Capítulo XI

Armando

Estoy ciego de tanta rabia y sé que debo tratarla con cuidado, pero ahora mismo si la miro sé que voy a perderlo. Luego de sentarla en el asiento del copiloto y asegurarla en mi carro, estoy de camino a mi apartamento. Sus ojos rabiosos están fijos en mí y solo trago en seco pensando en por qué, quién debería estar con esa cara soy yo. Llegamos y la subo al apartamento sin parar, se tambalea para todos lados, por suerte la tengo de la mano. Me estaría riendo de ella si fuese otro momento.

Sin embargo, entrando por la puerta se para en seco, lo que provoca un retroceso brusco de mi parte el cual casi consigue derribarme. La mire para encontrar que sus ojos se fijan en los míos con dureza, eso no me gusta.

—¡¿Qué mierda te crees Albaricoque?! —¡¿Está gritándome? —! Yo bailo con quien yo quiera y si no baile contigo, fue porque te escondes todo el tiempo de mí. ¿Para qué? Para que no descubra que eres Armando el gran CEO. ¡¿Me crees idiota?!

Mis ojos casi se botan, como diablos hizo para conectar los puntos en semejante borrachera. Y además está que trina, pero un minuto…

—Hay una parte que no va en lo que dijiste, tú no bailas con quien quieras.

Le hablé bajo, no quería gritarle.

—¡¿Por?!

Me acerqué hasta su oído.

—Porque solo yo puedo tocarte o tenerte así de cerca mi osita.

De repente puso sus manos en mi pecho y me empujó.

—Si eso es cierto porque te has demorado tanto en mostrarlo. —El alcohol en serio le da valor, por nada del mundo en estado normal me miraría o hablaría así—. Vamos que quiero verlo.

En eso su pelo recogido se soltó y su vestido rodó por su cuerpo con ayuda de sus manos. Quedé perplejo, si no fuera por el estado en el que estaba sin duda hubiese actuado. Ja, mi miembro saltó emocionado y con la mano en mi rostro miré hacia otro lado.

—Samay, mejor date un baño. Te prepararé café, no estás en condiciones.

De repente sentí un gimoteo y enseguida la miré para ver cómo se trataba de limpiar las lágrimas que caían sin control.

—Es porque soy fea, ¿no es verdad? Sé que tengo un cuerpo horrible, perdona, no deberías ver algo así. Debes estar traumatizado.

No sabía si reírme o gritarle por lo que decía. La vi recoger el vestido y tratar de ponérselo, en lo que buscaba la puerta. Imbécil reacciona, corrí tras ella y la encerré en mis brazos.

—¿Qué diablos hablas, estás loca osita? No quiero que vuelvas a hablar así de ti jamás, tú eres la mujer más especial que he conocido. —Acaricie su rostro y limpie sus lágrimas mientras sus bellos ojos verdes se clavan en mí—. No quiero aprovecharme de ti tomada, no tienes idea de cuánto te deseo.

—Entonces… Aprovéchate.

—¡¿Qué?!

—Por favor Armando… tengamos sexo. Hazme sentir querida, al menos por una noche quiero ser deseada sin que sea una apuesta. Sé que me estoy rebajando, pero no me importa, solo por hoy déjame estar en tus brazos.

Okey, esto se fue a la mierda, mi boca terminó en la suya y la arrastré hasta el sofá. Su ajustador salió volando cuando su boca no me basto y despacio probé sus pechos como niño pequeño. La sentí gemir, sus manos se enredaron en mis cabellos y siguieron así hasta mi descenso por su cuerpo. Llegué a su abdomen y besé su vientre, para luego dedicarme a conocer sus muslos. Había tanta carne para probar que estaba extasiado sin perdón.

Cuando aparté la única barrera que quedaba entre mi boca y su ser, la gloria descendió sobre mí. Gritaba mi nombre una y otra vez, sus caderas se profundizaban en mis dedos y boca hasta que explotó. Dios, era belleza pura, sus ojos llenos de lágrimas de tanta excitación, su boca hinchada, la vista era perfecta. Luego de terminar con unas probadas más para culminar, ella saltó de repente hacia mí. Me hizo desvestirme y se colocó en cuclillas, mirándome con sus impresionantes ojos.

—Gracias, trataré de hacerlo lo mejor que pueda, así que dime si no voy bien.

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