Cada día pasa como cualquier otro, pero desde aquel día ya no me sentía tan bien. Cada vez que recordaba aquel momento en el que mi familia me escuchó atentamente, donde no lloré sola...
La cara de tristeza y culpa de mi hermana, que me consolaba… Pero eso no era la primera vez que me pasaba.
También me pasó una vez antes, y esa fue la primera.
¿Entonces, la segunda vez fue cuando le contaste todo tu dolor a tu familia?
Pues sí. Ese día fue el mejor, pero también el peor. ¿Por qué el peor? Porque, en vez de concentrarme en mi corazón acelerado, en el estrés que me quería desmayar, me centré más en mi mamá, que parecía que se desmayaba por la presión. Y aún ahora, el dolor persiste.