El invierno del 2023 encontró a Sofi, de 19 años, ahogándose en las sombras de una ciudad indiferente. La necesidad la empujó a los callejones del puerto, donde su juventud se convirtió en mercancía bajo neones rotos. Las noches eran un frío mosaico de manos ajenas y sonrisas forzadas, hasta que diciembre trajo a Marco.
Él llegó buscando refugio de la lluvia, no un cuerpo. Le ofreció su café caliente, no un billete. Habló de estrellas fugaces, no de horas. En sus ojos, Sofi no vio lástima, sino un reflejo de la persona que olvidó ser. "¿Qué haces aquí?" preguntó él, sin juzgar. Esa pregunta resonó como un campanazo.
Dejó la vida en la calle por las mañanas compartiendo medialunas con Marco. El amor fue un salvavidas, pero el océano pasado era traicionero: celos, inseguridades, fantasmas que los separaron dos veces entre el 2024 y este 2025. Cada reconciliación fue más fuerte, más honda.
Hoy, julio de 2025, Marco acaricia la curva donde late su futuro. El bebé que crece dentro de Sofi es la luz que ningún neón del puerto pudo darles. "Será niña", susurra ella, y sus manos se entrelazan sobre esa promesa redonda. Las cicatrices no han desaparecido, pero ahora miran adelante, hacia el mismo horizonte.