Prólogo.
¿Qué sucedería si de la nada te vuelves un guiador de almas? Mi vida era aparentemente ordinaria, pero eso cambió el día que decidí acabar con mi propia vida, estaba cansada de todo, así que le di conclusión a mi propia existencia.
Recordaba esa noche cada día, era como una pesadilla constante que venía a atormentarme. Luego de una reciente discusión con mi madre, me encontraba vagando por las calles asfaltadas de la ciudad Kurt, era de noche y los coches retornaban a sus casas.
Ella y yo no teníamos una buena relación, todo empezó después de la muerte de mi padre, esa situación nos alejó, ella no comprendía mis cambios; realmente ni yo me entendía. Me junté con amigos que según ella eran malas influencias y sin salida terminé refugiándome en algunos vicios, que al principio eran un escape, sin embargo luego se volvieron una necesidad.
Chasqueé la lengua al notar la ausencia de la caja de cigarros que siempre llevaba en mi bolsillo, ese día era una completa mierda, desde la mañana todo fue de mal a peor. Mi mejor amiga decidió dejar su casa y alejarse de la ciudad, ella me hacía falta en esos momentos de dolor. Cuando caía en esos vacíos depresivos, intentando quitarme la vida, ella siempre se quedaba a cuidarme. Pero… ya no estaba aquí.
Me subí a un edificio abandonado, allí el grupo se reunía a fumar y sumergirse en la soledad, no importaba que estuviéramos juntos, de todas formas seguíamos sintiéndonos solos, supongo que por esa razón nos amistamos. Nos parecíamos, de cierta manera buscábamos entendernos o quizás empatizábamos con nuestros problemas, porque sabíamos lo difícil que era lidiar con la depresión.
La vista desde arriba era hermosa, veía los coches pasar a gran velocidad y el sonido se volvió una música relajante en esos segundos que me perdí mirando la calle. No había nadie para detenerme esa vez, simplemente debía cerrar los ojos y no pensar más.
Entonces, sin dudarlo más me dejé caer, escuché como mi cuerpo impactaba contra el suelo, me sentía totalmente adolorida y sin fuerzas para levantarme, agonicé por algunos minutos oyendo algunas voces lejanas murmurando cerca de mis oídos. El dolor era intenso, no podía sentir mis extremidades y un momento después todo se calmó, había tranquilidad y paz… dejé de escuchar y simplemente existía… era difícil de explicar.
—Despierta. —Abrí los ojos con dificultad, una luz brillante me cegó por unos segundos. Alrededor, lo demás era oscuro, el foco de luz solo estaba sobre mí, como si formara parte de un teatro. De pronto oí varias pisadas en la inmensa penumbra, ese alguien se movía en círculos y luego se paró detrás mío.
Al intentar girarme noté las cadenas que sostenían mis brazos, piernas y cuello.
—¿Quién eres?, ¿Dónde estoy?
Hubo un silencio. Me sentía desesperada, así qué moví mi cuerpo queriendo escapar de los grilletes.
—Deja de moverte, no puedes escapar del Hell, incluso si no tuvieras esas cadenas.
Volteé mi cabeza, esperando ser capaz de ver la silueta de la voz por encima del hombro, sin embargo no fue posible.
—Suicidarse es uno de los pecados más grandes, incluso más que matar a alguien. —Comenzó a reírse eufórico. —Tu vida no te pertenece y quitártela va en contra de las reglas del señor del orden.
Pasó sus uñas por mi espalda haciendo que temblara del susto. Entonces decidió mostrarse, quedé sorprendida por su apariencia, su cabello era dorado como el oro y su cuerpo lucía pálido. Parecía humano si no me fijase en esos enormes cuernos negros en su cabeza y esa mirada vacía llena de oscuridad.
—Pensé que el infierno sería distinto —dije mirando en derredor, solo había oscuridad y esa maldita luz que estaba a poco de dejarme ciega.
—Hay diferentes niveles, aquí vienen los que eligieron la misma decisión que tú. Cuando esa luz se apague, empezará lo mejor. Y querrás regresar a la tierra pero es una pena que no haya un camino de retorno.
Sus ojos rojos se achicaron pareciendo más rasgados que antes, mientras mostraba una sonrisa amplia, aquello me provocó un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo.
—Esa es la mirada que buscaba, una aterrada y llena de miedo.
Él volvió a la oscuridad, alejándose con pisadas fuertes que se hacían de a poco débiles. Y después la luz se extinguió y una llama abrasadora me rodeó por completo, el dolor era inimaginable, insoportable. Quería arrancarme la piel y echarme al mar para calmar mis heridas… pero no había vuelta, esa fue mi decisión y ese era mi precio a pagar.