Sigo al chico por los pasillos de la escuela, con el paquete de tizas todavía en mi mano.
Lo sé, lo sé. Yo misma estoy bajando al infierno ¿Pero qué iba a hacer? Dios dice: "trata al prójimo como a tí mismo", así que ésto es un acto de caridad pura y dura.
Dios lo sabe.
Diviso las puertas que conducen a la piscina.
Normalmente la piscina no abre de lunes a jueves. Me temo lo peor cuando él se detiene frente a las puertas.
Vale, no te preocupes, hay dos opciones Gigi:
Opción a: Él no se sabe los horarios de memoria, así que seguramente no sabe que la piscina no está abierta hoy.
Opción b: Va a violar la puerta.
—Voy a violar la puerta —confiesa sacando de su bolsillo un fino, alargado y delgado trozo de metal. Casi parece una aguja.
Abro los ojos como platos mirando hacia atrás.
—¿Qué? —susurro, como si algún profesor estuviera cerca— Si estar en los pasillos sin justificación ya es motivo de castigo, imagínate ésto ¡Nos podrían expulsar!
—Relájate, no es delito si nadie lo ve.
—Eso no tiene sentido.
Retrocedo al notar cómo mi respiración se torna agitada.
Me van a expulsar.
¿En qué estaba pensando?
En sus hoyuelos.
Antes de que pueda seguir con mi drama, el chico abre las puertas de par en par, dejando a la vista la piscina.Como si el universo mismo me dijera: Bienvenida a tu castigo.