—Debo ir a clase —suelto retomando el paso.
—No, espera.
La voz del chico se escucha cada vez más cerca mientras yo aumento la velocidad de mis pasos.
—Mira, solo es un momento —me paro en seco, a regaña dientes.
—¿Qué quieres?
El delincuente sonríe aliviado.
Me fijo en que lleva el uniforme perfectamente puesto y sus zapatos están limpios. Lo único que falla es su cabello despeinado, parece un arbusto cosido a su cráneo.
—Verás, te vas a reír...
—No me quiero reír, quiero ir a clases.
—Bueno, vale, nada de chistes. Sígueme. —me da la espalda.
—¿A dónde? Te he dicho que...
—Quieres ir a clases lo sé, lo sé —se defiende ésta vez caminando de espaldas al pasillo del que vino—. Necesito tu ayuda con algo, yo solo no puedo.
—¿Y por qué yo? —protesto sin moverme— ¿No podías molestar a otra persona?
—Todos están en clase, he ido de pasillo en pasillo buscando a alguien, cualquiera y bueno, aquí estás.
El chico para no muy lejos de la pared en la me llamó como un acosador.
—¿Vienes?
Gina Michaels, estudiante de bachillerato ciencias. Amante de los helados y los pastelitos. Aspirante a doctora especializada en el sistema cardiovascular. Ganadora vigente de los torneos hogareños Michaels. Su primer Crush fue Bruno Mars. Se dió su primer beso en séptimo con Randy Clever, el abuson de la clase cuando aún vivía en Kansas. Notas perfectas; nunca ha sido castigada, no que ella recuerde.
Y aquí está, digo, estoy.
Frente a un castigo asegurado.
Casi puedo escuchar la voz de la profesora regañándome por lo que sea que vaya a hacer con éste chico.
Obviamente, le voy a decir que no.
Tengo que decirle que no, maldita sea.
No.
No.
No.
No.
No.
Por Galileo Gigi, di que no.
—Sí.