Escribió una carta en la noche más muda,
a la luz de un candil sin destino:
palabras vestidas de rosa y de duda,
en un sobre que olía a camino.
“No temas”, decía, “que nada profano
habita en el fuego que siento.
No busco promesas, ni tiempo, ni mano,
sólo que sepas lo que llevo dentro.”
“Eres lección que el alma no olvida,
aunque el deber me obligue a callar.
Eres la historia que no fue escrita,
mas aún así logró perdurar.”
Mas la carta jamás fue entregada.
Yace guardada entre libros antiguos,
oculta en una página no hallada,
entre mapas, batallas y mitos ambiguos.
Ella prefirió callar su quebranto,
vivir con el pecho cargado de versos,
y él, cual anciano que niega su canto,
cerró la misiva entre mil universos.
El papel, amarillento con los años,
aún conserva su tinta tan viva;
como si el amor, aún con desengaños,
nunca muriera… sólo se cautiva.