Anoche caminé sin rumbo,
por senderos de luz y neblina,
donde el cielo cantaba en susurros
y la luna jugaba a ser niña.
Las estrellas tejían secretos
con hilos de oro y de viento,
y en medio de aquel universo,
apareciste tú, sonriendo.
No hablabas, pero entendía
cada gesto, cada risa escondida,
porque en los sueños, amigo,
habla el alma, no la vida.
Corrimos sobre nubes dormidas,
sin miedo al tiempo ni al fin,
éramos libres, eternos,
como niños sin porvenir.
Y supe, al abrir los ojos,
que aunque el día nos despierte,
el mundo de los sueños existe
cada vez que uno lo siente.