En un pequeño pueblo, escondida entre colinas y bosques, se encontraba una antigua casa abandonada conocida como "La Casa de los Susurros". La casa, construida en el siglo XIX, había sido testigo de tragedias inexplicables, y su reputación sombría la había convertido en un lugar temido por los habitantes del pueblo.
Una noche de otoño, un grupo de amigos decidió aventurarse en la casa. Eran cuatro: Laura, Javier, Marta y Carlos. Armados con linternas y cámaras, querían grabar su experiencia y demostrar que no había nada de qué temer.
La puerta de la casa se abrió con un chirrido escalofriante, revelando un vestíbulo oscuro cubierto de polvo y telarañas. Los muebles, cubiertos con sábanas blancas, parecían fantasmas inmóviles en la penumbra. Una sensación de frío recorrió a los amigos al entrar.
"¿Escucharon eso?" susurró Laura, deteniéndose en seco. Todos quedaron en silencio, escuchando atentamente. Un murmullo bajo y persistente se escuchaba a lo lejos, como si las paredes mismas de la casa susurraran secretos olvidados.
Decidieron investigar, siguiendo el sonido hasta una habitación en el segundo piso. Al entrar, vieron un viejo espejo con un marco ornamentado. La superficie del espejo estaba cubierta de polvo, pero lo que más llamó su atención fue una inscripción en latín grabada en el marco: "Audite Voces Mortuorum" – "Escuchen las Voces de los Muertos".
Javier, siendo el más valiente del grupo, se acercó al espejo y lo limpió con la mano. Al hacerlo, una figura borrosa apareció en el reflejo, aunque no había nadie más en la habitación. La figura parecía gritar en silencio, su boca abierta en una mueca de dolor.
De repente, las luces de las linternas comenzaron a parpadear y se escucharon pasos pesados en el pasillo. El grupo, paralizado por el miedo, vio cómo una sombra oscura se deslizaba hacia ellos, acercándose cada vez más. El susurro se hizo más fuerte, transformándose en un coro de voces angustiadas.
"¡Corramos!" gritó Marta, pero la puerta se cerró de golpe, atrapándolos dentro. Las paredes empezaron a vibrar, y el espejo se rompió en mil pedazos, liberando una ráfaga de aire gélido que apagó las linternas.
En la oscuridad total, las voces se volvieron ensordecedoras, y los amigos sintieron una presión en sus pechos, como si algo invisible intentara ahogarlos. Uno por uno, empezaron a desmayarse, sucumbiendo a la oscuridad y al miedo.
A la mañana siguiente, la policía encontró la casa vacía. No había rastro de los amigos, solo las linternas caídas y el espejo roto. El pueblo quedó en silencio, y "La Casa de los Susurros" permaneció, como siempre, custodiando sus oscuros secretos.