la presencia de Khalil cuando se topó con su madre a sus puertas. —Madre— Gruñó. —¿¡Por qué me has hecho esto!?—

—No oses alzar tu voz contra mí— Nadir le gruñó enfurecido, causándole escalofríos a la omega. —Amira es una buena mujer, viene del mejor linaje. Como sultana tengo derecho a escoger tu acompañante futura—

—¡No!— Negó. —¡Es mi decisión! Yo seré quien escoga a la persona que es digna de estar a mi lado.—

—¡No puedes ir en contra de las normas del harén! Son nuestras tradiciones.—

—¡Malditas sean las tradiciones! Las destruiré todas sí es necesario— Golpeó la puerta provocando que crujiera.

—N-no puedes...—

—¡Yo soy el sultán! ¡Yo decido que ésta bien o mal! ¡Es mi harén, yo dicto qué hacer con él!— Centelló su voz.

Atormentado exigió ver a Malih de día. Fue una conmoción, ya que el omega se encontraba ocupado acudiendo a las clases que impartían a todos los concubinos. Y a Malih no le quedaba más que dirigirse a los aposentos de su majestad.

—¿Me llamó?— Suspiró él, enojado.

—Malih...— Habló nervioso. —¿Cómo te encuentras?— Se aproximó, pero solo recibió la indiferencia del chico. En sus ojos divisó el mismo vacío de cuando lo conoció. —Malih, soy el sultán y como tal no solo puedo aparearme contigo...— Esas palabras fueron la gota que colmó el vaso, o mejor dicho la que lo quebró en mil pedacitos.

—Lo sé y es por eso mismo que nunca te amaré. Tantos poemas... Tantas palabras, para decirme que esto es todo lo que sientes por mí. Un insignificante capricho— Sonrió irónico. —Sí eso es todo lo que su alteza tiene que decirme, entonces me despido—

—¡Espera!— Le agarró del brazo.

—Por favor, le ruego que me suelte—

—Eso no es lo que quise decir— Su voz tembló ante el miedo de romper el finito hilo que los conectaba. —Me retracto, yo en realidad no pienso así.— Malih se asombró ante el cambio de postura de Nadir. —Te amo, Malih— Confesó tímidamente. —Seguro consideras que me aproveché de tu confianza. Pero, te juro por Alá que no te mentiría. ¡Me tendieron una trampa! Tienes que entenderlo, Malih... Tú eres el único que rellena mi corazón—

—En primera instancia, mi sultán...— Deslizó su mano por encima de la que sostenía su brazo. —...Yo nunca confié en usted, sus palabras son flores manchitas y sus promesas vacías—

Nadir sintió a su frío corazón romperse y tenía unas inmensas ganas de llorar. Pero, como el orgulloso alpha que es, se tragó cada lágrima. —¿Mis sentimientos también son solo sobras para tí?— Malih no respondió, podía ver en su rostro la inmensa tristeza que le causó al sultán. —Malih, déjame mostrarte que lo que siento por tí es verdadero—

—¿Por qué creer en las palabras del hombre que traicionó a su juicio?— Nadir apretó sus colmillos, no podía creer que Malih no sintiera ni una pizca de afecto por él. El sultán nació siendo querido y respetado por todos ¿Por qué Malih era la excepción a la regla? Ni siquiera respeto le tenía, ya que Malih no le tiene miedo a la muerte.

—Malih, me haces tan miserable— Admitió renunciando a la carga pesada de ser el sultán. Le hablaba desnudo de la arrogancia, solamente para poder serle sincero. Nadir estaba desesperado, jamás en su vida había anhelado tanto el amor de alguien.

—Anoche pensé que lo deseaba...— Dijo decaído, contaminandose con el ánimo del sultán. —A pesar del rencor, no me sentiría realizado con hacerle algún mal... No me comprendo— Sus pensamientos eran un huracán. —Tampoco lo entiendo a usted—

—Tan solo quiero hacerte feliz— Respondió el sultán.

—No lo hace, ni lo hará... Su sola presencia es una maligna tempestad. Yo hubiera sido feliz si no me hubiera mirado, si no se hubiera interesado en mí, no estaría sufriendo.— Trató de apartarse, sin embargo la fuerza del sultán le superaba.

—Si soy el responsable de sus calumnias, entonces déjeme recompensarle. Lo forraré de oro y un paraíso de joyas. Te amaré e incluso echaré abajo al harén...— Tomando la mano y cintura de Malih le dejó ver una expresión indignante.

—¿Por qué insiste tanto? ¿Por qué llegar a tal punto?—

—Te daré todo si con ello me aceptas— Malih pensó en su libertad y también en la prisión en la que se encontraba. Entonces, sintió el aroma de Amira en él.

—¡No me toque!— Lo empujó. —No me toque cuando tiene impregnado el olor de otra— Le observó con odio.

—¡Puedes hacer desaparecer este perfume, Malih! Puedes ganarle...—

—Ja, como si pudiera ganarle a una belleza exótica como Amira— Se rebajó. —Me enferma esta situación, no quiero enredarme con usted y mucho menos con los omegas que lo persiguen. Por favor, déjeme ir—

—Malih, puedes despreciarme, pero nunca huir—

—Lo tengo claro, por ello esperaré a que la bestia se canse de perseguirme— Malih se retiró.

Nadir estalló en una eufórica ira intoxicada por el dolor. Tiró todas las cosas de su escritorio y despedazó lo que encontraba a su paso. Al igual que su voz se rompió en una irreal tragedia.