—Cuéntame sobre ella, cerize, cuantame... De Alicia —dijo mi psicólogo enfrente de mi.
—¿Que es lo que quiere saber exactamente? —pregunte.
—cuentame... Cómo es ella —continuo el.
Baje la cabeza ligeramente y mire el suelo antes de voltearlo a ver y contestar: —ella es como yo... Llena de inseguridades y emociones fuertes, la duda y el miedo la acompañan todos los días, se preocupa por los demás antes que por ella misma, viva sumergida en el echo de lo que los demás piensan de ella sin detenerse a pensar lo que en verdad es.
—¿ella está contigo? —pregunto el psicólogo.
—No... Ella no está conmigo... Yo estoy con ella.
El psicólogo frunció el seño ligeramente expectante a lo que podía decir: —¿a que te refieres cerize?
Baje un poco la cabeza y hablé: —ella se ve ensimismada en su propio pensamiento regularmente —continue —como un escritor construyendo una historia, como un poeta componiendo un verso, como un artista realizando una obra.
—¿esos pensamientos son tormentosos para ti cerize? —pregunto.
—No. Para nada... lo verdaderamente aterrador es cuando ella deja su estado ensimismado —dije al final.
El psicólogo frente a mi no dijo nada, estaba confundido, tal vez... intrigado por mis palabras.
La verdad no me sorprende, al final todos lo olvidan cuando no son importantes.
Volteo a ver ligeramente hacia ambos lados de la habitación: —ha llegado la hora señor Vienach.
La habitación comenzó a desvanecerse en una oscuridad profunda, las sombras se comían la luz dentro de la habitación como si la realidad fuese desgarrada en un eco silente de lo que alguna vez existió , el señor vienach miraba sorprendido pero no parecía asustado.
Antes de que la oscuridad lo alcanzará el señor vienach me volteo a ver por última vez: — ¿ha llegado la hora de que, señorita cerize? —dijo con una voz tranquila con una emoción confusa.
Sonreí antes de que desapareciera frente a mi —Alicia... a terminado de pensar...