Cuba
Basilio estaba en un banco de madera, ejercitándose con pesas artesanales, hechas con varillas y cemento. Todo el gimnasio lo había construido Basilio y sus amigos, con tablas y pesas de varilla y cemento. Así era un gimnasio cubano.
Basilio era un chico de raza negra, de veinte años había terminado la secundaria, pero no había asistido a la universidad, porque sus ideas no se consideraban adecuadas para que ingresara.
Basilio se sentía incomodo por el banco de madera en el que estaba sentado, pero lo poco que había aprendido de los estoicos en la escuela, lo hacia pensar que un gimnasio como ese, lo haría mas rudo que los gimnasios premium, a los que asistía la gente de otros países.
—Te tengo trabajo.
Basilio se volteo y vio a Luca. Luca era un tipo de unos cuarenta años de 1.5 m de estatura, y un poco de sobre peso. Basilio pensaba que su sobrepeso se debía a lo que conseguía como proxeneta.
—¿De que se trata? –preguntó Basilio.
—Hay alguien que quiere estar contigo, el precio es negociable.
—¿Que hay de la mujer? ¿Es fea?
—No dije que fuera mujer.
—¡OLVÍDALO!
—¡POR ESO NUNCA LOGRARÁS NADA! –exclamó Luca mientras abandonaba el gimnasio.
Cuando llegó la hora del almuerzo todos abandonaron el gimnasio, Basilio salió de ultimas, y cerró la puerta con cadena y candado. Luego se subió en su bici, una cross oxidada y pequeña para el cuerpo de Basilio, aunque basilio no media sino 1.7 m de estatura.
Después de un rato pedaleando Basilio llegó a la casa de su padre, una casa con la apariencia de que se caía a pedazos, como todas en Cuba. Allí basilio aseguró su bicicleta con cadena y candado, entró a la casa y prendió la televisión.
—¡NO HAY LUZ! –exclamó el padre de Basilio.
Basilio vivía solo con su padre, su madre había muerto dándolo a luz. El padre de Basilio responsabilizaba al sistema de salud cubano de lo sucedido.
—Lo raro sería que hubiera –respondió Basilio.
Después de que Basilio hizo de sus necesidades, sirvió su almuerzo arroz con fríjoles y plátano, lo que comía todos los días.
Después de comer, Basilio tomó su bicicleta y empezó a pedalear a la playa, tenia una cita con Macarena. Macarena era una mujer de treinta años, de 1.4 m de estatura, bajita, pero en Cuba era lo normal, de cabello rizado, y la piel blanca como la leche. Aunque era mayor que Basilio, para Basilio era la mujer mas hermosa de Cuba.
Después de un rato, Macarena y Basilio llegaron al lugar acordado para su cita. Empezaron a platicar, hasta que Macarena se quito su chaqueta y se la entregó a Basilio. Basilio no entendía para que había hecho eso, hasta que le señaló una langosta. Basilio se abalanzo sobre la langosta, como por instinto, y la envolvió en la chaqueta.
—¡AHORA ENTRÉGAMELA! –exclamó Macarena.
—¡TU TE QUEDASTE CON LA ANTERIOR! –respondió Basilio.
—¡ESE ES MI PRECIO!
—¡MI PADRE ADORA LA LANGOSTA! –exclamó Basilio mientras se alejaba- ¡SE LA LLEVARÉ!
—¡POLICÍA! –empezó Macarena- ¡POLICÍA! ¡POLICÍA! ¡POLICÍA! ¡POLICÍA!
Al oír los gritos, Basilio se subió en la bicicleta y empezó a pedalear a toda velocidad. Aunque Basilio y su padre esa noche cenaron langosta, Macarena no le volvió a hablar a Basilio, lo que lo deprimió.
Al día siguiente mientras Basilio se ejercitaba en su gimnasio artesanal, como de costumbre, llegó Julián, un chico de 18 años que amaba el boxeo.
—¿Hacemos Sparring? –preguntó Julián.
—Claro –respondió Basilio mientras dejaba las pesas.
—Mi hermano ahora vive en Texas –empezó Julián mientra hacían Sparring- con lo que nos envía ya nunca he pensado en irme de Cuba.
—Claro, si puedes ser un parásito ¿Por que intentar cambiar de posición?
—Eso deberías decirle a la dictadura.
—¡ESTA VEZ TE TRAIGO UNA PROPUESTA PARA PSEUDOMACHOS!
Basilio se volteó y vio de nuevo a Luca.
—Mis contactos en Río de Janeiro –continuó Luca-, necesitan a alguien que sepa de boxeo.
—Ya no confío en ti –respondió Basilio.
—Pensé que te querías largar de aquí, esta podría ser tu única oportunidad.
—Está bien –respondió Basilio después de pensar un rato- ¿Como es la vuelta?
—Mañana sale una lancha a Venezuela, una ves allí, te envió en monero lo suficiente para que compres un boleto a Río de Janeiro.
Cuando Basilio regresó a su casa, le explicó a su padre todo lo sucedido, este lo abrazó y le dijo llorando:
—Se que si te quedas aquí nunca lograrás nada, no te puedo cortar las alas, esta es tu única oportunidad para salir.