Bien, perfecto, genial, sí.
Llevo dos semanas en éste instituto y todo está saliendo como lo planeé: Mis notas son buenas, no me llevo mal con los profesores, creo que no le caigo mal a nadie, me uní al club de canto... ¿Qué podría salir mal?
—¿Gina Michaels?
Me pongo en pie rápidamente al escuchar el llamado de la profesora de matemáticas.
—Sip, presente.
—¿Te importa ir a la dirección a por otro paquete de tizas?
—Nop, enseguida lo traigo.
Paso por delante de la clase para salir del aula.
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—Sí, se lo diré.—Respondo al director cerrando la puerta detrás de mí al salir de su despacho.
Llevo el paquete de tizas en la mano mientras camino por el pasillo, completamente vacío, todos los estudiantes están en las aulas.
Asiento triunfante con la cabeza.
Sólo un mes más, uno, y podré irme a California a pasar el verano con papá. Me dirá que soy la mejor y nos iremos a tomar helados con el tío Mel.
—Pst —Me detengo— Ey tú.
Me volteo confusa en dirección al lugar de donde proviene la voz.
Asomando sólo su cabeza, se encuentra un chico de cabellos oscuros, ojos de un marrón claro y unos hoyuelos que se marcan debido a la sonrisa traviesa que adorna su rostro.
Definitivamente no quiero meterme en líos.
Y un chico que se esconde detrás de paredes, se salta las clases y tiene hoyuelos, porta en su frente un cartel que grita: se regalan castigos.