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Sombras En Bravück

Prólogo

La ciudad de Bravück nunca dormía. No porque estuviera llena de vida, sino porque sus calles se mantenían en vela, cargadas de humo, sudor y silencio. El puerto escupía barcos oxidados, las tabernas olían a whisky barato y los callejones eran nidos de secretos. En cada esquina parecía acechar un trato sucio, una pistola escondida, una promesa rota.
Ezra Konnar conocía ese paisaje como quien carga una cicatriz. Caminaba con las manos hundidas en los bolsillos de su gabardina, observando cómo la niebla se enredaba en los postes de luz. Sus pasos resonaban como si la ciudad le respondiera con ecos huecos.
Ezra Konnar
Ezra Konnar
—Bravück nunca duerme… —murmuró, encendiendo un cigarrillo—. Pero siempre sueña con sangre.
La voz de Brooke Vöst lo sacó de sus pensamientos al otro lado de la línea telefónica:
Brooke  Vöst
Brooke Vöst
—Ezra, tenemos otro cadáver. El mismo patrón. 📲
Ezra Konnar
Ezra Konnar
—¿Otro? —respondió con un tono áspero, como si la palabra fuera un sabor amargo—. Entonces no ha terminado.📲
Brooke  Vöst
Brooke Vöst
—Jamás terminó. Solo estaba esperando que regresaras.📲
Ezra apagó el cigarrillo contra la baranda húmeda de un puente y se quedó mirando el río ennegrecido. El pasado no se había quedado atrás. Había vuelto, con más fuerza que nunca. Fue entonces cuando escuchó aquella voz extraña, tan inesperada que lo hizo tensarse.
¿?
¿?
—Sabes… —dijo un muchacho apoyado contra la sombra de un callejón—. Si sigues hurgando en heridas viejas, acabarás desangrándote tú mismo.
Ezra giró el rostro. Un joven de cabello plateado y ojos verdes lo miraba con descaro, como si ya lo conociera de antes. Su sonrisa era un filo peligroso, un desafío que parecía jugar con su paciencia.
Ezra Konnar
Ezra Konnar
—No confío en las palabras, solo en las miradas —respondió Ezra con frialdad.
¿?
¿?
—Entonces mírame —replicó el muchacho, inclinando la cabeza—. ¿Qué ves? ¿Un enemigo o una salvación?
Ezra encendió otro cigarrillo y, tras una calada larga, dejó escapar el humo con calma.
Ezra Konnar
Ezra Konnar
—Veo problemas.
¿?
¿?
—Tal vez —dijo él, avanzando dos pasos hacia la luz—. Pero también soy la única pista que tienes.
El silencio se extendió como un pacto tácito entre ambos. Bravück parecía contener la respiración, como si supiera que ese encuentro marcaría un nuevo comienzo en su historia.

Cap 1 El sello

El callejón estaba acordonado con cinta amarilla, pero eso nunca había detenido a Ezra Konnar. La lluvia fina empapaba los adoquines y la luz mortecina de un farol apenas alcanzaba a iluminar el cuerpo tendido en el suelo.
El cadáver tenía los ojos abiertos, vacíos, como si todavía gritaran por ayuda. Un corte preciso en la garganta, y un símbolo dibujado con sangre en la pared: un círculo roto por una línea en diagonal. Ezra lo conocía demasiado bien.
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Ezra Konnar
Ezra Konnar
—Maldición… —susurró, encendiendo un cigarrillo con manos temblorosas.
Detrás de él, la voz firme de Brooke Vöst lo alcanzó.
Brooke  Vöst
Brooke Vöst
—Sabía que volverías —dijo Brooke Vöst, emergiendo de las sombras con el impermeable empapado—. Esa marca no te dejaría dormir.
Ezra exhaló el humo con cansancio.
Ezra Konnar
Ezra Konnar
——¿Todavía juegas a la policía salvadora?
Brooke  Vöst
Brooke Vöst
—No juego, Ezra. —Ella encendió su linterna, iluminando el símbolo ensangrentado—. Y tú tampoco. Si esto ha regresado, lo necesitamos a ambos.
El silencio entre ambos pesaba tanto como la lluvia. Brooke lo miró con dureza, pero en sus ojos había un destello de alivio: Ezra había vuelto. Se inclinó sobre el cadáver y pasó la linterna por las manos ensangrentadas.
Brooke  Vöst
Brooke Vöst
—El mismo sello —confirmó ella.
Ezra Konnar
Ezra Konnar
—No es una copia —dijo, con voz ronca—. Es el mismo asesino.
Ezra suspiró. Odiaba admitirlo, pero Brooke tenía razón. Habían jurado dejar el pasado atrás, olvidar aquella investigación que los llevó al límite… pero el asesino había regresado, y con él los fantasmas.
Un chasquido metálico lo sacó de concentración. En la esquina del callejón, una sombra se movió entre la basura apilada. Ezra giró de inmediato, mano en el revólver.
De la penumbra emergió un joven, con su cabello plateado mojado por la lluvia, sonriendo como si nada en aquel lugar fuera demasiado serio.
¿?
¿?
—Tranquilo, detective —dijo, levantando las manos en gesto burlón—. Solo soy un espectador curioso.
Brooke entrecerró los ojos.
Brooke  Vöst
Brooke Vöst
—Tú nunca eres solo un espectador, Vikram. ¿Qué haces aquí?
Vikram Draeve
Vikram Draeve
—Digamos que… sigo los ecos de la sangre —respondió él, mirando el símbolo con fascinación—. Y parece que esta noche gritan más fuerte que nunca.
Ezra lo fulminó con la mirada.
Ezra Konnar
Ezra Konnar
—Si sabes algo, dilo.
Vikram Draeve
Vikram Draeve
—Oh, lo sé…
Vikram se inclinó hacia el símbolo con la calma de quien contempla una obra de arte
Vikram Draeve
Vikram Draeve
—. Ese sello no es un adorno. Es una firma. Y si apareció aquí, significa que alguien ha despertado a los Portadores del Silencio
Un silencio denso cayó sobre el callejón. La lluvia golpeaba los adoquines, insistente, como un metrónomo macabro.
Brooke tragó saliva.
Brooke  Vöst
Brooke Vöst
—Creímos haberlos enterrado.
Ezra Konnar
Ezra Konnar
—Los monstruos nunca mueren —susurró Ezra—. Solo esperan a que olvidemos cómo se ven.
Un trueno rugió en la distancia, y en ese instante, Ezra supo que la ciudad estaba al borde de un nuevo infierno.

Cap 2 Los hijos de Bravück

Las ciudades no crían hombres: crían bestias con forma humana.
Ezra Konnar no había dormido. La imagen del cuerpo tendido bajo la farola lo perseguía como un fantasma que se negaba a abandonar sus sueños. Encendió otro cigarrillo y abrió la carpeta del caso sobre su escritorio. Fotos, recortes de prensa amarillentos, informes policiales… todos tenían el mismo hilo rojo: los asesinatos del Sello.
Pero esa noche había sido distinta. El cadáver no era solo otra víctima: era un recordatorio. Una amenaza personal.
El golpeteo en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Brooke Vöst apareció en el umbral, con el cabello aún húmedo por la lluvia.
Brooke  Vöst
Brooke Vöst
—Sabes que no puedes cargar con esto solo —dijo, dejando caer sobre la mesa una evidencia envuelta en plástico—. Lo recogí del callejón.
Ezra lo miró. Era un pedazo de papel arrugado, casi ilegible por la humedad. Tenía un fragmento del mismo símbolo, pintado a mano. Y, debajo, una frase: ”El silencio será testigo.”
Ezra apretó los dientes.
Ezra Konnar
Ezra Konnar
—Este maldito juego otra vez…
Antes de que pudiera continuar, Vikram entró como si la oficina fuera suya. Su sonrisa burlona contrastaba con la tensión del ambiente.
Vikram Draeve
Vikram Draeve
—Interesante hallazgo. —Tomó el papel con delicadeza—. ¿Sabían que esta frase se usaba como lema en círculos ocultistas del norte de Bravück, hace más de veinte años?
Brooke lo observó con frialdad.
Brooke  Vöst
Brooke Vöst
—¿Y por qué deberíamos confiar en lo que dices?
Vikram la miró como un gato que juega con su presa.
Vikram Draeve
Vikram Draeve
—Porque sé dónde encontrar al que lo escribió. O, al menos, a alguien que lleva demasiado tiempo esperándolos.
El silencio cayó sobre la habitación. Ezra clavó sus ojos en los de Vikram, intentando descifrar si era otra de sus medias verdades. Pero en el fondo lo sabía: aquel informante tenía el don de oler la sangre antes de que corriera. Ezra apagó el cigarrillo en el cenicero.
Ezra Konnar
Ezra Konnar
—Entonces muéstranos el camino.
Vikram sonrió de lado.
Vikram Draeve
Vikram Draeve
—No será un camino. Será un descenso. Y lo que encuentren allá abajo, puede que no los deje subir jamás.
La ciudad, mientras tanto, seguía respirando su podredumbre. Y en las paredes húmedas de Bravück, alguien ya estaba pintando el próximo sello.
El trío salió a las calles húmedas. Bravück estaba en su peor hora: las tres de la mañana, cuando la ciudad respira como un animal viejo y hambriento. Los neones de burdeles y bares clandestinos titilaban como luciérnagas enfermas.
El peliplata los guió por pasajes cada vez más estrechos, hasta llegar a un portón oxidado. Dos hombres enormes lo custodiaban, tatuados hasta el cuello. Tras un intercambio rápido de palabras y billetes, la puerta chirrió, revelando un túnel que olía a moho, sudor y pólvora.
Brooke bajó primero, su linterna iluminando paredes grafiteadas con símbolos extraños. Ezra la siguió, con la mano firme sobre el revólver. Vikram iba último, silbando como si aquel lugar fuera su hogar.
Las escaleras los llevaron hasta una bóveda subterránea: un bar escondido, lleno de sombras humanas que bebían, apostaban y susurraban. En el centro, un mural pintado a mano mostraba el mismo sello que habían visto en el callejón, pero más grande, más brutal, como un dios oscuro al que todos allí rendían culto.
Brooke murmuró apenas:
Brooke  Vöst
Brooke Vöst
—No es una pista… es un culto.
Ezra no respondió. Sabía que estaba frente al verdadero corazón podrido de la ciudad. Y por primera vez en años, sintió miedo.

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