Flowers

Flowers

Autor(a):t. r. zuñiga

Prólogo

Cuenta la leyenda que, hace siglos, los dioses, movidos por la compasión hacia la soledad de los mortales, dejaron un regalo divino: un vínculo que trascendiera el tiempo, la distancia y la misma lógica del mundo. Marcas en forma de flores comenzaron a aparecer al nacer en la piel de dos almas destinadas a encontrarse.

Estas marcas no eran simples adornos; eran un pacto divino, un contrato tácito entre dos seres cuyo destino estaba irrevocablemente sellado. Se decía que quienes compartían la misma flor estaban destinados a amarse, a complementarse, a enfrentar juntos las pruebas que la vida les pusiera en el camino, sin importar su género, su historia ni su voluntad. Pero la leyenda también advertía que no todos los destinos estaban llenos de felicidad. Algunos caminos estaban marcados por el sacrificio, el dolor y decisiones imposibles, pues el amor, aunque poderoso, podía no ser suficiente para cumplir con lo que el destino exigía.

Con el paso de los siglos, las marcas se convirtieron en un misterio venerado por muchos, temido por otros. Para algunos, eran un símbolo de bendición, una promesa de amor eterno, un regalo sagrado que garantizaba un futuro compartido lleno de alegría. Para otros, eran una maldición, un recordatorio cruel de que el destino no garantizaba finales felices, sino que a veces las conexiones se desvanecían, los amores se perdían y los corazones se partían en pedazos. Sin embargo, había una verdad que todos aceptaban: las marcas nunca mentían. La flor que se grababa en la piel era un reflejo de un amor predestinado, y el destino no podía ser alterado.

Lorien, como muchos, creció escuchando esos cuentos en su niñez, relatos llenos de fantasía donde existía un mundo que veneraba estas señales. Historias de almas gemelas que se unían por el simple hecho de compartir una flor, historias que lo hacían soñar, pero que al mismo tiempo se sentían tan lejanas que parecían irreales. Cuentos que, aunque cautivadores, parecían pertenecer a un mundo olvidado, un mundo lleno de magia que había desaparecido hace mucho tiempo.

Eso cambió el día de su duodécimo cumpleaños.

Esa mañana, mientras se lavaba las manos, algo captó su atención en el reflejo del espejo: un pequeño jazmín de pétalos oscuros había aparecido en su antebrazo. Era perfecto, nítido, como si hubiera sido dibujado con delicadeza sobre su piel, una obra de arte hecha por manos invisibles. Lorien se quedó paralizado, observando la marca, incapaz de creer lo que veía. No podía ser cierto. ¿Cómo podía ser cierto?

—Es solo una marca —dijo su madre con una sonrisa que intentaba ocultar el nerviosismo en su voz—. No tienes por qué preocuparte.

Pero Lorien no podía ignorar lo que sentía. Una sensación extraña, como un cosquilleo que recorría su piel, le invadió el cuerpo. Algo despertó en su interior. La marca no era solo un diseño, no era solo una curiosidad pasajera. Era un vínculo. Un recordatorio de que algo más grande que él estaba en marcha, algo que no podía comprender completamente, pero que definitivamente lo estaba llamando.

A medida que pasaron los años, la marca se convirtió en una sombra constante en su vida. Ya no era solo una figura en su piel, sino una parte de su ser, una presencia sutil que siempre lo acompañaba. Y aunque intentaba ignorarlo, algo en su interior sabía que su vida nunca sería igual. Sabía que la marca no era solo un símbolo de destino, sino el inicio de una historia que lo llevaría a través del amor, la pérdida y la esperanza. Pero lo que Lorien no podía prever era que el amor, por poderoso que fuera, no siempre terminaba en un cuento de hadas.

Porque en un mundo donde las marcas no mienten, el corazón, a veces, es el que decide si un amor florece… o se marchita.