Había una vez un joven príncipe de un reino lejano. El príncipe estaba triste, porque no conseguía encontrar esposa. Deseaba encontrar a una «verdadera princesa», y ninguna de las doncellas de los reinos cercanos estaba a la altura de sus expectativas.
En el castillo se organizaban banquetes y bailes a los que asistían princesas de todos los reinos, pero a todas les faltaba algo. Los reyes estaban desesperados:
-Eres demasiado exigente querido hijo -le decían- te hemos presentado a las princesas más encantadoras, bellas e inteligentes y ninguna te ha gustado.
-Es muy difícil encontrar una verdadera princesa hoy en día- decía el príncipe a sus padres- pero estoy seguro que algún día la hallaré. He conocido muchas jóvenes hermosas que se dicen princesas, y el mundo entero así las llama. Algunas son realmente hermosas, otras muy inteligentes, muchas encantadoras… ¡pero mi princesa tiene que ser eso y mucho más! Tiene que mostrar la sensibilidad y la delicadeza que solo una verdadera princesa puede tener.
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Cansado de buscar sin encontrar, el príncipe decidió emprender un largo viaje alrededor del mundo en búsqueda de su princesa perfecta. Recorrió cada continente y visitó cada palacio donde hubiera una princesa soltera, pero en ninguna encontró esa perfección, esa sensibilidad y esa delicadeza reales que soñaba. Abatido, volvió a su reino.
La princesa en la tormenta
Pasó el tiempo, y el príncipe se convenció de que el tipo de nobleza perfecta que él buscaba no existía. Hasta que una noche se desató una terrible tormenta. Las ventanas del palacio se estremecían ante el rugido ensordecedor de los truenos, un viento helado golpeaba los muros y los relámpagos iluminaban el cielo nocturno. El príncipe ya dormía, mientras que el rey y la reina leían al calor de la chimenea. De repente, sintieron golpear a la puerta del castillo con insistencia.
Ambos se levantaron corriendo a abrir, pensando en la pobre alma que estaba a la intemperie en aquella noche tremenda. Al abrir la puerta se sorprendieron al ver del otro lado a una hermosa joven, empapada de pies a cabeza y temblando de frío y de miedo.
-¡Pobre criatura, pasa! -se apresuraron a decir los reyes, acompañando a la joven al lado del fuego para que se repusiera.
-¿Sois Vosotros los soberanos de este reino? Oh, sus Majestades, no podré nunca agradeceros lo suficientes por haberme brindado refugio en este terrible momento- dijo la joven.
-¿Quién eres querida? ¿Cómo es que te encuentras sola, en la noche, con semejante tormenta?
-Soy la hija del rey de un reino muy, muy lejano. Hace meses que decidí salir a conocer el mundo con mi caballo, pero la tormenta me sorprendió en el bosque, un rayo cayó cerca de nosotros y mi caballo se escapó asustado. He caminado perdida hasta que vi este magnífico palacio y llamé a vuestra puerta para pediros refugio.
El rey y la reina se miraron incrédulos: ¿una princesa que sale a recorrer el mundo sola a caballo? Era algo que nunca habían visto, y tampoco conocían el reino del que decía provenir la joven. Pero en realidad esto poco les importaba; era una persona que necesitaba ayuda, por lo que no dudaron un instante y mandaron a los sirvientes a preparar un baño caliente y buscar ropa para la recién llegada.
El príncipe encuentra lo que buscaba
Con tanto trajín, el príncipe se despertó y bajó a ver qué sucedía. Mientras la joven se daba un baño y se cambiaba, los reyes le contaron todo lo sucedido. Enseguida el príncipe sintió gran curiosidad por conocer a esta supuesta princesa aventurera, y cuando la vio entrar al salón se quedó sin palabras: su belleza resplandecía tanto como los vestidos elegantes que la reina le había prestado, y sus largos cabellos perfumaban de rosa.
Inmediatamente el joven susurró a su madre al oído: «Madre, creo que he encontrado a mi princesa perfecta. No solo es hermosa, su piel es delicada y cándida como la nieve, y en su porte se nota que sangre real corre por sus venas».
A la reina las ideas de su hijo sobre cómo debería ser una «verdadera princesa» le parecían una tontería, pero le quería mucho y además la historia de aquella extraña joven no le terminaba de convencer. Así que ideó un plan para que su hijo se olvidara de la princesa aventurera.
La princesa y el guisante
-Hay un modo de saber si esta joven es una verdadera princesa. -dijo a su hijo- Voy a prepararle una cama muy especial: pondré todos los colchones que haya en el palacio uno encima de otro sobre su cama, y por debajo de todos ellos, pondré un guisante. Solo alguien con la extrema delicadeza y sensibilidad de una verdadera princesa podrá percibir en su cuerpo la incomodidad de este pequeño guisante: así mañana por la mañana, si nos dirá que ha dormido mal, sabremos que es la princesa perfecta que estabas buscando.
Al príncipe le pareció una idea genial, y la reina se fue a dormir tranquila, porque estaba segura que nadie podría sentir una cosa tan pequeña por debajo de semejante montaña de colchones.
El príncipe, la reina y el rey acompañaron a la joven a su habitación, y se despidieron deseándole buenas noches.
La princesa y el guisante
La joven miró la cama y le pareció un espectáculo de lo más extraño, con todos esos colchones amontonados unos sobre otros. Pero estaba muy cansada, así que usando una escalerilla se subió y se dispuso a dormir. Pero enseguida se sintió incómoda: notaba algo duro y pequeño que se clavaba en su espalda, y por más que acomodaba los colchones no lograba dormir. Así que se dispuso a resolver el problema, y fue quitando uno tras otro los colchones, hasta que dio con el guisante. “Qué costumbres más extrañas tienen en este palacio», pensó. Quitó el guisante, puso un solo colchón sobre la cama y finalmente se durmió.
Cuento "La princesa y el guisante"
La prueba
A la mañana siguiente la familia real y la joven se encontraron en el salón para desayunar. Lo primero que hizo el príncipe fue preguntarle cómo había dormido, y la muchacha respondió: «Muy bien, gracias». No mencionó el incidente del guisante, porque le parecía de muy mala educación quejarse ante estas personas generosas que le habían ayudado en un momento de dificultad.
El príncipe quedó muy desilusionado: por un momento había creído que esta hermosa joven era su princesa perfecta. Cuando terminaron de desayunar, la reina se dirigió a la habitación de huéspedes, y encontró el guisante sobre la mesilla y la pila de colchones en un rincón de la habitación. Sin poder creer lo que veían sus ojos, llamó a su hijo y le dijo:
-¡Hijo mío, tenías razón! ¡Tu princesa perfecta existe y esta noche ha golpeado a nuestra puerta!
La verdadera nobleza
El príncipe, loco de contento, corrió a buscar a la princesa, que estaba paseando con el rey en las caballerizas del palacio. Al verla se arrodilló a sus pies y solemnemente le propuso:
-Oh mi princesa, te he buscado durante años y ya dudaba de tu existencia. Pero el destino te trajo a mi palacio y encontrando el guisante en la cama nos has demostrado que la sangre que corre en tus venas es más real y más azul que la de ninguna otra. ¿Me harías el honor de ser mi esposa?
La princesa se quedó boquiabierta: no podía creer que aquel muchacho que ni siquiera conocía le estuviera pidiendo matrimonio, y no terminaba de entender esa ridícula historia del guisante. Preguntó a qué se refería, y el príncipe le explicó el plan que había ideado la reina para comprobar si era ella la princesa perfecta que él buscaba.
Entonces la joven no tuvo dudas: primero sonrió (no se rió a carcajadas porque era muy educada, pero tenía muchas ganas), y luego le dijo al príncipe:
-Te agradezco mucho tu propuesta, pero mi respuesta es no. Estoy segura que algún día encontrarás a tu mujer perfecta y no necesitarás guisantes para saberlo, incluso podría ni siquiera ser una princesa. Yo seguiré mi camino con el corazón lleno de agradecimiento, nunca olvidaré lo que habéis hecho por mí. Solo abusaré de vuestra generosidad una vez más para pediros un caballo y provisiones para unos días, y os diré ¡adiós y muchas gracias!
Cuando el caballo estuvo listo, la princesa saludó calurosamente a toda la familia, se montó y se alejó feliz por el camino, con más deseos que nunca de seguir conociendo el mundo.